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¿Es el dinero gratis la respuesta a la desigualdad?

En un ensayo que se halla a medio camino, Finlandia da a residentes desempleados 13 mil 440 euros por un lapso de dos años.

Finlandia anunció en 2016 un experimento socioeconómico sin precedentes. A partir del primero de enero de 2017, dos mil finlandeses desempleados recibirían 560 euros al mes durante dos años, sin condiciones, y el gobierno estudiaría la forma en que el dinero afectó sus vidas. Finlandia quería saber si la mensualidad, llamada ingreso básico, liberaba a las personas para que trabajasen a tiempo parcial o por su cuenta mientras buscaban algo permanente, un escenario poco frecuente bajo el actual sistema de prestaciones.

Una economía robusta permite que la mayoría de las personas prosperen por sí mismas. Pero a veces las destrezas se vuelven obsoletas, las personas pierden su empleo o se enferman. El ingreso básico provee un subsidio regular para que sus necesidades fundamentales queden cubiertas sin importar la circunstancia. En su forma más auténtica, el ingreso básico universal se les daría a todos. Este experimento no es universal, pero si al gobierno le gustaban los resultados, con el tiempo podía serlo.

Históricamente, la idea del ingreso básico surge cuando se quiere corregir un error económico. Está en la obra 'Utopía', de Tomás Moro de 1516, que describe una sociedad sin crimen porque puede "asegurar a cada uno su subsistencia de modo que nadie se viese obligado por necesidad a robar". Aparece también en un opúsculo de 1796 del teórico político Thomas Paine, quien abogó por la creación de un "fondo nacional" del cual "cada persona, rica o pobre", recibiría quince libras esterlinas cuando alcanzara la edad de 21 años y diez libras cada año a partir de los cincuenta. Se suponía que los recursos de la Tierra estaban disponibles para todos, argumentó Paine, por lo que la gente merecía "compensación parcial por... el sistema de propiedad de la tierra".

Ante la creciente desigualdad de los ingresos, el frágil sistema de salud y la probabilidad de que la tecnología pronto eliminará muchos puestos de trabajo, el ingreso básico ha vuelto a ponerse de moda en Estados Unidos. Si las predicciones de la consultora PwC y el McKinsey Global Institute son correctas, decenas de millones de estadounidenses verán la automatización de sus trabajos en la próxima década. Tales presiones han llevado a líderes empresariales como Richard Branson, Elon Musk y Mark Zuckerberg a apoyar la idea. En julio, Hawái se convirtió en el primer estado en legislar un estudio formal sobre el ingreso básico. Al mismo tiempo, Y Combinator Research está planificando un ensayo de cinco años en Estados Unidos que involucra a tres mil residentes de dos estados aún por anunciar. Este proyecto será más grande y más largo e incluirá pagos más altos (mil dólares al mes) que los de Finlandia, pero su costo de 60 millones de dólares será financiado y administrado de manera privada. Ahí es donde entra Finlandia, hasta ahora, el único país dispuesto a intentarlo desde una vía gubernamental.

Tres cuartas partes de Finlandia están cubiertas de bosques, y después de la Segunda Guerra Mundial el país suministró madera, papel y otras materias primas para reconstruir las economías europeas. En cuestión de décadas dejó de ser el primo rústico del continente para convertirse en un país moderno y rico. Ajustado a la inflación, el ingreso promedio de una familia finlandesa se duplicó de 1948 a 1979. Las cosas mejoraron aún más en 1992, cuando Nokia introdujo su primer teléfono móvil. En su apogeo, la compañía representó el 4 por ciento del producto interno bruto del país.

Con su riqueza, Finlandia creó una red de instituciones sociales diseñadas para garantizar que todos tuvieran una cierta calidad de vida. Kela, como todos llaman al Instituto de la Seguridad Social del país, fue fundado en 1937 para administrar un programa nacional de pensiones y desde entonces se ha ampliado para abarcar alrededor de 40 prestaciones.

El país paga sus programas sociales con impuestos relativamente altos. El progresivo impuesto sobre la renta de Finlandia alcanza un 31 por ciento, pero los impuestos locales y las contribuciones a las pensiones pueden llevar la tasa efectiva a cerca del 50 por ciento. Kela redistribuye unos 15 mil millones de dólares cada año, por lo que la nación tiene uno de los niveles más bajos de desigualdad de ingresos en Europa. El 20 por ciento más rico de los finlandeses gana cuatro veces más que el 20 por ciento más pobre; en Estados Unidos esa diferencia es de ocho. El ingreso anual medio es de aproximadamente 43 mil dólares, un cuarto menos que en Estados Unidos, pero muy por encima de Italia y España. Esa seguridad financiera viene aparejada con un inconveniente: las compras cotidianas pueden ser caras.

