Dos de las palabras más controvertidas en este momento (aparte de "Donald Trump") probablemente son "inteligencia artificial". La semana pasada, las grandes empresas de tecnología intensificaron una campaña destinada a convencer a las personas de que los robots no los van a reemplazar en el trabajo.
Ejecutivos de Intel y Tesla testificaron en una reunión del subcomité de la Cámara de Representantes sobre los retos que enfrenta la inteligencia artificial (IA), descartando muchas preocupaciones del público. Otros, incluyendo el economista jefe de Google, Hal Varian, dieron entrevistas para impulsar la idea de que la IA es la solución laboral para resolver las decrecientes tasas de natalidad en los países ricos.
Sin embargo, esta ofensiva pro-tecnología coincidió con una serie de eventos que arrojaron una luz diferente sobre la industria de la tecnología. Las más notables son las revelaciones, tras la acusación del Departamento de Justicia de EU de 13 rusos y tres compañías, de la medida en que Facebook y otras plataformas tecnológicas se utilizaron para socavar las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016. Eso sucedió después de que un taxista de 60 años en Nueva York se pegó un tiro frente al Ayuntamiento, desesperado por los cambios estructurales en su industria. Su suicidio provocó que el alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, reviviera un intento fallido de regular a Uber.
Entonces Bill Gates, titán de la tecnología convertido en filántropo, nos advirtió que "Big Tech" está resistiendo los intentos de supervisión del gobierno. Unilever ha amenazado con retirar su publicidad de compañías como Google y Facebook que "crean división en la sociedad". Y Andrew Yang, el fundador de una organización sin fines de lucro que vincula a los graduados universitarios con empleos en empresas "startup", se postuló para la contienda presidencial de 2020 con una plataforma anti-IA. No tendrá éxito, pero el tema -el costo humano de la inteligencia artificial, los grandes datos y la automatización- será un factor importante en las elecciones estadounidenses de 2018 y 2020.
La respuesta a la pregunta de si la IA ayudará o perjudicará a los trabajadores depende de su cronograma y de su clase socioeconómica. La tecnología es siempre un creador de empleo neto a largo plazo, pero, como lo expresó Keynes, a la larga todos nos morimos.
En los próximos cinco años, a medida que estas tecnologías se abran camino en todas las industrias, beneficiarán a quienes están en la cima con las habilidades y la educación para aprovechar las ventajas de productividad que brinda la IA. Pero a los trabajadores que realizan tareas altamente repetitivas que las máquinas pueden hacer fácilmente no les irá tan bien. Es muy probable que la IA aumentará la tendencia del "ganador se lo lleva todo" en los mercados laborales mundiales.
Esto tendrá consecuencias masivas. Un informe del McKinsey Global Institute publicado el miércoles muestra que, si bien la digitalización tiene el potencial de impulsar la productividad y el crecimiento, también puede reprimir la demanda si reduce los ingresos de los trabajadores y aumenta la desigualdad. Una encuesta anterior de McKinsey realizada con ejecutivos globales mostró que la mayoría creía que necesitarían recapacitar o reemplazar más de 25 por ciento de su fuerza laboral para 2023 para digitalizar sus negocios.
En una conferencia reciente, escuché a ejecutivos de grandes multinacionales estadounidenses discutiendo las formas en que la tecnología podría reemplazar entre 30 y 40 por ciento de los puestos de trabajo en sus empresas en los próximos años y preocupándose por el impacto político de los despidos en esa escala.
Quisiera proponerles una solución radical. No despidan a sus trabajadores. No les estoy pidiendo a las empresas estadounidenses que mantengan a los trabajadores como caridad. Estoy sugiriendo que los sectores público y privado se unan en lo que podría ser un Nuevo Acuerdo digital, como el "New Deal" establecido por el presidente Franklin Roosevelt.
Ya que para cada uno de los muchos trabajos que serán reemplazados por la automatización, existen otras áreas (servicio al cliente, análisis de datos, etc.) que necesitan talento desesperadamente. Las compañías que prometan retener a los trabajadores y capacitarlos para nuevos empleos deben recibir incentivos impositivos por hacerlo.
Se podría llamar la solución del 25 por ciento, en reconocimiento de la cantidad de trabajadores que podrían perder sus empleos. Sería una forma en la que las empresas y el gobierno podrían convertir un posible desastre laboral en una oportunidad aprovechando esta disrupción para capacitar a la fuerza laboral del siglo XXI y construir la infraestructura pública para respaldarla. Las alternativas -un crecimiento más lento y políticas más polarizadas- son muy desagradables.