Frustrados por la escalada en la crisis de los opiáceos y sin estrategias eficaces para afrontarla, los gobiernos estatales en Estados Unidos se están lanzando contra las farmacéuticas. Más de la mitad se han sumado a una investigación sobre si las empresas tienen la culpa de la epidemia, porque comercializaron sus analgésicos de manera demasiado agresiva, minimizando el riesgo de adicción que podían provocar. Algunos ya han presentado demandas por daños y perjuicios.
Hay buenas razones para que los estados, y algunas ciudades, tomen este camino. En la década de 1990, los fabricantes de opiáceos empujaron sus productos con mucha fuerza entre los consumidores, argumentando que el riesgo de adicción era bajo. Los médicos, que habían reservado esos productos para tratar el dolor en enfermedades terminales, fueron persuadidos para recetarlos en casos de dolor agudo y crónico de todo tipo. Las prescripciones se dispararon y, junto a ellas, la incidencia de adicciones y abuso. Ahora, unos 2 millones de estadounidenses son adictos y muchos han volteado a la heroína y otras drogas ilegales.
Los médicos aceptaron fácilmente la evidencia endeble de que la prescripción ilimitada de opioides era segura. Muchos tardaron en reconocer signos de abuso entre los pacientes o tratamientos alternativos para las personas más vulnerables a generar una adicción a los medicamentos que recetaban.
Si suficientes estados y ciudades demandan, los fabricantes de opiáceos podrían ser persuadidos de llegar a un acuerdo. Eso eventualmente podría ayudar a los gobiernos a pagar el tratamiento de varios adictos y los esfuerzos policiales contra la creciente ola de uso ilegal de opioides, muchos de los cuales pasan por México.
Las acciones de los estados en EU también deben fortalecer las acciones contra el uso excesivo de opiáceos en medicina. La buena noticia en ahí es que el número de recetas con ese tipo de medicamentos para pacientes en EU llegó a su máximo histórico hace siete años y desde entonces esa cifra ha disminuido un 13 por ciento. El aumento continuo de la mortalidad se debe en gran medida al uso callejero de heroína y fentanilo ilegales.
No obstante, los niveles de prescripción de opiáceos siguen siendo demasiado elevados: tres veces los que eran en 1999 y casi cuatro veces los observados en Europa actualmente. De una manera u otra, los fabricantes de esos medicamentos deben ser persuadidos a unirse al esfuerzo para reducir su consumo.
Bloomberg Businessweek