Cuando Ray Tomlinson, el hombre a quien se le atribuye la invención del correo electrónico, murió hace 10 días, todo tipo de persona lo vio como un pretexto para quejarse de como su creación había estropeado nuestras vidas de oficina. Nos ha impedido hacer el trabajo, freído el cerebro y entrenado a seguir trabajando hasta en la cama.
Yo tengo una acusación diferente contra el correo electrónico: nos ha convertido a todos en pasivos agresivos. Nos ha incitado a ser hoscos, falsamente corteses, furtivos y obstructivos. Ha reprimido el debate y convertido la vida de oficina en más y agravante de lo que nunca ha sido.
La semana pasada le envié un mensaje relativamente largo y cuidadoso a alguien que había hecho una propuesta con la cual yo no estaba de acuerdo. Todo el día no oí nada, y entonces cuando estaba en casa preparando la cena, mi teléfono emitió un pitido.
La respuesta consistía en una palabra: Notado. Ésta era la perfecta respuesta pasiva agresiva. Era lo suficientemente cortés para que yo no tuviera razones legítimas para quejarme. Cerraba la discusión, y me dejaba con un solo curso de acción razonable, servirme una copa grande de vino y enfurecerme.
Sólo por su cuenta, el correo electrónico no hizo que la oficina se volviera pasiva agresiva; íbamos ya por ese camino. Todo comenzó hace un par de décadas, cuando las cuatro grandes fuerzas de la vida de oficina moderna — la corrección política, los recursos humanos, las relaciones públicas y el litigio — fallaron que ya no era aceptable perder la calma. Ya que la vida laboral siguió siendo por lo menos tan agravante como siempre, toda cólera, resentimiento y hostilidad fueron reprimidos, resurgiendo en la aún más malévola forma de la agresión pasiva.
Por esa época apareció el correo electrónico. Al principio, lo vimos como una forma de expresar la ira que ya no podíamos mostrar en persona, y nos enviamos unos a otros furiosas diatribas en letras mayúsculas. Después de un breve tiempo, la gente se dio cuenta que esto tenía un problema. En general la ira no dura pero un correo electrónico iracundo dura para siempre. Ahora quien muestre aun el más mínimo mal humor en un correo electrónico se le considera haber hecho algo mucho menos socialmente aceptable que tirarse un pedo en público. Es probable que se le castigue exponiendo su ira y compartiéndola con todo el que tenga una conexión de Internet.
Mientras que el correo electrónico se presta mal para la indignación abierta, es perfecto para comunicar la hostilidad pasivamente, sin pagar las consecuencias. El primer truco es el silencio. Ésta es la táctica pasiva agresiva más fácil, más negable, y más eficaz que hay. Todo correo electrónico no deseado puede ser simplemente ignorado. ¿Alguien quiere que usted haga algo? No conteste. ¿Un correo electrónico que es difícil escribir? No lo escriba.
El resultado de tanto silencio es devastador. Lejos de acelerar el trabajo, lo retarda. Significa que para los oficinistas el más consolador axioma — "ninguna noticia nueva es una buena noticia" — ya no se puede aplicar. Ahora ninguna noticia pudiera ser muy mala noticia en realidad. Quizás usted está a punto de ser despedido. O quizás la persona simplemente está ocupada. Usted nunca lo sabrá, por eso siempre se preocupará.
Si el silencio no funciona, el mejor truco pasivo agresivo es la brevedad extrema, del tipo que yo experimenté la semana pasada. Notado. OK. Gracias. De nuevo, la hostilidad puede ser negada. Quizás la persona genuinamente pensó que su mensaje estaba bien. O quizás le tiene odio. No saber no es agradable.
Copiar a los jefes en los correos electrónicos es un regalo para todos los empleados pasivos agresivos de todas partes. En los viejos tiempos tenía que esforzarse para embarrar a alguien; ahora sólo hacen falta dos letras: cc.
El correo electrónico pasivo agresivo también es perfecto para pasarle el problema a otro. Ya no es aceptable decir "haga tal cosa" a un colega — ya que todos tenemos que fingir que somos iguales — lo cual quiere decir que el poder se ejerce pasivamente terminando los correos electrónicos con "gracias por adelantado" o "se lo dejo a usted".
Aún más fastidiosos son los correos electrónicos que terminan, "Me daría gusto discutirlo." Esto casi siempre quiere decir: "no hay razón para discutirlo ya que la decisión se ha tomado." Peor es: "Déjeme saber si esto tiene sentido", lo cual pudiera ser literal o pudiera querer decir: "Usted es un idiota. No me interesa que lo usted piensa".
Aunque todos los mensajes pasivos agresivos son negables por naturaleza, un buen truco para detectarlos es cuando vienen acompañados de cortesías innecesarias. Mientras más uno admite estar "un poco sorprendido", más incandescente es con toda probabilidad.
Cuando un remitente que usualmente termina "con mis saludos más cordiales", usted está metido en un lío casi con certeza.
En caso que la remitente esté leyendo esta columna, déjeme asegurarle que sí está funcionando. Simplemente no quiero contestar. Afortunadamente, en las columnas de periódico todavía se puede decir lo que usted piensa. En el correo electrónico ya no es posible.
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