Finlandia tiene también otros problemas. Como Estados Unidos y el resto de Europa, sufre pérdidas de empleos en la industria manufacturera y lentitud económica. Además, el declive de Nokia frente a los teléfonos inteligentes coincidió con la recesión de 2008, dos crisis de las que el país no se ha recuperado. Su tasa de desempleo es del 7 por ciento, casi el doble de Estados Unidos. Con más personas dependiendo de Kela, la deuda pública casi se duplicó de 2008 a 2015. El año pasado, Finlandia redujo la duración de la prestación por desempleo con la esperanza de ahorrar alrededor de 200 millones de euros al año.

Por años el país ha tratado de eliminar la prestación que hace que las personas sean más proclives a seguir en el desempleo. En el invierno de 2015, el gobierno emprendió un estudio formal, dirigido por Kela, para ver si el ingreso básico era viable. Kela diseñó el experimento con la ayuda de expertos y economistas de todo el continente, siguiendo los parámetros establecidos por el gobierno. Los pagos comenzarían en enero de 2017 y durarían dos años, concluyendo a tiempo para las elecciones parlamentarias de 2019. El entonces jefe de investigación de Kela, Olli Kangas, supervisó el proyecto.

El primer paso fue estudiar los ensayos realizados en otros países. Hubo uno dirigido en Kenia por una organización sin fines de lucro, pero allí se necesitaron solo 22 dólares al mes para sacar a la gente de la pobreza. Irán otorgó a sus ciudadanos pagos mensuales de 2011 a 2016, pero fueron temporales, diseñados para compensar el aumento del precio de la gasolina a medida que el gobierno eliminaba gradualmente los subsidios. Resultó que los estudios más sólidos, y los que encajaban mejor con los objetivos de Finlandia, habían sido realizados por un país que difícilmente implementaría el ingreso básico: Estados Unidos.

En enero de 1968, el presidente Lyndon Johnson estableció una comisión para examinar alternativas al sistema de asistencia social estadounidense. El panel recomendó un "programa de apoyo al ingreso básico" en el que cada ciudadano adulto recibiría 750 dólares anuales (unos 5 mil 200 dólares actuales), con 450 dólares adicionales por niño. Nunca cristalizó, por supuesto. Pero la idea flotó sobre Washington durante años (Richard Nixon la incluyó en su Plan de Asistencia Familiar de 1969, que nunca entró en vigor) e inspiró varios experimentos a escala municipal y estatal para evaluar las respuestas de las familias de bajos ingresos a diferentes niveles de impuestos y prestaciones. El más grande, en Denver, duró desde 1971 hasta 1982 e involucró a 4 mil 800 familias. Los cambios reportados fueron menores, el dinero no sacó a la gente de la pobreza ni cambió radicalmente sus vidas. Para cuando los experimentos concluyeron a principios de la década de 1980, el presidente Ronald Reagan intentaba reducir los programas federales de bienestar en lugar de expandirlos, y el país pasó página.

Aun así, esos estudios fueron lo mejor que Finlandia pudo encontrar. A Kangas le gustó su enfoque en las familias de bajos ingresos. Marjukka Turunen, directora de gestión del cambio de Kela, sugirió reducir el alcance a aquellos que también estaban desempleados, pues Kela ya tenía sus nombres e información de ingresos. El Parlamento determinó que el número de participantes sería dos mil, y sus cheques de desempleo serían reemplazados por el pago mensual de 560 euros, la cifra promedio que recibía alguien en el paro. Además, si la persona era beneficiaria de otros programas, éstos continuarían.

A Kangas le disgustaron esos cambios. La inclusión de otros beneficios hacía que los efectos del ingreso básico fueran más difíciles de cuantificar. Y dos mil personas era un universo muy pequeño. "No sé cómo llegaron a ese número. Fue un proceso muy complicado. Había un continuo juego político tras bambalinas que yo no podía ver", dice.

Los participantes se seleccionaron entre 177 mil personas. Juha Jarvinen sabía que era ingenuo esperar un ingreso básico, pero lo deseaba. "Lo leí en los periódicos y lo quería", me dijo cuando lo visité en su casa en la zona rural de Finlandia. Llevaba seis años en el paro cuando se anunció el experimento. Steffie Eronen vivía en Mikkeli, una ciudad tranquila en el sudeste del país, cuando supo que había sido seleccionada. Ambos recibieron la carta de aviso de Kela en diciembre de 2016, ambos aceptaron que hiciera un seguimiento de su primer año con el ingreso básico y ver los cambios, si es que se producían, en sus vidas.

Cuando recibió su primer pago, "fue como una mañana de Navidad", cuenta Jarvinen, aunque fueran menos euros de los que recibía antes. "Sí, tengo cien menos cada mes, pero soy libre", dijo. "Ahora de verdad puedo empezar a trabajar y luego… ¡No sé!"

