Por 250,000 dólares por cabeza, grupos de directores ejecutivos pueden alojarse en un exclusivo hotel de San Francisco para compartir nuevas ideas que un equipo de codificadores e innovadores impulsados por los efectos del modafinilo — la droga antinarcoléptica — convertirán en prototipos 3D de la noche a la mañana.
O podrían ir a un evento como al que yo asistí la semana pasada: una mañana en una sala de conferencias suiza como invitados de una escuela de negocios, discutiendo mejores maneras de desarrollar líderes, donde los únicos estimulantes que se ofrecían eran café y algunos ligeros ejercicios de vinculación grupal.
Los dos eventos están en los extremos opuestos de una búsqueda global por mejorar la productividad y la creatividad. En cada caso, el grial de los organizadores es desencadenar el "flujo". El flujo es la escurridiza pero adictiva experiencia de estar "en la zona", disfrutando del dominio de una tarea específica en un grado tan satisfactorio que se convierte en su propia recompensa. El psicólogo Mihaly Csikszentmihalyi estudió el flujo en atletas, artistas y músicos, pero el estado de euforia autopropulsado siempre ha sido accesible a otros, principalmente a través del deporte y de la meditación. Actualmente los ricos y ambiciosos están buscando nuevas formas de mejorar su rendimiento.
Yo siempre había supuesto que los socios de capital de riesgo que practicaban parapente o que los banqueros que practicaban el esquí extremo (el pasatiempo preferido de Carsten Kengeter, el director ejecutivo de Deutsche Börse) simplemente estaban alardeando. Pero Jamie Wheal, quien me habló de los codificadores 'animados' por las drogas de San Francisco, asegura que los buscadores de emociones de altos ingresos también están afinando sus cerebros.
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