Si el presidente electo Donald Trump necesita una lección práctica sobre la dificultad de reactivar amplios sectores de la industria estadounidense, solo necesita mirar el clóset de su hija.
La línea de indumentaria de Ivanka Trump, con un valor de 100 millones de dólares, se cose en países asiáticos gracias a un convenio de licencia con G-III Apparel Group, que pasó de fabricar abrigos en el Distrito Textil de Nueva York a convertirse en un fabricante de alcance global.
Ese método de reubicar vestidos de 140 dólares y suéteres de 80 dólares representa un bochorno político para su padre, que ha amenazado con una guerra comercial contra China, la segunda economía más grande del mundo. Pero Ivanka tiene pocas opciones para generar ganancias.
Fabricar ropa en Estados Unidos sería mucho más caro, duplicando los costos de los productos, según algunas estimaciones. El país ya no cuenta con la infraestructura ni con la mano de obra para la fabricación de indumentaria a gran escala, buena parte de la que sería automatizada, de todos modos.
"En los últimos 40 años no hemos hecho básicamente otra cosa que cerrar toda la producción. No es fácil volver a montarla", dijo Marshal Cohen, analista industrial jefe en NPD Group, una firma de investigación con sede en Nueva York. "Nos interesa, pero no hacemos nada al respecto. El costo de armarla es prohibitivo".
Donald Trump hizo campaña con grandes promesas de reactivar la industria estadounidense y repatriar empleos del exterior, negociando incluso con el fabricante de equipos de aire acondicionado Carrier para mantener una planta en Indianápolis que se aprestaba a mudarse a México.
Trump ha prometido renegociar y hasta anular tratados comerciales que desfavorecen, dice, a los trabajadores estadounidenses. Cumplir no será fácil, tal como lo evidencia el hecho de que hasta su propia colección de trajes, corbatas, camisas y accesorios Donald J. Trump se fabrica en el exterior.
Los empleos fabriles en Estados Unidos disminuyeron 37 por ciento desde su pico en 1979. La mano de obra barata en el exterior bajó los costos para las empresas y acostumbró a los consumidores a productos de precios bajos.
Hace apenas 16 años, el sector de la vestimenta fabricaba 50 por ciento de la indumentaria estadounidense en el hemisferio occidental.
En la actualidad, se produce un mero 20 por ciento en el continente americano y solo 2 por ciento dentro del país, dijo Ed Gribbin, presidente de Alvanon, una consultora con sede en Nueva York.
La marca Ivanka Trump quiere 'participar en la discusión' respecto del aumento de la producción estadounidense, dijo la presidenta, Abigail Klem, en un comunicado por correo electrónico. Se negó a hacer más declaraciones.
G-III, que realiza el trabajo físico de la marca, es un ejemplo de cómo la industria estadounidense trasladó empleos fuera del país.
La compañía, cuyos representantes no respondieron a solicitudes de comentarios, fue fundada en 1956 por Aron Goldfarb, un sobreviviente del Holocausto que se trasladó de Israel a Nueva York y encontró trabajo como cortador de moldes de cuero. Llamada inicialmente G&N, la compañía pasó de ser una empresa que producía penosamente chaquetas de cuero a convertirse en G-III, cotizada en bolsa, en 1989.
Hace cuatro años, G-III anunció su acuerdo con la compañía IT Apparel II de Ivanka Trump por la licencia de su nombre en una línea de vestidos, ropa deportiva e interior.
Las prendas se fabrican principalmente en China y Vietnam. La marca genera ventas estimadas en 100 millones de dólares, una fracción de los más de 2 mil millones de dólares que G-III genera al año, dijo John Kernan, analista de Cowen & Co.
En otro discurso en el que se contradicen las opiniones públicas del presidente electo y los negocios privados de la familia, Trump dijo en octubre: "Ellos se llevan los trabajos, las fábricas y el dinero, y todo lo que nosotros recibimos es inmigración ilegal y drogas".