En los últimos días de noviembre, José Antonio Meade presentó su renuncia a la secretaría de Hacienda con el propósito de convertirse en precandidato del PRI a la presidencia de la República.
En realidad, Meade fue el seleccionado por el presidente Enrique Peña Nieto para tratar de sucederlo en la presidencia, y por esa razón fue que renunció para convertirse en precandidato.
En el PRI existe una tradición, no interrumpida, que señala que el presidente en funciones tiene el derecho de elegir al candidato presidencial de ese partido.
Eso es lo que en la picaresca política mexicana se ha denominado 'el destape'; lo que el presidente Peña en diversas ocasiones caracterizó como 'la liturgia' priista.
Algunos presidentes en el pasado trataron de disfrazar el mecanismo haciendo aparecer el proceso como una competencia interna, pero la realidad es que ningún presidente en funciones ha renunciado a tan peculiar 'derecho' no escrito.
El caso de Meade es singular. Se trata del primer no militante priista en la historia que será postulado por el PRI. Nunca antes se había considerado siquiera esta posibilidad.
Por eso, hubo que hacer una reforma a los estatutos del partido en agosto para permitirlo.
Pero también se trata del primer funcionario público que ha tenido cargos a nivel ministerial en dos distintos gobiernos de partidos diferentes.
En el gobierno del panista Felipe Calderón fue secretario de Energía y Hacienda. Y en el del priista Enrique Peña fue titular de Relaciones Exteriores, Desarrollo Social y nuevamente Hacienda.
Eso lo hacía aparecer como un tecnócrata eficiente, pero hasta hace algunos meses, muchos no lo veían como un aspirante serio para ser elegido por el presidente Peña.
En la ya larga trayectoria de Meade, una de las peculiaridades es que nunca se le ha podido cuestionar por temas de corrupción, lo que lo hace una rara especie en el sector público mexicano.
Quizás el hecho de ser 'no priista', sino un tecnócrata altamente competente y tener una trayectoria caracterizada por la honestidad, además de tener una alta capacidad de interlocución con personajes de todas las tendencias políticas, fueron los atributos que consideró Peña para hacer su selección.
El proceso electoral de 2018 va a tener como uno de sus ejes principales, si no es que el principal, el tema de la corrupción. La percepción pública es que ese mal de los funcionarios se encuentra en los niveles más elevados de toda la historia. Cierto o no, es la percepción que existe.
Y quien ha levantado la bandera anticorrupción más alto es Andrés Manuel López Obrador, el virtual candidato de Morena, quien buscará por tercera ocasión llegar por fin a la presidencia de la República.
Las dos ocasiones anteriores lo hizo por alianzas de partidos de izquierda encabezadas por el PRD. Ahora lo hará por el partido que fundó, Morena, con el respaldo del Partido del Trabajo, una fuerza política pequeña con presencia solo en algunos estados del norte del país.
Meade deberá tratar de que los malos antecedentes de los funcionarios del PRI no se le endosen, sino que los probables votantes distingan su historia personal de la de gobernadores priistas como Javier Duarte o Roberto Borge, por citar casos polémicamente emblemáticos.
Pero Meade tiene otro reto: no separarse demasiado de los priistas, quienes podrían optar por un candidato más cercano a las tradiciones de su partido, como el propio López Obrador.
Seguramente toda la campaña que realice el exsecretario de Hacienda va estar caracterizada por esta tensión entre la necesidad de separarse de la mala imagen del PRI, pero manteniendo el voto duro del que goza ese partido.
Las encuestas refieren que la intención de voto por el PRI se puede ubicar en un rango de 20 a 25 por ciento, lo que significa una cifra insuficiente para ganar la elección presidencial. Por eso se requiere que, por lo menos otro 15 por ciento de los electores pueda inclinarse por Meade.
La posibilidad de que esto suceda tiene también mucho que ver con la dinámica de la oposición, en particular con el PAN y el PRD, que han integrado un frente opositor, el Frente Ciudadano por México.
Si hubiera un candidato fuerte del Frente, quizás las oportunidades de captar votos no priistas por parte de Meade serían bastante más limitadas.
Pero, la renuncia de Margarita Zavala al PAN y su proyecto para contender como independiente, así como las divisiones que se han dado al interior del Frente respecto al método de selección del candidato presidencial, han debilitado, de acuerdo con las encuestas, la intención de voto hacia esta coalición.
Si a lo largo de la campaña se percibe que las posibilidades de triunfo del candidato del Frente, probablemente Ricardo Anaya, o de Margarita Zavala como independiente, son escasas, se podría generar un desplazamiento del voto hacia Meade.
Es lo que usualmente se ha denominado como "voto útil", pues los electores reflexionan respecto a la conveniencia de dar su voto a algún candidato que tenga posibilidades reales de ganar y que esté más cerca de su preferencia ideológica, aunque no sea su primera opción.
Esta posibilidad será aún mayor en el caso de una fragmentación del voto entre diversas opciones.
De acuerdo con las encuestas, la salida de Margarita Zavala del PAN ya colocó al PRI en segundo lugar, detrás de López Obrador. Previamente estaba en tercera posición. Faltará ver la dinámica de las campañas, cuando éstas realmente comiencen en marzo.
Cuando en las encuestas se pregunta por qué partido nunca se votaría, usualmente aparece en primer lugar el PRI, como el partido más rechazado, pero está en segundo lugar Morena, y particularmente López Obrador.
La estrategia del PRI será tratar de reducir el rechazo que genera entre amplios segmentos del electorado.
Pero la estrategia de la oposición va a ser impedirlo, buscando la manera de que se haga la conexión entre la imagen de Meade y los peores rasgos del PRI.
Así que la tarea de quien va a ser el candidato priista no va a ser nada fácil.
Sin embargo, en las dos últimas elecciones presidenciales en México las campañas han traído consigo grandes cambios en las preferencias electorales.
Peña Nieto empezó con una ventaja de poco más de 20 puntos sobre López Obrador y ganó solo con poco más de seis de diferencia. En 2006, López Obrador llegó a tener más de 10 puntos de ventaja frente a Felipe Calderón y terminó perdiendo por cerca de medio punto.
Si se repiten estos patrones, las cifras que las encuestas revelan ahora y que dan amplia ventaja a López Obrador, van a ser muy distantes del resultado de las elecciones del 1 de julio.
Sobre esta perspectiva, Meade tratará de realizar una hazaña más. Ya logró ser el único funcionario que ha estado en dos gobiernos de diferentes partidos en primer nivel. Ya se convirtió en el primer no militante del PRI que será candidato de ese partido a la presidencia de la República.
Ahora tendría que ser el segundo candidato presidencial que derrota a López Obrador, viniendo en desventaja.
No será fácil, pero parece que Meade tiene práctica en hacer cosas inusuales. Veremos.
Esta nota fue publicada originalmente el 7 de diciembre de 2017