Conocí a Jason Zhang en Beijing a través de unos amigos. Jason es un peculiar conductor de Uber que no necesita ese trabajo, lo tomó como pretexto para conocer personas, tiene 22 años y su auto es un Maserati, a leguas se distingue de otros jóvenes chinos.
Tiene otro empleo, en una compañía de medios que produce programas para la televisión, pero no parece estar muy ocupado por éste. Estudió en una academia de golf en Estados Unidos sin terminar los cursos, su padre es director de una importante compañía de recursos humanos y su madre es funcionaria del gobierno. Cuando nos reunimos en un café, llevaba puesto un reloj IWC de cinco mil 500 dólares porque el caro se le había perdido. Le pregunté cuánto dinero tenía, "No sé, más del que puedo gastar", me dijo. Así fue como encontré, en su hábitat, a un ejemplar de esa elusiva estirpe conocida en China como los fuerdai o "ricos de segunda generación".
Según la imagen que da la prensa local, los fuerdai son en China lo que Paris Hilton era en Estados Unidos hace una década. Cada tantos meses hay un escándalo fuerdai, porque se publica la foto de una de ellos a punto de prender fuego a una pila de billetes de 100 yuanes, porque los miembros del ridiculizado grupo Sports Car Club posan al lado de sus Lamborghinis o porque alguno sacó un arma durante una carrera callejera.
En 2013, los informes de una fiesta sexual que organizaron los fuerdai en la playa de Sanya provocaron la indignación popular y hace poco, dos niños ricos se enzarzaron en una competencia pública sobre quién tenía más dinero: la despreciada socialité Guo Meimei publicó fotos en línea de ella misma con 5 millones de yuanes en fichas de casino, su rival respondió con una foto de su cuenta bancaria, donde figuraban 3.7 millones de yuanes.
Imágenes de Guo Meimei, quien el mes pasado fue condenada a cinco años de prisión por operar una red ilegal de casinos.
Recientemente, el hijo de Wang Jianlin, un magnate inmobiliario y el hombre más rico de China, escandalizó a la nación al publicar una foto de su perro con dos Apple Watch de oro, uno en cada pata delantera.
Los desmanes de los fuerdai a veces conllevan intrigas gubernamentales, como el choque fatal de un Ferrari en 2012 en Beijing que involucró a dos mujeres jóvenes y el hijo de un alto funcionario, todos estaban parcialmente desnudos al momento del accidente. El padre del joven, un alto asesor del entonces presidente Hu Jintao, fue posteriormente arrestado y acusado de corrupción.
UNA AMENAZA
Los fuerdai no son simplemente una incomodidad para las autoridades, el Partido Comunista parece considerarlos una amenaza económica o incluso política. El propio presidente Xi Jinping abordó el tema este año, aconsejando a la segunda generación "meditar sobre el origen de su riqueza y cómo comportarse tras volverse ricos".
Un artículo publicado por el Departamento de Trabajo del Frente Unido, la agencia que gestiona las relaciones entre el partido y las élites no partidistas, apuntó: "ellos sólo saben presumir su riqueza, pero no saben cómo crearla". Algunos gobiernos locales han tomado medidas para reeducar a su élite millonaria; en junio, según el Beijing Youth Daily, 70 herederos de las más importantes empresas chinas asistieron a clases sobre la piedad filial y el papel de los valores tradicionales en los negocios.
Aunque la campaña anticorrupción de Xi ha frenado algunas de las más escandalosas ostentaciones de riqueza, la brecha entre ricos y pobres sigue siendo evidente en las calles de Beijing, donde conviven carritos de vendedores de frutas y Audis negros. Ahora, mientras la economía se desacelera y el partido busca chivos expiatorios, los fuerdai están en la frágil posición de tener que justificar su existencia y demostrar que los futuros líderes de China no son sólo haraganes que queman dinero y estrellan Ferraris. No todos ellos, al menos.
EL CLUB DE LOS 200 MIL YUANES
Al cabo de unas semanas conseguí asistir a una de las reuniones ocasionales de los fuerdai. Cuando llegué al restaurante al aire libre, lo único que los delataba era el licor que llevaron: champaña francesa y una botella de Maotai, la marca más selecta de baijiu.
