¿Qué va a pasar con la economía china durante los próximos cinco años? Ésta es una de las cuestiones más importantes para los interesados en las perspectivas del mundo. El participar en el Foro de Desarrollo de China de este año ofreció una ventana fascinante a cómo los políticos del país consideran los retos del futuro. La prospección provino de los discursos y de los artículos preparados por investigadores que trabajan en el Centro de Investigación de Desarrollo del Consejo de Estado.
El país se enfrenta a cuatro retos principales. El primero es cómo transformar su patrón de crecimiento, cuantitativa y cualitativamente. El segundo es cómo manejar la inevitable desaceleración en el crecimiento subyacente con la menor cantidad de inconvenientes. El tercero es cómo gestionar la interrelación de China con la economía mundial. El último es cómo gestionar su evolución política interna.
En primer lugar, China ha aceptado una desaceleración de la tasa de crecimiento tendencial. En el período cubierto por el decimotercer plan de cinco años, 2016-2020, se prevé que la tasa de crecimiento no sea inferior a 6.5 por ciento al año.
Aunque eso representaría un rápido crecimiento según los estándares mundiales, sería lento para los estándares de China, al menos hasta hace pocos años.
Sin embargo, esto aún resultaría en una duplicación del Producto Interno Bruto (PIB) real per cápita entre 2010 y 2020. Este resultado estaría en consonancia con el objetivo declarado del expresidente Hu Jintao de lograr una "sociedad modestamente próspera" para esa fecha. Para ese entonces, el PIB real per cápita, en paridad de poder adquisitivo, debiera estar cerca de un tercio de los niveles del de EU.
Una significativa desaceleración en la tasa de crecimiento general no implica una significativa reducción en el crecimiento del bienestar de la población china. El precipitado crecimiento del pasado reciente se ha asociado con inversiones de bajo rendimiento; con exceso de capacidad; con contaminación; con el aumento de la desigualdad; y con la escasez de inversión en el consumo social, especialmente en el medio ambiente, en la salud y en la educación. Durante el foro, el viceprimer ministro Zhang Gaoli enfatizó los planes para cambiar la calidad del crecimiento. Él hizo hincapié en la necesidad de una economía más innovadora y en la urgencia de controlar la contaminación. El cambio a una economía de bajo carbono representa una enorme oportunidad para el progreso económico. Esto nos lleva a un segundo desafío estrechamente relacionado.
Estos benignos cambios a largo plazo no pueden ocultar la pesadumbre inmediata. Es precisamente cuando una economía se desacelera que sus desequilibrios se vuelven todavía más evidentes. China invierte cerca del 45 por ciento del PIB. Este nivel extraordinariamente alto es difícil de justificar a medida que el crecimiento se desacelera. Por otra parte, este alto nivel de inversión está asociado con el aumento vertiginoso de la deuda y con la caída del crecimiento de la productividad total de los factores, una medida del progreso técnico. Tal trayectoria es insostenible.
Esto nos lleva al tercer reto: la gestión de la interacción del país con la economía mundial. La desaceleración de la economía de una China de elevados ahorros crea un reto doble. Uno de ellos es el efecto sobre la demanda mundial, especialmente en referencia a las materias primas; el otro, también ahora evidente, es la tendencia a que una salida de recursos excedentes debilite la tasa de cambio y, por lo tanto, aumente las exportaciones y el superávit en cuentas corrientes. Beijing parece estar dispuesta a dejar que las reservas de divisas decaigan en lugar de imponer controles de salida significativamente más estrictos o dejar que la tasa de cambio disminuya. Cómo se resuelvan estas presiones tendrá importancia a nivel mundial.
Por último, la prevista transformación de China en una próspera economía orientada hacia el mercado crea un enorme reto político. Beijing debe actuar con decisión y, a la vez, ser receptiva a las necesidades de las personas. En la actualidad, Beijing parece estar extrañamente indecisa en asuntos de economía y, sin embargo, cada vez más autoritaria en asuntos de política.
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