Jay Powell, presidente de la Reserva Federal, testificó ante el Congreso el martes después de la publicación del informe de política monetaria semestral de la Reserva Federal.
Powell, como ha sido su costumbre desde que asumió el cargo hace cinco meses, no causó mucha sensación con su testimonio. Ofreció una visión optimista pero equilibrada de la salud de la economía estadounidense, y reiteró que la estrategia de la Fed era seguir aumentando las tasas gradualmente mientras se guiaba por los datos.
El énfasis en guiarse por los datos es bien recibido, y muestra una gratificante continuidad con Janet Yellen, su predecesora. Pero el Banco Central aún se inclina por un endurecimiento más estricto de lo que exigen las circunstancias.
Como ha ocurrido durante mucho tiempo, la economía estadounidense está creciendo sólidamente, y la confianza de los consumidores y la producción industrial se muestran saludables. Pero hay pocas señales de que la presión inflacionaria esté afectando el mercado laboral.
La inflación general alcanzó el 2.9 por ciento en los 12 meses hasta junio, la tasa más alta desde febrero de 2012. Pero este parámetro se ha visto estimulado temporalmente por el aumento en los costos del combustible.
El parámetro preferido de la Reserva Federal, la inflación subyacente, que excluye los precios volátiles de los alimentos y la energía, apenas logró alcanzar el objetivo del 2 por ciento de la Reserva Federal después de seis años por debajo de ese nivel.
Aunque la inflación de los precios al consumidor puede haber aumentado, hay poca evidencia de que un mercado laboral ajustado generará más presión inflacionaria. Aunque los salarios nominales han aumentado modestamente, no han logrado más que seguir el ritmo de la inflación. Los salarios reales han permanecido esencialmente inalterables en el último año.
El panorama es compatible con una gran reserva de subempleo que reduce los costos de la mano de obra, lo cual significa que la economía aún no ha generado suficientes empleos como para que la inflación despegue.
Además, si los aranceles comerciales del presidente estadounidense Donald Trump comienzan a afectar directamente la inflación al consumidor, los salarios reales se encontrarán bajo una mayor presión.
Los trabajadores podrían intentar recuperar ese terreno perdido mediante un salario nominal más alto, pero hasta ahora han carecido del poder de negociación para hacerlo.
La inflación salarial ha permanecido por debajo de las expectativas de forma tan consistente en la última década que sería imprudente suponer que se producirá una espiral de salarios y precios.
Otro indicador también debería hacer reflexionar a la Reserva Federal. La curva de rendimiento se ha aplanado, lo cual tradicionalmente ha sido un presagio de desaceleración económica o incluso recesión, llevando el diferencial entre los rendimientos de los bonos del Tesoro a dos y 10 años a su nivel más bajo desde 2007.
Existen varias razones para pensar que actualmente este indicador es menos confiable de lo normal. Ben Bernanke, predecesor de Yellen, alegó esta semana que la flexibilización cuantitativa por parte de otros bancos centrales y los cambios regulatorios habían alterado las relaciones usuales al deprimir artificialmente las tasas de interés a largo plazo.
Esto puede ser cierto, aunque algunos también aconsejaron no preocuparse en 2006 cuando la curva se invirtió por última vez, y, sin embargo, Estados Unidos entró en recesión al año siguiente. Definitivamente este es otro argumento para que la Reserva Federal piense las cosas cuidadosamente antes de endurecer la política.
En sus cinco meses en el cargo, Powell generalmente se ha mostrado como un presidente de la Fed seguro y colegiado. Pero aún no ha sido sometido a prueba por una recesión o una crisis del mercado.
La Reserva Federal ya está demasiado sesgada hacia tasas más altas. Debe estar preparada rápidamente para detener o revertir la tendencia constante al aumento si la recuperación flaquea o la estabilidad financiera se ve seriamente amenazada.