Martin Hang, el organizador de la cena y editor de una revista llamada Fortune Generation, presentó a todos. Entre la docena de invitados estaba Wang Daqi, hijo de un famoso consultor de negocios, un joven de 30 años que recientemente publicó un libro sobre los niños ricos en China; Albert Tang, de 20 años, estudiante de filosofía en Bard cuyo padre dirige una importante editorial de Beijing; y Sophia Cheng, de 27 años, la única mujer del grupo.
Yo todavía no entendía bien cuánta riqueza necesita uno para ser fuerdai, pero Cheng me aseguró que ella calificaba, sus padres le habían dado una jugosa suma, más de 100 millones de yuanes, que invirtió en compañías de cine, videojuegos y carne.
Hang, quien es miembro de la Relay China Elite Association, una entidad no lucrativa que sirve como club social para los ricos de segunda generación, funge como vinculador entre los hijos de esa privilegiada élite china.
Fundada en 2008, Relay fue creada para ayudar a que los fuerdai conozcan a otros fuerdai que podrían estar enfrentando desafíos similares a causa de su riqueza. Hay una cuota de inscripción de 200 mil yuanes, y los miembros deben demostrar que sus empresas familiares pagan por lo menos 50 millones de yuanes en impuestos anuales.
En foros celebrados varias veces al año, los herederos escuchan conferencias sobre temas como la forma de pagar menos impuestos o maximizar las ganancias y visitan sus respectivas empresas. Hang lanzó la revista en 2011 con la esperanza de promover una imagen más positiva de los fuerdai distinta a la que retratan los medios de comunicación.
Su intención era rebautizarse: los miembros de Relay eliminaron el fu ("ricos") de fuerdai y comenzaron a referirse a sí mismos utilizando un nuevo término, chuangerdai, que significa "los empresarios de segunda generación", o simplemente erdai "segunda generación." El propósito de Relay es alentar a que los hijos tomen el relevo de los negocios familiares o al menos jueguen un papel en la gerencia. Esas compañías son clave para la economía china, me explicó Hang, pues no sólo representan el 85 por ciento de las empresas que no son propiedad del Estado, también anteponen el éxito a largo plazo a los resultados trimestrales.
El problema es que las empresas familiares son dirigidas precisamente por las familias, y la mayoría de estos herederos no encuentran atractiva la idea de trabajar junto a sus padres. Sin embargo, aunque no estén dispuestos, muchos tienen que hacerlo, como fue el caso del propio Hang.
EL PESO DE LA HERENCIA
Todos los fuerdai encaran una variante del mismo problema: tienen todo salvo la capacidad de superar a sus propios padres. Cualquier logro que alcancen será atribuido a su familia, no a ellos. Hang dice que él siempre es presentado como "el hijo del Sr. Hang". Y cuando Wang encontró un editor para su libro, no sabía si querían publicarlo porque era bueno o debido a su famoso padre. "La gente siempre dice que tu única cualidad es haber nacido en una buena familia", me dijo Wang. También me habló sobre la dificultad de explicar las cargas de la herencia. "Nunca entienden, 'por qué sufres', me preguntan'", dijo Wang. "Yo digo que no es relevante; la cantidad de la riqueza no determina lo feliz que eres, sólo se puede entender al vivirlo".
No es ninguna sorpresa que después de pasar veranos en Bali y la temporada invernal en los Alpes, de estudiar filosofía en Oxford y obtener un MBA de Stanford, la mayoría de fuerdai es reacia a hacerse cargo de la fábrica de pasta de dientes de la familia.
Ping Fan, de 36 años, quien se desempeña como subdirector ejecutivo del Relay, se mudó a Shanghai para iniciar su propia empresa de inversión en lugar de trabajar en la compañía de bienes raíces de su padre en la provincia de Liaoning. Escogió Shanghai "porque estaba lejos de mi familia".
Después de graduarse de la Universidad de Columbia, Even Jiang, de 28 años, consideró brevemente unirse negocio de importación de diamantes de su madre, pero no estuvo de acuerdo sobre la dirección de la empresa. En cambio, entró a trabajar en Merrill Lynch, y luego regresó a Shanghai para iniciar un servicio de conserje, inspirado por el servicio de American Express que utiliza cuando se vive en Manhattan. Liu Jiawen, de 32 años, cuyos padres poseen una exitosa empresa de ropa en la provincia de Hunan, trató de iniciar su propia línea de ropa después de graduarse. "Quería mostrar lo que podía hacer por mi cuenta", dijo. La empresa fracasó.
