En el último mes, la política estadounidense se ha enfocado intensamente en el problema de los neonazis en Charlottesville y en la última movida antiinmigrante del presidente Donald Trump que promete poner fin a la medida de Barack Obama que le ofrece alivio legal a los individuos indocumentadas que entraron a EU cuando eran niños.
Pero también ha habido actividad en el escenario económico.
Principalmente, han comenzado las conversaciones con México y Canadá sobre la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
El TLCAN ha sido un asunto clave para Trump y no deberíamos confiar que el acuerdo sobrevivirá. Recientemente reanudó su amenaza de retirar a EU del acuerdo, sin duda para incrementar el poder de negociación de EU. Pero hay dos razones importantes para tener esperanzas de que el daño podrá ser contenido y que el acuerdo tal vez pueda mejorar.
La primera es precisamente cuán destructivo sería para los intereses económicos estadounidenses si el presidente pusiera fin al TLCAN, a pesar de las críticas de Trump con respecto al acuerdo. Muchos estudios han mostrado que la economía de Norteamérica es un entretejido. Sobre todo cuando se trata de la economía de EU, por cada sector que se puede beneficiar de un cambio proteccionista de las reglas comerciales hay uno que se verá dañado.
Así que no hay escasez de opositores a una retirada de EU. Los líderes empresariales están uniéndose para proteger el procedimiento de solución de controversias del TLCAN que la administración Trump considera una ofensa contra la soberanía estadounidense.
Los ejecutivos también han comenzado a preparar estrategias de litigio para evitar que el presidente se retire del TLCAN por completo.
Mientras tanto, funcionarios estatales y locales, muchos del Partido Republicano, están trabajando para tranquilizar a los inversionistas que no comparten la actitud nativista de "EU Primero" del presidente.
La segunda razón es más interesante. Se trata de que existe una manera de mejorar el TLCAN de una forma no proteccionista. Como lo señalé cuando EU publicó sus objetivos para la negociación este verano, gran parte de ellos presentan una agenda para un mejor y más libre acuerdo comercial, no el enfoque de "EU primero" que sugiere la retórica de la Casa Blanca.
Esto incluye demandas para el tipo de normas medioambientales y laborales que se incluyeron en el Acuerdo de Asociación Transpacífico tan criticadas por Trump y la posibilidad de extender el libre comercio a más sectores.
Y, por supuesto, los otros países también tienen sus demandas. Particularmente interesante e irónico es la exigencia de Canadá de que EU prohíba que sus estados utilicen las llamadas leyes de "derecho al trabajo" para reducir las normas laborales lo cual debilita la representación sindical.
Al parecer, también está presionando a México para que los sindicatos representen más los intereses de los trabajadores, a fin de elevar los niveles salariales mexicanos; y está exigiendo que ambos países creen leyes que aborden el permiso parental pagado bajo condiciones similares a las que Canadá les impone a sus empresas.
Esto tiene sentido. Si la apertura al comercio afecta negativamente a algunos trabajadores, en particular a aquellos que están en los niveles más bajos de la distribución de ingresos, tiene sentido exigir límites de competencia con respecto a las normas laborales. Es concebible que Canadá termine haciendo más, no sólo por sus propios trabajadores poco calificados, sino por los de EU (y México), que Trump mismo, quien pretende ser su campeón.
Tal vez nunca llegue a ese punto. La segunda ronda de conversaciones concluyó esta semana con avances en cuestiones técnicas menores, pero los negociadores aún no han enfrentado seriamente los temas esenciales como las normas laborales, los requisitos de contenido nacional y extranjero y las normas de contratación pública.
Tampoco han abordado las partes más escandalosas de los objetivos declarados de EU, tales como que un TLCAN actualizado debería alcanzar la meta de Trump de reducir el déficit comercial bilateral entre EU y México. Y, finalmente, todo el mundo sabe que el trato final debe presentarse como una victoria de Trump ante su base.
La paradoja es que la posibilidad de mejorar los estándares laborales en combinación con un comercio más libre para las pequeñas empresas y en más sectores podría ser un buen trato para EU y algo que Trump podría defender en un día en que su modo de negociador domine su modo nativista. Sin embargo, nadie, ni los negociadores mismos, saben cómo va a terminar todo esto.
Financial Times