Para Silence, su nueva película, Martin Scorsese ha recurrido a uno de los episodios más estremecedores del cristianismo: la persecución de los misioneros jesuitas en el Japón del siglo XVII. Al igual que el cineasta, aquellos evangelizadores fueron tentados a renunciar a su fe de muchas maneras; cientos fueron torturados, asesinados y exiliados por el Shogunato Tokugawa, una dictadura militar feudal que impuso el sintoísmo como religión única.
Nacido en el seno de una familia conservadora, el niño Martin, serio aspirante a sacerdote, sólo tenía permitido salir a dos lugares: el cine o la iglesia. Desde entonces, la vida del laureado director ha transcurrido entre ese dilema. Su nueva producción termina aquella disyuntiva impuesta y se convierte en el vehículo de su reconciliación con la fe católica.
Silence –cuyo estreno ha sido programado dos días antes de Navidad y fue presentada en El Vaticano ante el Papa Francisco el 30 de noviembre– no sólo representa el regreso del director a los temas religiosos: también es un mensaje de cómo la fe puede sobrevivir y nacer en tiempos oscuros, como los que quizás están por venir, con el auge de los extremismos políticos, la guerra y el terrorismo, aseguran en entrevista el padre Pedro Reyes, integrante de la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús, y Arturo Reynoso, historiador de la Universidad Jesuita de Guadalajara. "Es un mensaje a todos los cristianos del mundo que han puesto en duda su fe en algún momento de sus vidas", sostiene Reyes.
La nueva película de Scorsese, apuntan, se estrena en días en los que resulta cada vez más difícil practicar la esencia del cristianismo, que es la comunión entre las personas. Amar y comprender al prójimo, dicen, parece una tarea imposible frente a un mundo que promueve la acumulación de riquezas, el individualismo y la violencia. Justamente lo que ha criticado el Santo Padre, quien recientemente advirtió que la Iglesia no puede hablar de pobreza cuando lleva "una vida de faraón".
La trama de la cinta –basada en la novela homónima del escritor japonés Shusaku Endo– ha sido aprovechada por Bergoglio para exaltar la fortaleza de los cristianos ocultos del Japón. "Si queremos que nuestros esfuerzos misioneros den frutos, el ejemplo de los cristianos escondidos tiene mucho que enseñarnos", dijo Francisco en 2015.
"El episodio histórico que aborda Scorsese demuestra que es posible practicar el cristianismo desde nuestras comunidades. Hoy más que nunca necesitamos una religión que invite a los pequeños actos de bondad y al diálogo. La película es un mensaje de tolerancia hacia otras culturas", explica Reyes.
Martin Scorsese se enamoró de la historia en cuanto leyó la novela de Endo aborde de tren en Kyoto, en 1989. El libro fue un regalo del obispo de Nueva York, Paul Moore. Un año antes había filmado La última tentación de Cristo. Y 10 años atrás casi moría por una sobredosis de fármacos, lo cual lo obligó a acercarse nuevamente al cristianismo que le fue inculcado durante su infancia en la "Pequeña Italia" de Nueva York.
"La labor de los misioneros jesuitas siempre fue la reconciliación; nunca la imposición. Aunque fueron perseguidos jamás violentaron a nadie. Igual que todos los jesuitas, el padre Valignano –quien aparece en la cinta– tenía vocación de explorador: acercó el cristianismo a la cultura japonesa a través del diálogo", afirma Reynoso. "Por desgracia, hoy vemos que ese sentido comunitario se ha desintegrado, cuando se trata de uno de los valores principales del cristianismo".
PERSECUCIÓN INHUMANA
Los primeros jesuitas que pisaron tierras niponas fueron los españoles Francisco Javier, Cosme de Torres y Juan Fernández, el 15 de agosto de 1549. A partir de su llegada, durante medio siglo se establecieron decenas de comunidades cristianas, sobre todo en Nagasaki, ciudad que hoy alberga un monumento en memoria de los 26 cristianos que fueron crucificados en 1597.
Cuenta Reyes que los misioneros establecieron contacto con los sabios japoneses, con quienes intercambiaron conocimientos en las ciencias y la astronomía. "Esa era la especialidad de los jesuitas: la tradición universitaria. Ellos entendían que la evangelización implicaba conocer a la persona de manera integral. Exploraron todas las áreas del conocimiento para descubrir ese nuevo mundo. Creían que sólo así iban a conocer el proyecto de Dios".
Aunque en un principio los misioneros fueron aceptados, con el paso del tiempo, dice Reyes, el auge de las comunidades cristianas generó desconfianza entre los señores feudales, quienes tenían miedo de que los sacerdotes estuvieran al servicio de algún Imperio de Occidente, lo cual era mentira, porque esa era la primera expedición jesuita que no dependía de ningún gobierno.
"Había temor a una eventual colonización. Además, creció la tensión entre los misioneros cristianos y los bonzos (monjes budistas). En realidad nunca hubo una sola persecución, sino muchas", señala Reyes. Y es que a diferencia de lo que sucedió en la Nueva España o en el Alto Perú, en Japón los jesuitas llegaron sin ser solicitados, agrega Reynoso.
La caza masiva de cristianos comenzó en 1603. Los creyentes escondidos eran conocidos como kakure kirishitan. Durante alrededor de 250 años, la paranoia a una invasión extranjera se propagó entre la sociedad japonesa. Nadie podía entrar ni salir del archipiélago. Los cristianos practicaron su fe en catacumbas y cientos de ellos fueron sometidos a torturas como la inanición, la mutilación o la decapitación. Fue hasta 1947 cuando el gobierno japonés declaró al cristianismo como "una religión libre de practicar". Según la Conferencia Episcopal de Japón, hoy hay 444 mil 441 católicos en ese país.
En una entrevista con The New York Times, el director dijo que lo que más le llamó la atención de esta historia fue la fortaleza que puede tener la fe de un hombre frente al martirio o la tentación. A sus 73 años, Scorsese se ha reconciliado otra vez con su credo. Y ante la tormenta que se avecina, ha dicho Francisco, Dios es lo único que puede salvar al hombre.