La crisis económica y política de Brasil, parecen haber encontrado un común denominador: Dilma Rousseff, la primera mujer presidente de la mayor economía de Latinoamérica, desde octubre de 2010.
No todo es su culpa. En el plano económico, Brasil fue afectado por la caída de los precios de las materias primas –que representan poco más del 50 por ciento de sus exportaciones-, la contracción económica de China y un excesivo gasto público, principalmente por sus programas sociales.
Pero estos elementos llevaron a Brasil a su mayor contracción económica de su historia (y eso que el país tuvo largo periodo de inflación-recesión en los años 80).
En el plano político, los problemas de Dilma no son de recientes y es que ante los alegatos de corrupción para ganar su reelección en 2014 y la severa crisis económica, influyeron para que los ciudadanos salieran a las calles en agosto de 2015 para pedir la renuncia de la presidenta.
Lo paradójico es que mientras en lo político Dilma prácticamente se está hundiendo, en lo financiero estas noticias han permitido al Bovespa registrar una ganancia de casi 22 por ciento, en tanto que el real se ha recuperado frente al dólar 12.9 por ciento, en un contexto de baja de las principales monedas emergentes frente al dólar.
Para los críticos, la solución a los males económicos de Brasil es la salida de la presidenta Rousseff y la llegada de su vicepresidente, Michel Temer, el cual es esperado y bien visto por la comunidad financiera internacional, ya que se espera que adopte medidas de corte liberal, entre ellas un recorte de 40 por ciento en el gasto público.
Sin embargo, a 85 días de que inicien las Olimpiadas, la labor para el presidente de Brasil de limpiar las finanzas públicas, reactivar la planta productiva, impulsar las exportaciones, mejorar su calificación crediticia, sanear a Petrobras y mejorar su imagen frente a los brasileños, se ve más que difícil.