Hay razones para dudar de si Donald Trump, el presidente estadounidense, toma en serio la idea de reincorporarse al Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés). La primera razón es el propio Trump. Es conocido por cambiar de opinión en muchos asuntos. Como con todas las personas volubles, es difícil saber cuándo sus nuevas opiniones son definitivas.
En cumplimiento a una promesa populista que hizo durante su campaña, abandonó el TPP en los primeros días de su presidencia, tras compararlo previamente con una "violación". La semana pasada, después de cierta presión por parte de los gobernadores y legisladores en estados agrícolas que podrían beneficiarse del acuerdo, el presidente estadounidense les dijo a sus principales asesores económicos que analizaran unirse al pacto comercial de 11 miembros. Esa misma tarde, las advertencias ya estaban apareciendo en Twitter. ¿Quién puede saber cuándo el Presidente podría cambiar opinión otra vez?
Otro motivo de duda es que Trump probablemente tendría que humillarse para convencer a las otras 11 naciones del TPP de que por la reincorporación de EU valdría la pena someterse a las enérgicas renegociaciones que serían necesarias. Ha expresado en repetidas ocasiones que sólo reconsideraría su decisión si obtuviera un trato "sustancialmente" mejor para EU que el que negoció su predecesor Barack Obama. La semana pasada mantuvo esa posición. Al menos en cuanto a eso ha sido consecuente.
La capacidad de influencia de EU sobre el acuerdo actualmente es definitivamente más débil que hace un año atrás, cuando Trump decidió retirarse en lugar de usar su nueva cargo para obtener concesiones, como le habían sugerido algunos en su administración. Las otras partes del pacto no parecen tener intenciones de doblegarse. Su reacción a su aparente giro de 180 grados ha sido hasta ahora prudentemente fría.
El acuerdo tardó cinco años en negociarse cuando EU formaba parte de éste. Tardó otro año más redefinirlo después de que EU se retiró. En cuanto al comercio mundial, Trump ha demostrado ser el proverbial elefante en la cristalería. Ajustarse a sus nuevos deseos ahora pondría en riesgo el delicado acto de equilibrio que se ha logrado entre las otras partes.
Además, se ha reescrito el TPP desde que EU lo abandonó y las disposiciones restrictivas — por ejemplo, sobre la propiedad intelectual — en las que Washington originalmente insistía han sido suspendidas. Reincorporarlas requeriría del consenso de otras partes. A su vez, eso probablemente forzaría a Trump a conceder un mayor acceso a los mercados estadounidenses, algo que los legisladores estadounidenses consideran políticamente inaceptable antes de las elecciones legislativas de mitad de periodo.
A pesar de todo esto, si hubiera sustancia en el aparente cambio de opinión de Trump, debería ser bien recibido tanto en el país como en el extranjero.
En primer lugar, sería una señal de que el presidente estadounidense está aprendiendo el valor de la cooperación internacional que desdeñó durante su campaña.
En segundo lugar, asociarse con otras naciones del Pacífico y Asia en el tema del comercio sería una forma más productiva de contrarrestar el creciente poder de China. Es más útil presionar a Beijing para que se ajuste a las regulaciones de comercio mundial que recurrir a las guerras arancelarias que Trump ha lanzado recientemente.
Además, al retirarse de la mesa de negociaciones, EU no sólo alienó a sus aliados sino que también se aisló a sí mismo, permitiendo que potencialmente otras naciones usurparan su papel.
Sin EU, que hasta ahora es la principal ancla del sistema de comercio internacional liberal con una economía más grande que todas las otras naciones del TPP combinadas, el impacto del acuerdo siempre sería menor. Se debe reconocer el mérito de los otros signatarios por seguir adelante. Tienen motivos razonables para tomar con cautela el cambio de opinión de Trump. Pero deberían estimular ese cambio si pueden.