Culturas

Tragedia eslava llega a Bellas Artes

'Rusalka', la única ópera compuesta por Antonin Dvorak, es una fábula de amor y a la vez del peligro que entraña el miedo a la otredad; tendrá una breve temporada en el Palacio de Bellas Artes.

En 1946, un año después de la desocupación nazi en Checoslovaquia, la única ópera de Antonin Dvorak ofreció 500 funciones en los escenarios checos. Se había estrenado 45 años antes, el 31 de marzo de 1901, en el Teatro Nacional de Praga.

Rusalka está lejos de ser un caballito de batalla de los teatros operísticos del mundo; en América Latina se escenificó por primera vez en 2011, en el Palacio de Bellas Artes. Esta semana el equipo de aquella puesta volverá a llevarla a escena en México, después de presentarla en el Teatro Colón de Buenos Aires, en diciembre pasado.

Según explica en notas de producción Srba Dinic, maestro concertador del montaje mexicano, la obra mezcla la tradición mágica de la música eslava y la influencia de la música de Wagner. "La orquesta debe crear momentos íntimos, finos y, por otro lado, presentar los ritmos típicos eslavos, que casi no se conocen", apunta.

Más de 200 artistas entre músicos, cantantes y bailarines participan en este título cuya trama, inspirada en un cuento de Hans Christian Andersen y en narraciones tradicionales checas, cuenta la historia de amor entre una ninfa acuática y un príncipe.

Pero en el fondo, dice el director escénico Enrique Singer, es una historia sobre la tolerancia, que resuena en los tiempos actuales. "Habla de la aceptación de la diversidad; no de manera explícita, sino que el enfrentamiento entre dos mundos, el fantástico de Rusalka, como se llama esta ninfa acuática, y el terrenal del príncipe, desata la tragedia. Creo que eso es lo que dice la obra: frente a la intolerancia, siempre aparecerá la tragedia".

Si algo dice esta ópera positivo e interesante para nosotros como sociedad, es sobre eso que vivimos cotidianamente: el miedo, que provoca odio

Enrique Singer
Director escénico

Así como La Sirenita, de Christian Andersen, la ninfa de Dvorak ofrenda su voz para vivir fuera del agua. El príncipe se enamora al verla y la lleva al palacio. Ella lo acompaña a pesar de que sabe que nunca podrá hacerse escuchar.

Cuando Rusalka se siente amenazada por una princesa extranjera que podría atraer al príncipe, acude a la bruja que antes le dio la pócima que le permitió acercarse a él, para que le devuelva el habla. Entonces, él puede escuchar las palabras de la ninfa. Ella le dice que, a pesar de su amor, no puede besarlo, porque entonces él moriría. Al final, sus labios sellan la tragedia.

"Es una historia trágica porque los personajes que rodean al príncipe y a Rusalka no permiten que ese amor se consuma, y porque lo que están haciendo es desafiar al destino, y al conducirse en contra de las leyes de la naturaleza, del amor y del deseo, generan una situación trágica, por el pecado que es ir en contra del destino", explica Enrique Singer.Más allá de plantear la atracción de dos personajes de orígenes extraños, que se desean tanto como se rechazan, la obra desarrolla la tensión entre ambos, en la que predomina el temor hacia el otro, añade Singer. "Si algo dice esta ópera positivo e interesante para nosotros como sociedad, es sobre eso que vivimos cotidianamente: el miedo, que provoca odio. El arte ve la realidad, nos sumerge en el tiempo y el espacio para ver nuestra esencia, por eso es muy importante".

El montaje recrea los tres escenarios descritos en el libreto de Bedřich Smetana: el mundo bajo el lago, en tierra firme y en el palacio del príncipe. Es así una producción cuyas dimensiones y complejidad requieren utilizar todos los recursos técnicos del teatro del Palacio de Bellas Artes, como elevadores, voladoras o el sistema motorizado de tramoyas.

ACUDE: Ópera Rusalka

¿Dónde? Palacio de Bellas Artes

¿Cuándo? Jueves 26 de abril y 3 de mayo, 20:00 horas; domingo 29 de abril y 6 de mayo, 17:00 horas

Localidades: $150 a $650

"Montarla como está planteada es muy complicado; pasar del lago al castillo, por ejemplo. Así que lo que normalmente se hace es montar versiones contemporáneas, que muy pocas veces son afortunadas", advierte Singer.

Su estreno en 2011 ya fue un hito. Volverla a escenificar con el mismo grupo de artistas es un privilegio, reconoce Singer. El director recuerda los primeros ensayos como atropellados y difíciles, pues esta no es una ópera de repertorio. En su segunda temporada, el equipo está más relajado y él puede bordar la escena con mayor delicadeza.

"El teatro tiene un principio musical per se, es música, sucede en el tiempo, tiene ritmo y lo que sucede con la ópera es que ya alguien la musicalizó y nos permite a nosotros jugar y dialogar con ese compositor escénicamente. Es un diálogo entre música, puesta en escena, cantantes y ballet, con la escenografía de Jorge Ballina, Víctor Zapatero en la iluminación y Eloise Kazan, la vestuarista, que han hecho un trabajo increíble".

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