La creencia popular dice que no hay un solo pueblo en México que no tenga una primaria llamada Benito Juárez. Desde el Porfiriato, el gobierno mexicano ha ensalzado la imagen del político oaxaqueño de todas las maneras posibles. Su figura ha servido para decorar las paredes de Los Pinos, para ilustrar los libros de texto o para darle nombre a delegaciones y avenidas importantes.
Pero de poco sirve la devoción a un portento nacional cuando se olvidan sus principios. Y eso es lo que necesita México con urgencia: retomar la ética juarista y los valores republicanos que construyeron a esta nación hace 150 años tras el fin de la Segunda Intervención Francesa, consideran expertos.
Aunque los gobiernos posrevolucionarios —el PRI, principalmente— han promovido el culto a Juárez como héroe nacional, sus ideales no han sido refrendados del todo, sobre todo aquellos relacionados con la integridad moral de la clase política, asegura el constitucionalista y director del posgrado en Derecho de la Universidad Panamericana, Rafael Estrada Michel.
"Nuestros gobernantes se han olvidado, convenientemente, de la honrada medianía de la que habló Juárez, la cual exigía a los funcionarios la adopción de una actitud honesta frente al manejo de los fondos públicos", señala.
Con 11 exgobernadores implicados en casos de corrupción —acusados, entre muchos otros delitos, de delincuencia organizada, lavado de dinero y abuso de autoridad— los discursos de Juárez deberían ser una "lección moral y jurídica" para los hombres que imparten la justicia en este país, afirma el experto en historia del derecho y académico del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, Óscar Cruz Barney.
"Juárez es una lección exigible y factible para la clase política que hoy nos gobierna. Fue el gran restaurador de la República. Estableció la reconstrucción del orden jurídico, le dio estructura a la administración pública y, sobre todo, le dio al país un sentido de dignidad frente a la intervención extranjera. Con él se impuso la visión de una nación liberal y se convirtió en un referente casi mítico de cómo debe funcionar el Estado", considera.
El 2 de julio de 1852, Juárez pronunció las siguientes palabras ante la X Legislatura de Oaxaca: "Bajo el sistema federativo los funcionarios públicos no pueden disponer de las rentas sin responsabilidad; no pueden gobernar a impulsos de una voluntad caprichosa, sino con sujeción a las leyes; no pueden improvisar fortunas ni entregarse al ocio y a la disipación, sino consagrarse asiduamente al trabajo, resignándose a vivir en la honrosa medianía que proporciona la retribución que la ley haya señalado".
Desde un punto de vista ético y moral, Juárez fue siempre un hombre honesto, asegura la historiadora y catedrática de la UNAM, Patricia Galeana, y eso lo podemos comprobar con su testamento. Para ella, algunos de los valores juaristas que debe retomar el gobierno son la austeridad republicana, el estricto apego a la ley y la defensa de los intereses nacionales.
Una austeridad a la que se obligaba también a la primera dama: mientras Angélica Rivera utiliza vestidos exclusivos de Oscar de la Renta y se hizo de una casa de siete millones de dólares (la casa blanca), Margarita Maza de Juárez utilizó, durante una visita de Estado a Washington D.C., "un vestido regular" que le había comprado su marido unos meses antes en Monterrey.
"Lo guardo para cuando tenga que hacer alguna visita de etiqueta nada más; respecto de brillantes no tenía más que mis aretes que tú me regalaste un día de mi santo", según cuenta ella misma en una carta recopilada en el libro Encuentro de liberalismos (2004).
Por herencia de Juárez, refiere Galeana, México es uno de los pocos países del mundo que ha incluido en su Constitución (artículo 89) los lineamientos de su política exterior.
Incluso cuando se ordenó el fusilamiento de Maximiliano, Tomás Mejía y Miguel Miramón, Juárez no actuó por orgullo, sino conforme a una ley expedida por él mismo el 25 de enero de 1862, la cual establecía severas sanciones a quienes cometieran delitos contra la nación y la paz pública, añade la también directora del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM).
Tucídides dijo que la historia es un incesante volver a empezar. Como nunca antes, es fundamental que los mexicanos volteen la mirada siglo y medio atrás para refrendar los preceptos bajo los cuales se construyó ese periodo que Daniel Cosío Villegas llamó la República Restaurada (1867-1876), sostiene Estrada.
"Juárez fue el artífice de lo que conocemos como República Mexicana, pero paradójicamente hoy estamos muy lejos de su espíritu. Hay valores liberales que se han mantenido, como la laicidad del Estado, pero hay otros que están en el olvido, como el valor del orden constitucional o el combate a la corrupción", apunta. "Fue muy coherente en eso, pues pese a todo respetó la Constitución de 1857 por el simple hecho de que era la ley fundamental del país. Hoy somos testigos de cómo se violentan todos esos valores republicanos".
El historiador Enrique Krauze ha señalado también contrastes en el ámbito electoral. En 1867, el Congreso de Puebla anuló las elecciones para gobernador por irregularidades en el proceso; Juárez no intervino pese a que el ganador había sido su amigo Rafael J. García. Cuando se celebraron por segunda ocasión, se ratificó el triunfo de García nuevamente. Dijo el presidente: "Es un deber de todos aceptar al escogido, sea el que fuere, sin pretender apelar a las armas y sin promover escándalos de ninguna especie, pues las leyes tienen para todo el remedio sin necesidad de apelar a la fuerza". Ciento treinta y nueve años después, Andrés Manuel López Obrador "mandó al diablo a las instituciones" tras denunciar un fraude en los comicios presidenciales de 2006.
"El último arco triunfal que se construyó en este país fue dedicado a Juárez. El culto hacia su persona es una realidad. Pero, ya a la distancia, es hora de que hagamos un juicio sin pasiones. Tuvo grandes aciertos, pero también grandes errores, como su cercanía excesiva con Estados Unidos, su francamente impresentable tratado McLane-Ocampo y su inadecuada relación con los pueblos indígenas", concluye Cruz Barney.