Cuando Eronen recibió la carta, llevaba un año en un curso de capacitación en línea que, de aprobarlo, le permitiría ingresar como servidora social a tiempo completo en una universidad. Los cursos no iban muy bien, porque siendo alemana, no dominaba el finés con soltura. Además, la prestación por desempleo, que ascendían a unos 950 euros al mes, estaba supeditada a su inscripción en la escuela; sería cancelada si ella no aprobaba sus cursos. "Pero el ingreso básico no tiene ningún condicionante", dijo Eronen. "Aunque la cantidad de dinero es menor, hay una sensación de libertad. Podría conseguir un trabajo de medio tiempo".

En marzo, dos meses después de que comenzaran a llegar los pagos, ella solicitó empleo en un supermercado, una oficina de correos y algunas tiendas, un trabajo que no podría haber tenido mientras siguiera recibiendo el subsidio del desempleo. No la contrataron. En junio, su entusiasmo por el ingreso básico había disminuido. "No he decidido si me gusta o no", dijo. "Si no encuentro trabajo, entonces nada ha cambiado". Jarvinen también tenía problemas para transformar su sensación de libertad en un cambio significativo. Hablaba a menudo sobre "comenzar mi nueva compañía", pero seis meses después todavía no había decidido qué hacer.

Mientras tanto, en Kela, el primer cambio que notó Turunen fue que muchos participantes habían vuelto a la escuela, como había sucedido durante los ensayos en Estados Unidos en los años setenta. También descubrió que las personas informaron sentirse menos estresadas. No era exactamente lo que pretendía Finlandia, pero Turunen estaba contenta de todos modos. "Ese es el objetivo del ingreso básico", dice. "Puedes hacer con él lo que necesites".

Los investigadores de Kela originalmente concibieron el experimento como el primero de una serie que los ayudaría a comprender las implicaciones de expandir el ingreso básico en todo el país. "Con el ingreso básico, habrá muchos ganadores, pero también habrá muchos perdedores", dice Kangas. "Tenemos que estudiar a los perdedores". Por un lado, señala, para proporcionar a los finlandeses el nivel de seguridad financiera que disfrutan con el actual sistema, los pagos de ingreso básico tendrían que ser al menos del doble de los de la prueba. Y para pagarles a todos, el país tendría que cambiar su estructura fiscal.

En sus propuestas para nuevos estudios, los investigadores estimaron que se requeriría un impuesto fijo de alrededor del 55 por ciento. Pero en los sondeos nacionales, cuando se planteó la posibilidad de un impuesto fijo de esas características, el porcentaje de finlandeses que respaldaban el ingreso básico disminuyó de 70 a 30. El gobierno también perdió el entusiasmo con el ingreso básico a medida que los resultados se han vuelto más claros. Turunen y Kangas dejaron el experimento a mediados del año pasado. Kangas es ahora uno de los directores de Kela, mientras que Turunen encabeza la reorganización de los 300 municipios de Finlandia en un sistema de 18 regiones. El primer ministro Juha Sipila declinó una solicitud de entrevista, pero en sus discursos también ha tomado distancia del ingreso básico, enfatizando en cambio la necesidad de incitar a personas como Eronen y Jarvinen a encontrar empleos a tiempo parcial.

El año pasado, el gobierno aprobó nuevas restricciones a las prestaciones por desempleo, penalizando a las personas que rechazan trabajos que están por debajo de su nivel educativo y experiencia o a cierta distancia de sus hogares. "Todavía creo en el experimento", dice Pirkko Mattila, ministro de Asuntos Sociales y Salud y uno de los parlamentarios que trabajó con los investigadores de Kela en el estudio. "El gobierno tiene un objetivo de empleo, así que ya sean restricciones o este experimento, vale la pena intentarlo".

Finlandia también lucha con la idea de dar dinero a la gente sin exigir nada a cambio. Eronen dice que ha recibido comentarios desagradables de conocidos. "Es frustrante, dicen que la gente de ingreso básico es floja". Jarvinen tiene experiencias similares: "La gente me dice que no quiero trabajar. Claro que quiero, creo que toda persona quiere hacer algo con su vida".

La confianza es quizás el aspecto más radical del ingreso básico. Dar dinero exige que el gobierno tenga fe en que las personas saben lo que es mejor para ellas, que tengan, en general, suficiente inteligencia y previsión para aprovechar al máximo esos recursos. En casi todos los estudios del ingreso básico realizados hasta ahora, esta fe ha sido confirmada. El poco dinero que se malgasta en vicios está más que compensado por lo que se gasta en comestibles o en el cuidado infantil. Pero confiar en que esto será verdad universal requiere un gran salto de fe. En 2016, los ciudadanos de Suiza rechazaron abrumadoramente una propuesta que les habría dado a cada uno el equivalente a 2 mil 555 dólares al mes. Las encuestas mostraron que no creían que era correcto que a las personas se les diera algo gratis.

"Pase lo que pase en este experimento, no es realista pensar que el ingreso básico se implementará en Finlandia", dice Kangas. "La política es a menudo mucho más fuerte que los resultados científicos".

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