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Hawking y su gran lección de vida: es bueno equivocarse

Stephen Hawking, una de las mentes más brillantes del mundo, demostró que el secreto de la genialidad radica también en errar, además de la humildad y la voluntad.

En 2002, el futuro ganador del Premio Nobel, Peter Higgs, se reunió con varios colegas físicos en una cena en Edimburgo. Las bebidas fluyeron y fueron seguidas por la invectiva profesional.

De acuerdo con un artículo publicado en el Scotsman la mañana siguiente, los físicos reunidos estaban frustrados, y tal vez un poco celosos, de Stephen Hawking.

"Es muy es difícil involucrarlo (a Hawking) en la discusión, y entonces sale con pronunciamientos de una manera que otras personas no lo harían ", dijo Higgs según citó el diario.

"Su condición de celebridad le da una credibilidad instantánea que otros no tienen".

Higgs tenía motivos para sentirse ofendido.

Dos años antes, Hawking hizo una apuesta pública de 100 dólares que el bosón de Higgs -una partícula subatómica cuya teoría fue expuesta en la década de 1960 -nunca se encontraría.

En física profesional y cosmología, donde estar en lo correcto es la ruta más segura hacia las recompensas profesionales, era equivalente a un insulto.

Y Higgs, cuyo legado fue esa partícula, lo tomó en forma personal.

Para Stephen Hawking, quien murió ayer a los 76 años, no fue personal. Era solo ciencia. Durante años, hizo - y perdió - apuestas públicas sobre cuestiones fundamentales de la física.

No sintió vergüenza en este repudio, sino que se deleitó con él, sabiendo que la ciencia avanza cuando sus participantes se equivocan y también cuando aciertan.

Su disposición a admitir esa realidad a costa de burlarse de sí mismo es una parte importante de su legado como intelectual público, y una lección para nuestros tiempos polarizados.

Como una parte de su legado como intelectual, y una lección para nuestros tiempos polarizados, Hakwings nos enseñó que errar es parte también de vivir.

Las apuestas científicas de alto perfil se remontan al menos hasta fines del siglo XIX. Se han vuelto más comunes en los últimos años a medida que los investigadores aprovechan mejor las tecnologías de comunicación para crear conciencia de preguntas y disputas científicas básicas.

Más que la mayoría de sus colegas, Hawking parecía apreciar las posibilidades.

En 1974, apostó a Kip Thorne, un físico de CalTech, que Cygnus X-1, un objeto brillante en la constelación de Cygnus, no era un agujero negro.

En 1990 anunció que la evidencia acumulada implicaba que había perdido la apuesta (que pagó con una suscripción a Penthouse).

La posterior publicidad elevó el perfil de los agujeros negros - y de Hawking - por años. Hawking continuó apostando.

En 1997, él y Thorne apostaron a otro físico de CalTech, John Preskill, que la información tragada por un agujero negro nunca podría ser recuperada. Si Hawking y Thorne estaban en lo correcto, el hallazgo socavaría los principios de la física.

Hawking trabajó en el problema hasta 2004, cuando utilizó una gran conferencia de física para anunciar que había ideado un cálculo que demostraba que estaba equivocado. Como la parte perdedora, le regaló a Preskill una enciclopedia de béisbol de la cual la información podría ser recuperada fácilmente.

La apuesta atrajo una amplia cobertura en todo el mundo, al igual que la pregunta científica que le dio origen, además del reconocimiento de Hawking de su propio error.

Hawking generalmente hacía las apuestas con amigos y colegas que era poco probable que sintieran molestia de perder ante el célebre científico (lo que, de todos modos, nunca sucedió).

Cuando Hawking apostó contra el bosón de Higgs, la apuesta la hizo con Gordon Kane en la Universidad de Michigan, no con el propio Higgs. La intención era buena: Hawking creía que el hecho de no descubrir la partícula predicha sería más interesante para la física.

Higgs no tomó amablemente la sugerencia y, en lugar de enfrentar a Hawking, continuó cuestionando su erudición.

Siempre un caballero, Hawking no mordió el anzuelo. Después de que el bosón de Higgs fue confirmado en 2012, hizo un espectáculo global para pagar la apuesta de 100 dólares, admitiendo que estaba equivocado y pidiendo que se entregara el Nobel a Higgs, su antiguo crítico.

La humildad y la gentileza de Hawking serían raras en cualquier época, pero sobre todo en un momento en el que admitir incluso el más mínimo error es visto como una debilidad para ridiculizar y explotar.

A medida que importantes campos científicos como el cambio climático y las vacunas se politizan, este tipo de rigidez también influye en cómo los discutimos y no los discutimos.

Los científicos que enfrentan al público se muestran reacios a admitir incertidumbre sobre los datos por temor a que el hacerlo debilite la financiación y el apoyo de su investigación. El resultado: intelectuales bien intencionados que se sienten obligados a presentar la ciencia como una serie de verdades que no deben ser discutidas ni puestas en duda.

Si la vida de Hawking puede enseñar algo a los científicos, los intelectuales públicos y los usuarios de las redes sociales, es que la humildad y la voluntad de cambiar de opinión no son un signo de debilidad, sino de una mente y una forma de gobierno aventurera e intelectualmente comprometida.

Ese es un legado tan valioso como los monumentales logros científicos de Hawking.

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial de Bloomberg LP y sus dueños. Ni de El Financiero

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