Los fuerdai no sólo heredan la fortuna de sus padres, también cierto trauma emocional. La primera generación de empresarios chinos se fraguó durante una época que premiaba la insensibilidad. "Ellos fueron la generación de la Revolución Cultural", señala Wang. Su abuelo, el director de una secundaria en la provincia de Guizhou, fue humillado por los Guardias Rojos. "Durante ese tiempo, no había humanidad, fueron criados con crueldad, era la supervivencia del más apto". Muchos fuerdai tienen la misma frialdad de sus padres, señala Wang. "Realmente es difícil hacer amistad con ellos".
Zhang, el conductor Uber, fue enviado a un internado a partir de jardín de infantes, a pesar de que sus padres vivían a poca distancia de la escuela. Tal vez para compensar su falta de atención, le dieron todo lo que quería, incluyendo cientos de coches de juguete. La Navidad pasada se compró el Maserati. "Es como su infancia no hubiera terminado", dijo Wang sobre sus ricos pares. "Su infancia no fue plenamente satisfecha, por lo que siempre quieren prolongar el proceso de ser niños". Debido a la política de un solo hijo, la mayoría de los fuerdai crecieron sin hermanos, es por eso que muchos salen en grupo los sábados por la noche. "Quieren que alguien los cuide, quieren ser amados".
Para Zhang, la fiesta es una forma de conjurar el aburrimiento; solía salir cinco noches a la semana. "Si no lo hacía, no podía dormir", explicó. Y no le hace falta compañía, agregó; dos o tres veces por semana contrata a una prostituta de lujo por mil dólares o más. Zhang prefiere pagar por sexo a coquetear con una chica con la excusa de que podría salir con ella . "De esta manera es más directo", dijo . "Creo que es una manera de respetar a las mujeres". Pero algunas noches, sentado solo en su casa, se desplaza a través de los contactos de su teléfono sólo para llegar al final sin encontrar a nadie a quien quiera llamar. Cuando hablamos por primera vez, me dijo que tenía una novia con quien llevaba tres años que lo trataba bien, pero a quien no amaba. "Tú eres la primera persona a quien le he dicho esto", dijo.
La mayoría de fuerdai no hablan de sus problemas tan abiertamente. "Ellos tienen problemas de confianza", dijo Wayne Chen, de 32 años , un inversor de segunda generaciónde Shanghai . " Necesitan un lugar para hablar, un grupo". Relay ofrece un entorno en el que pueden hablar honestamente, sin tener que fingir. "Es similar a un centro de rehabilitación", dijo.
DESIGUALDAD Y ESTABILIDAD
Muchos fuerdai emigran al extranjero, a menudo con el objetivo de obtener otra nacionalidad. Boston Consulting Group estimó que en 2013 el dinero que los chinos invirtieron en el exterior ascendió a 450 mil millones de dólares, y un sondeo de ese mismo año reveló que 64 por ciento de los individuos acaudalados chinos había emigrado o quería hacerlo.
Hang, quien está casado y tiene un hijo de cuatro año, no descarta emigrar. En la sociedad china siempre ha existido la tendencia de odiar a los ricos, es el mismo sentimiento que provocó la Revolución Cultural, señala.
La mayoría de fuerdai no se mezclan mucho con las clases trabajadoras. "Cuando éramos niños, fuimos a las mejores escuelas, así que no encontrábamos a gente pobre", dijo Hang. "Esto es muy peligroso para la sociedad." Relay tiene la intención de iniciar un programa de fomento de los vínculos entre fuerdai y niños de las zonas rurales y también organiza campañas de caridad.
Después de que una fábrica de productos químicos explotara en Tianjin en agosto, matando a más de 100 personas, los miembros de Relay donaron 1.5 millones de yuanes a través del gobierno local. Para Hang, la filantropía es algo más que responsabilidad social, se trata de estabilidad.
Dicho esto, cuando le pregunté a Jiang si pensaba que desigualdad era un problema en China, ella se mostró ambivalente. "No lo sé", dijo. "Hay dos grupos de personas pobres. Uno es el que no trabaja duro y se merece ser pobre; el segundo trabaja duro, pero no puede tener éxito. Creo que debemos ayudar al segundo grupo de personas".