¿Alguna vez tuvo una gran discusión con su pareja y creyó que había ganado? ¿Pero luego se dio cuenta de que la satisfacción momentánea de la victoria era insignificante frente a la benevolencia perdida? Y si su pareja se siente triste, probablemente terminen sintiéndose igual.
Esa es la mejor analogía de lo que está sucediendo ahora con el TLCAN. El resultado final probablemente será satisfactorio y, de alguna manera, incluso podría ser un poco mejor para Estados Unidos. Sin embargo, por la forma como sucedió, el precio no parece valer la pena.
En abstracto, la teoría detrás de la renegociación del TLCAN por parte del presidente Donald Trump tiene sentido. Su opinión es que los acuerdos comerciales multilaterales requieren la aprobación de demasiadas partes, las negociaciones tardan demasiado tiempo y terminan por diluirse.
Entonces, a Estados Unidos le podría ir mejor con las negociaciones bilaterales e incluso podría tener más poder de negociación, debido a su tamaño y a su capacidad para dictar los términos.
Con ese modelo en mente, la administración Trump emprendió la renegociación del TLCAN. Después de todo, el comercio fue un tema importante en la campaña de Trump, por lo que tenía que hacer algo. Y esto fue algo.
Sin embargo, hay razones para creer que este modelo no se aplica del todo. El Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, o TPP por sus siglas en inglés, ya existía y podría haber actualizado al TLCAN, ya que incluye tanto a Canadá como a México.
Trump podría simplemente haber apoyado al TPP, y tenía la libertad y el poder de negociación para solicitar modificaciones. Unirse al TPP también habría ayudado a resolver el problema de Trump con China, al poner en jaque el crecimiento económico de China en algunas partes de la región del Pacífico.
El problema es que el TPP no fue creación de Trump, sino que es el producto de la administración anterior y el presidente Barack Obama lo promovió enérgicamente durante su último año en el cargo. Por lo tanto, a Trump le hubiera resultado difícil atribuirse el mérito.
Además, está la pregunta de si Estados Unidos está obteniendo un mejor trato al negociar primero con México y luego con Canadá. Lo que se sabe sobre el acuerdo hasta ahora muestra solo cambios modestos.
Para evitar los aranceles, el 75 por ciento de un automóvil tiene que fabricarse en Estados Unidos o México, a diferencia del 62,5 por ciento anterior.
Entre el 40 y el 45 por ciento del contenido debe ser fabricado por trabajadores que ganan al menos 16 dólares por hora, lo que cubriría a EU, pero no a los trabajadores mexicanos.
Eso trasladaría parte de la producción a EU, pero también elevaría el precio de los automóviles para los consumidores del país. Las normas sobre la protección de la propiedad intelectual se aplicarán de manera más estricta, pero, de todas formas, esa ha sido la tendencia mundial.
El pacto no resuelve la actual crisis arancelaria entre EU y México sobre el acero y el aluminio, ni incluye a Canadá por ahora.
Sin duda, surgirán más detalles. Pero perdóneme si no me siento abrumado por estas mejoras. Posiblemente el nuevo acuerdo debilitará las disposiciones de protección de los inversores en el TLCAN, un cambio aceptable pero no importante.
Las empresas de energía de Estados Unidos podrían recibir un mayor acceso a los mercados mexicanos, lo que limita la actual posición privilegiada del sector energético estatal de México.
En general, probablemente este acuerdo es mejor para Estados Unidos económicamente hablando. Puede mejorar si Canadá se une, y dado el calendario legislativo, se puede esperar que Trump presente a los funcionarios canadienses una oferta de "tómalo o déjalo". Tenga en cuenta también que es probable que muchas partes del acuerdo se parezcan al TPP.
Pero de nuevo: ¿a qué precio? Los canadienses y los políticos canadienses ahora se sienten menospreciados, y será más difícil que Canadá apoye en el futuro las iniciativas de EU, en especial las dirigidas por Trump.
Es posible que pase mucho tiempo hasta que Canadá se sienta como un socio más o menos igualitario. Mientras tanto, EU y Canadá mantienen relaciones y negociaciones constantes sobre derechos de agua, temas fronterizos y migratorios, intercambio de inteligencia, prevención del terrorismo y la presentación de un frente (relativamente) unido contra otras potencias extranjeras, incluida Rusia en el Ártico.
Las ganancias marginales en el comercio simplemente no parecen valer el deterioro en la relación. ¿Y debería México sentirse realmente valorado por ser el primero en ingresar al acuerdo? Seguramente debe saber que podría no ser la parte favorecida la próxima vez.
No obstante, es probable que Trump obtenga su victoria, al menos si el Congreso se muestra receptivo. Pero había una manera mucho más sencilla, una que, en vez de dejar la reputación de Estados Unidos hecha añicos una vez más, habría mejorado la posición internacional del país. Tristemente, como era de esperar, el presidente no la tomó.
Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños. Ni de El Financiero.
*El autor es columnista de Bloomberg. Es profesor de Economía en la Universidad George Mason