Hace siete años, después de la crisis financiera, el antropólogo David Graeber publicó un provocativo libro llamado "En deuda: Una historia alternativa de la economía", el cual cuestionaba cómo los economistas consideraban la deuda, el crédito y el trueque.
Graeber argumentaba que los economistas tendían a suponer que la historia financiera se había movido a lo largo de una clara línea evolutiva: primero, las llamadas 'personas primitivas' se habían dedicado al trueque (intercambiando alimentos por ropa, por ejemplo); luego adoptaron el uso del dinero (imagínate las antiguas monedas de oro); por último, acogieron el concepto de deuda (también conocido como bancos modernos, hipotecas y tarjetas de crédito). Si bien esta imagen parece tentadoramente fácil de entender, Graeber insistió en que estaba completamente equivocada. Él señaló que las simples sociedades antiguas contaban con complejos sistemas de crédito y de trueque que no desaparecieron cuando surgió el dinero. Para decirlo de otra manera, la historia no siempre se mueve en una sola dirección; el trueque, el crédito y el dinero pueden coexistir, y, de hecho, lo hacen.
Es una idea que urgentemente necesitamos redescubrir, pero esta vez en relación con los titanes tecnológicos. Durante las últimas semanas, ha surgido un escándalo en relación con las revelaciones de que las grandes empresas de tecnología como Facebook y Google han estado recolectando datos de consumo con fines comerciales.
A primera vista, esto parece ser explotador. Pero, a cambio de entregar sus datos, los consumidores han recibido algo: servicios digitales tales como sistemas de mensajería, mapas, información y aplicaciones. A los indignados tecnólogos informáticos les encanta señalar que los consumidores han recibido estos servicios "de forma gratuita", ya que a menudo no se requiere un pago monetario; mientras tanto, los políticos (y los grupos de consumidores) se quejan de que las compañías de tecnología también se han apropiado "gratuitamente" de los datos de los consumidores.
Quizás una mejor manera de enmarcar estas transacciones sea revivir ese antiguo término: "trueque". Los directores ejecutivos de Silicon Valley a menudo se autodescriben como visionarios pioneros que crean innovadores modelos para hacer negocios; pero lo que los consumidores y las compañías tecnológicas han estado haciendo es trocando servicios por datos personales, del mismo modo que los cazadores-recolectores pueden haber trocado bayas por carne. Pudiéramos haber pensado que la economía del siglo XX se basó en el dinero, pero la cibereconomía de comienzos del siglo XXI también está parcialmente basada en el trueque.
Es justo decir que nuestros líderes, leyes y modelos económicos no están preparados para lidiar con un mundo en el que el trueque es mucho más que una curiosidad histórica. Los economistas, por ejemplo, no tienen ninguna manera real de incluir el trueque en su visión de la economía, ya que tienden a medir todo según el precio. Los artículos "gratuitos", como las aplicaciones o los intercambios de datos, mayormente se ignoran en los datos relacionados con el producto interno bruto (PIB). Los abogados no saben cómo lidiar con el trueque cuando se trata de cuestiones de antimonopolio o de abuso del poder monopolizador, ya que el concepto estadounidense de antimonopolio y de colusión supone que la forma de medir la explotación del consumidor es ver si se le ha cobrado precios excesivos en términos de dinero.
Mientras tanto, a los consumidores no se les ha ofrecido una alternativa que reemplace los intercambios de trueque que impulsan la economía digital, o tan siquiera la posibilidad de considerar cómo pudieran estructurarlos de manera diferente. ¿Es "injusto" si Facebook (o cualquier otra entidad) se apodera de todos tus datos a perpetuidad a cambio de permitirte tener acceso a medios sociales gratuitos? ¿Este trueque realmente representa un buen valor? Y ¿existe alguna manera de tener gradaciones en este intercambio, y permitir que los consumidores negocien unos mejores términos?
Por ahora nos quedamos en el limbo: nuestras leyes y nuestros modelos presuponen que tenemos un mundo basado en el dinero; pero nuestros teléfonos celulares y nuestras computadoras portátiles operan con intercambios de trueque que apenas entendemos.