TRABAJOS DEL FUTURO
En la primavera de 1994, llegaron los verdugos de Abdoul Salam Nizeyimana. Fue dos semanas después de que el gobierno de mayoría hutu intensificara su persecución de décadas contra la minoría tutsi, haciendo un llamado a la gente para masacrar a todos los tutsis. La familia de Nizeyimana era tutsi, y no pasó mucho tiempo para que los asesinos tocaran a su puerta. Nizeyimana, quien tenía tres años en ese momento, se escondió debajo de la cama con su madre y dos hermanos. El padre salió, probablemente en un intento por convencer a la milicia de que su familia no estaba en casa. Nizeyimana los escuchó hablar brevemente, y luego no pudo escuchar a su padre más, lo habían asesinado a machetazos y, luego, entraron en la casa y encontraron al resto de la familia. Atacaron a todos, incluido Nizeyimana, quien recibió un golpe en la parte superior de la cabeza. Todos murieron, todos menos él.
Nizeyimana recuerda los siguientes años como momentos aislados, como puntos desconectados en un gráfico. En un instante estaba en un refugio para sobrevivientes y, en otro, su abuela lo había encontrado ahí. Ella lo acogió y recuerda a un niño estudioso, pero Nizeyimana lo evoca de manera diferente. "Era un niño obstinado en la escuela y causé muchos problemas a mi abuela", dice. "Los primeros dos años de escuela fueron muy, muy difíciles".
Las cosas cambiaron en su adolescencia cuando su tío y principal benefactor le dijo un día "puedo pagar la colegiatura de tu escuela, puedo ayudarte a crecer, puedo construir una casa para ti, pero no puedo ser un hombre en tu lugar'", recuerda Nizeyimana. Así que estudió… y mucho. Primero obtuvo una carrera técnica en energías renovables y luego una ingeniería en eléctrica y electrónica, a la par malabareaba diferentes trabajos .
El esfuerzo valió la pena. Hoy, Nizeyimana lidera un equipo de jóvenes en Ruanda que lanzan y recuperan drones autónomos que entregan sangre a hospitales remotos. El ruandés de 27 años puede ser la persona que más sabe en el planeta sobre lo que se necesita para llevar a cabo una operación de entrega con drones día a día.
Mientras los gigantes tecnológicos como Amazon.com y Alphabet generan titulares sobre sus pruebas de entregas con drones, el empleador de Nizeyimana, Zipline International Inc., comenzó un servicio comercial real en 2016. La empresa, respaldada por pesos pesados de Silicon Valley como Sequoia Capital, tiene su sede en California, pero decidió abrir su primer centro de distribución en Muhanga, al oeste de Kigali, la capital de Ruanda. Nizeyimana y sus compañeros de trabajo han completado más de ocho mil vuelos con unas 15 mil unidades de sangre para 21 hospitales en la región occidental de Ruanda. La compañía espera en cualquier momento la autorización de Autoridad de Aviación Civil de Ruanda para prestar sus servicios en la mitad este del país.
Las conversaciones de Zipline con el gobierno de Ruanda comenzaron a principios de 2015, cuando la compañía se acercó a varios gobiernos africanos. Los fundadores de la startup sabían que querían hacer algo en el cuidado de la salud, pero no estaban seguros de qué ofrecer exactamente. Fue el gobierno de Ruanda el que sugirió comenzar con la sangre: gran parte del país está conectado por sinuosas carreteras en las montañas que desaparecen en las temporadas de lluvia, lo que dificulta que los hospitales obtengan sangre durante las emergencias. Ruanda estuvo dispuesta a cambiar sus regulaciones para hacer del proyecto una realidad y abrió su espacio aéreo para los drones de la compañía. En abril de 2016, la firma anunció que planeaba comenzar pronto su primer servicio de entrega en Ruanda.
Un mes después, Nizeyimana escuchó acerca de Zipline, en un evento sobre África del Foro Económico Mundial, donde la startup de California tenía un stand. Nizeyimana dejó la conferencia escéptico. Tras emprender un proyecto de entrega con drones prácticamente sin éxito en la escuela, descubrió lo difícil que era hacer que un sistema así funcionara. También sabía que corporaciones mucho más grandes que Zipline estaban luchando por lograr avances en la tecnología. Pero por casualidad, unas semanas más tarde, una empresa estadounidense necesitaba a alguien para reparar su generador y un amigo recomendó a Nizeyimana para el trabajo. Cuando Nizeyimana se presentó, la compañía necesitada resultó ser Zipline, que estaba sentando las bases para su primer centro de distribución. Intrigado de que la firma avanzara, envió un correo electrónico para decir que quería postularse. En septiembre de 2016, se convirtió en su primer empleado local contratado. Hoy, el personal en el país, unas 20 personas, es casi en su totalidad ruandés.
Aunque los drones vuelan de manera autónoma, hay una sorprendente cantidad de trabajo en la ejecución de una operación de entrega con drones. En el centro de distribución de Zipline, hay dos trabajos principales: operadores de cumplimiento, que empaquetan la sangre solicitada; y operadores de vuelo, que es lo que hace Nizeyimana. Cuando llega un pedido, ensambla la nave, empaqueta las bolsas de sangre y coloca el equipo en un lanzador, que lo catapulta al aire. Cuando la aeronave regresa, un robot la atrapa y luego dos personas la desarman. Cuando las cosas se rompen, como invariablemente pasa, es el momento en que Nizeyimana parece más animado, encorvado sobre la pieza rota con una herramienta en la mano. Dice que se queda dormido la mayoría de las noches pensando en lo siguiente que espera solucionar.
Nizeyimana hoy se está preparando para un posgrado en robótica, potencialmente en el extranjero, pues el trabajo le hizo darse cuenta de cuánto más hay para aprender. Pero no es solo la pura curiosidad lo que impulsa la siguiente etapa de su vida: considera que puede servir mejor a Ruanda si está mejor educado y mejor calificado. Señala que Ruanda se convertirá en el Singapur de África en la próxima década y media, repitiendo una aspiración comúnmente expresada en el país. Es tremendamente sublime: Singapur disfruta de la quinta calidad de vida más alta del mundo, en comparación con Ruanda en el puesto 159, pero Nizeyimana considera que es su obligación personal ayudar al país a llegar allí.
Es mucho para un joven de 27 años, pero no está solo. Ruanda, donde la edad media es 19 años, está llena de jóvenes como él que hablan con esta mezcla de extrema ambición, optimismo y deber. Han pasado 24 años desde el genocidio, y el país ha recorrido un largo camino, la economía, por ejemplo, se ha multiplicado por siete. Sin embargo, pocos se quedan quietos para celebrar, están impacientes por el futuro.
Nizeyimana dice que su impulso viene de la absoluta improbabilidad de que sobreviviera: con una herida abierta en la cabeza, en una ciudad donde había poca comida, poca agua y mucho menos un sistema de salud en funcionamiento, rodeado de personas que sistemáticamente se movilizaron para asegurar su muerte... él vivió. "Si tuviera otra oportunidad de vivir, ¿querría usar esa oportunidad para beber muchas cervezas o comprar autos? ¿Para qué debería usar la segunda oportunidad?", dice. "Servir a la comunidad y tener un impacto en la vida de otras personas es lo que tiene sentido para mí".