Music Land es un cortometraje animado de 1935 de Walt Disney. La película comienza y vemos en primer plano dos islas, la de Sinfonía y la del Jazz divididas por el Mar de la Discordia. En 10 minutos -y con la trama shakespeariana de Romeo y Julieta como inspiración-, un saxofón jazzero y un violín sinfónico se enamoran y llevan al espectador por un recorrido musical entre ambas tierras, al final el odio entre los dos géneros termina, triunfa el amor y se construye el puente de la Armonía. Como este ejemplo podría mencionar varias animaciones más, incluso anteriores a ésta, en donde música de diversos jazzistas se utiliza para acompañar los cartones; otro clásico son las animaciones de Betty Boop con música de Cab Calloway.
Esta música, que tuvo su origen y florecimiento en la zona roja del Nueva Orleans de inicios del siglo XX, ha estado presente en las caricaturas a las que hemos estado expuestos todos, en mayor o menor medida; ¿quién puede quedar indiferente ante el saxofón del tema de la Pantera Rosa de Henry Mancini o la música de Don Gato?
Durante las primeras dos décadas del siglo XX, tanto en Estados Unidos como en México, los sonidos sincopados fueron considerados vulgares, "una baja manifestación del gusto de un hombre que aún no ha sido limado por la civilización", publicó algún periódico estadounidense, posiblemente haciendo eco a posturas como las del compositor de marchas y director de banda estadounidense John Philip Sousa; mientras que en México Manuel M. Ponce y Carlos Chávez, lo denostaban por igual, en artículos y entrevistas periodísticas.
El jazz lejos de ser un género estático, desde sus inicios mantiene un movimiento perenne. Así que no fue difícil que en poco tiempo los jazzistas alcanzaran la calidad y técnica de los llamados clásicos, que se reflejó en un sonido más refinado y sofisticado. En esta constante búsqueda de nuevas fronteras, el jazz se alejó de los salones de baile y se entregó a la contemplación y mero disfrute de virtuosas melodías, como las de Miles Davis, John Coltrane, Duke Ellington, John Lewis y un largo etcétera, algo que ya no vieron, ni escucharon Sousa, Ponce o Chávez.
Lo que tampoco pudieron observar es la multiplicidad de expresiones en las que se ha convertido el jazz, muy bien representada en nuestro país con proyectos, de muy buen nivel, que existen en la actualidad; propuestas tan diversas como extensas, justo en un momento en el que jóvenes y no tanto, buscan opciones musicales distintas a las que la industria (mainstream) les ofrece.
Entre los años 80 y 90, gracias al trabajo y esfuerzo del pianista Francisco Téllez, se logró primero instaurar el Taller de Jazz y posteriormente crear la Licenciatura en Jazz, ambas en la Escuela Superior de Música del INBA. Este fue un paso fundamental en la formación y profesionalización de nuestro jazz. El siguiente era crear una demanda (público y sitios en dónde tocar) suficiente, que también se ha logrado.
En el país ha existido un gusto por los ritmos jazzeros y sus derivados; incluso algunos jazzistas han sido arreglistas, músicos de sesión o de concierto de cantantes pop, por ejemplo, tenemos el caso emblemático de Enrique Nery. El punto es que mucha gente que escucha jazz no sabe qué es o cómo nombrar eso que le hace mover el pie, las caderas, la cabeza o simplemente lo hace abstraerse por un instante, e iniciar un viaje emocional.
Podríamos argumentar que la falta de educación musical en las escuelas propicia un desconocimiento de géneros musicales, sí es indudable, pero aún así cuando en lugares públicos los grupos tocan, la gente se detiene, escucha, se divierte y se apropia de diversas maneras de estos sonidos. Por un instante el jazz pierde su falso velo de elitismo y se convierte en eso que es tan difícil de conseguir, música de alto grado de complejidad que puede disfrutarse de manera sencilla.
No tengamos miedo, pues, de acercarnos a sonidos distintos a los que escuchamos por la radio o la tele. Brillantes, divertidas y frescas propuestas están allá afuera esperando ser escuchadas y el único requisito es tener una disposición abierta y dejarse llevar por un viaje jazzero de proporciones sincopadas.