Brasil es el país del futuro y siempre lo será. Brasil no es un país serio. En Brasil, incluso el pasado es incierto.
En ciertas ocasiones, los clichés que los brasileños utilizan para describir su país a los extranjeros son sorprendentemente acertados.
Mientras Brasil se recupera de la destitución de Dilma Rousseff, la máxima final parece particularmente apta.
Desde la destitución dictada por el Senado de la exlíder y su sustitución por parte de Michel Temer, los economistas y los politólogos han examinado minuciosamente las implicaciones de estos hechos sobre la elección presidencial de 2018.
Los oponentes de Rousseff han alardeado; sus seguidores han llevado a cabo protestas a nivel nacional — en ocasiones violentas — denunciando lo que ellos llaman un "golpe de Estado".
Sin embargo, al hablar con numerosos brasileños comunes y corrientes, se hace evidente que no hay ni desesperación ni regocijo; ellos simplemente no tienen idea de qué sucedió.
Una semana después de la destitución, me pasé la tarde en la plaza central de Sé en São Paulo — hogar de los fanáticos religiosos de la ciudad, de los adictos al crack de cocaína y de todas las variedades entre ellos — preguntándole a gente al azar por qué Rousseff ya no era presidenta.
Hablé con 10 personas: un barrendero, un estudiante, un administrador de edificios, un agricultor, un analista de sistemas, un operador de ascensores, un cuidador de ancianos, un limpiabotas, un notario y un hombre que vendía anteojos de sol ilegalmente.
Nadie me dio una explicación correcta. El notario, el barrendero y el vendedor de anteojos fueron los que se aproximaron más a la realidad, opinando que Rousseff había infringido "leyes fiscales", pero más tarde admitieron que no sabían lo que esto significaba. Cinco de ellos dijeron que había sido destituida debido a la corrupción; uno dijo que era debido a la alta tasa de inflación de Brasil; y el limpiabotas dijo que no sabía.
Tres (el agricultor, el estudiante y el cuidador de ancianos) no sabían quién era presidente. "Su nombre comienza con 'R' yo creo", dijo el cuidador, y agregó con una sonrisa: "De hecho, a mí mismo me gustaría ser presidente para poder hacerme rico".
Una muestra tan pequeña en la megalópolis más grande del país es difícilmente representativa, pero estudios a nivel nacional han llegado a conclusiones similares. Una encuesta realizada por el instituto Datafolha en julio, por ejemplo, indicó que un tercio de los brasileños no sabía quién era presidente.
En São Paulo, por lo menos, el problema no es una falta de información, sino una falta de interés. De hecho, el notario me sugirió que verificara en Google para averiguar exactamente por qué Rousseff había sido destituida.
La "ignorancia del votante" no sólo es comprensible, sino también racional, declaró Fernando Schüler, profesor de ciencias políticas en Insper, una universidad de São Paulo. En EU, por ejemplo, numerosas encuestas recientes han demostrado que alrededor del 30 por ciento de los estadounidenses no sabe el nombre de su vicepresidente.
Para la gran mayoría de los ciudadanos que viven bajo cualquier democracia, ¿qué sentido tiene pasar tiempo investigando la política dada la insignificancia estadística de su voto? Tal y como lo explicó Schüler "¿Por qué tratar de participar en un proceso sobre el que no se puede influir?".
En países como Brasil, donde la corrupción es común, los incentivos son todavía menores. Además, aprender de qué se tratan las leyes de responsabilidad fiscal que Rousseff supuestamente infringió no suena interesante.
En Brasil, sin embargo, la creciente apatía política debiera causar especial preocupación por dos razones.
En primer lugar, esta apatía se produce en un momento en que el país ha estado llevando a cabo sus mayores manifestaciones callejeras, lo que sugiere que muchos ciudadanos desesperadamente desean un cambio, pero han perdido la fe en que el sistema pueda producirlo. A menudo se le echa la culpa a una serie de escándalos de corrupción, así como a las imperfectas normas de financiación de campaña.
En segundo lugar, el voto es obligatorio, permitiendo que los desinteresados y los desinformados decidan el futuro del país. La mayoría de los analistas está de acuerdo en los beneficios a largo plazo en los que redundaría el hacer que la votación fuera opcional.
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