Edna Jaime

Nuestros legisladores, como ‘fans’

Nunca ha sido ejemplar el comportamiento de los legisladores. Los adoradores de López Obrador tienen incentivos para hacerlo como sus antecesores los tuvieron con sus propios liderazgos.

¿Qué será estimado lector, perturbador o divertido, leer las crónicas de lo que fue la reunión del presidente López Obrador con los legisladores de su partido al culminar la actual Legislatura?

Debo decirlo, las crónicas tenían un aire divertido al relatar cómo algunas legisladoras y legisladores vitoreaban al Presidente como si estuvieran en la antesala de un concierto de Luis Miguel y colocaban un pin con las siglas de AMLO en la solapa, cerquita de su corazón. Ellas y ellos son nuestros representantes en el Legislativo, los que tienen responsabilidades enormes en materia presupuestal, en el control del poder y en la definición de políticas públicas centrales para los mexicanos. Son también el poder que llama a cuentas al Ejecutivo y para ello cuenta con un órgano vinculado con autonomía que hace las tareas de fiscalización, la ASF. El Legislativo es parte sustantiva de nuestro ejercicio de rendición de cuentas. También es un formulador de soluciones a nuestros problemas fundamentales, a partir del planteamiento legal con el que se inicia la formulación de políticas públicas. Tareas fundamentales para nuestra República.

Me pregunto cómo es que se entiende la responsabilidad política de quien ostenta un cargo de autoridad en el país. Para ser más directa, ¿cómo se llama a cuentas a nuestros legisladores? Hemos hecho reformas para que los legisladores se vinculen más con sus representados y tenemos ahora la posibilidad de reelegirlos (un mecanismo de rendición de cuentas ante la ciudadanía). Esta reforma tuvo problemas de origen porque los partidos no soltaron del todo a los legisladores en su vínculo con la ciudadanía. Se generó un esquema mixto en el que la reelección es posible con la connivencia del líder del partido, lo que crea un esquema de lealtad compartida entre el ciudadano y el líder del partido. No se necesita ser muy avezado para comprender que en el esquema lo que predomina es la lealtad con el partido que en nuestro contexto es con el Presidente del mismo y su jefe político y que el ciudadano es casi irrelevante aunque cuenta con el voto que permite o no la reelección.

Los líderes del partido siguen siendo dueños de las carreras políticas y la subordinación a ellos se da de manera automática. Nadie querría ser un rebelde en una tierra en la que el partido y su jefe influyen de manera determinante en el futuro político de cualquier aspirante. Los adoradores de AMLO tienen incentivos para hacerlo como sus antecesores los tuvieron con sus propios liderazgos. Nunca ha sido particularmente ejemplar el comportamiento de nuestros legisladores. Recuerdo con desazón los intercambios de moches por votos y otras componendas entre legisladores en el pasado, pero nunca había sido tan patéticamente soez, como para cargar al peluche del Presidente y decirle: “te amo”.

Esta última Legislatura y la que le precedió tendrá en su récord el haber aprobado iniciativas de leyes que eran contrarias a la Constitución como nunca otra. La litigiosidad ante la Corte se explica por una inclinación particular de las últimas dos legislaturas a aprobar iniciativas contrarias a la letra de nuestra Carta Magna. Lo sabían, no obstante, lo hicieron. Legislaron en contra de nuestra carta fundamental. El basamento en el cual descansa nuestra organización política, el ejercicio de poder y nuestros derechos.

Es verdad que el acuerdo fundacional plasmado en la Constitución puede cambiar. Pero en nuestro país eso todavía no está decantado. Y mientras nuestro ordenamiento máximo esté vigente hay que respetarlo. No lo hicieron los legisladores que vitorean al jefe máximo. Porque no asumieron la esencia de nuestra República. Hay que decirlo, fallaron a la República. También a los procedimientos establecidos para legislar. Se sintieron borrachos con su mayoría y transgredieron lo que establece la normatividad para la operación del cuerpo legislativo y la Constitución. Bonito legado, estimados legisladores. La historia los recordará así.

Lo que fue ya quedó en el pasado. Lo que tenemos que dilucidar es cómo dar fortaleza al cuerpo legislativo para que no vuelva a fallarle al país. Me refiero a mecanismos para profesionalizarlo. Para construir un cuerpo de carrera que no esté sujeto a vaivenes políticos. Un núcleo sólido que le dé al Poder Legislativo la capacidad de operar y servir a la República como está establecido.

No es fácil tratar de construir instituciones en un momento en el que se busca concentrar el poder. Un proyecto de concentración es el anatema de cualquier intento de fortalecimiento institucional.

Pero si hubiera resquicios para hacerlo, lo que propondría serían mecanismos de fortalecimiento del Legislativo. Desde hace años se promueve la figura de un Consejo Fiscal, que de hecho se ha aprobado pero que no ha recibido el impulso para entrar en operación. Así como este Consejo, podríamos pensar en otras maneras de profesionalizar al Legislativo.

De no hacerlo, estaremos sujetos a estos legisladores veleidosos que no entienden su función en la república y se comportan como adolescentes frente a su ídolo musical. Ojalá que encontremos las maneras de sancionarlos políticamente.

COLUMNAS ANTERIORES

No se puede chiflar y comer pinole al mismo tiempo
Hay lugar para pensar

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.