La guerra comercial de Trump con Beijing ha provocado un realineamiento en Asia.
Hace poco más de un año, la mayor preocupación del primer ministro japonés, Shinzo Abe, cuando cortejaba asiduamente a Donald Trump, era que el presidente estadounidense haría tratos con China a costa del compromiso estratégico de EU para con Japón.
Dado que, en cambio, Trump ha intensificado la guerra comercial con Beijing, la actual preocupación de Tokio es la posibilidad de quedar atrapado en medio de una confrontación más amplia entre China y EU. Ése es el trasfondo de la llegada de Abe a China el jueves para una visita de tres días y reuniones con el presidente Xi Jinping, la primera visita bilateral de un líder japonés desde 2011. Representa un paso importante en un proceso de acercamiento gradual entre la segunda y tercera economías más grandes del mundo.
El acercamiento entre los dos países es un desarrollo positivo. De todos los puntos críticos en el mapa geopolítico del mundo actual, el noreste de Asia quizá tiene el mayor potencial de catástrofe.
La mezcla combustible incluye la nuclearización de Corea del Norte, las quejas históricas de Corea del Sur y China que datan desde la expansión de Japón durante las guerras, y la promesa de China de tomar Taiwán por la fuerza si fuera necesario.
Desde la década de 1950, los grandes cuarteles de tropas estadounidenses en Corea y Japón han garantizado la Pax Americana en la región.
Pero Trump ha dejado en claro su deseo de llevar esos soldados de vuelta a EU, lo cual obligaría a sus antiguos aliados a valerse por sí mismos.
Mientras tanto, durante la última década, las dinámicas políticas internas y el creciente nacionalismo en China y Japón han empeorado las disputas territoriales y han profundizado el aislamiento diplomático. China se ha mostrado particularmente beligerante en los últimos años, pues ha intentado erosionar el control de facto de Japón de los islotes en disputa en el Mar de China Oriental y desafiar el dominio regional estadounidense.
Con la visita de esta semana, Abe está reaccionando no sólo al titubeante apoyo de Trump a las alianzas tradicionales, sino también a los crecientes llamados que las empresas japonesas le han hecho a Tokio para aprovechar mejor el mercado chino.
Por su parte, Beijing espera evitar que Japón se una a los esfuerzos estadounidenses para aislar a China.
El mayor valor de la visita puede ser simbólico, pero hay medidas prácticas que las dos partes pueden tomar y que podrían marcar una diferencia real para la paz y la prosperidad regionales. China debería levantar su prohibición arbitraria sobre las importaciones de alimentos de algunas partes de Japón que, según alega, resultaron contaminadas durante el desastre nuclear de Fukushima en 2011. Debería establecerse rápidamente la ya debatida 'línea directa' aérea y marítima entre ambos ejércitos para evitar colisiones accidentales que se conviertan en un conflicto.
En términos más generales, ambos países deberían discutir cómo cooperar en proyectos de infraestructura en toda Asia en lugar de continuar su costosa y derrochadora competencia. En la actualidad, cuando un país como Indonesia quiera construir una línea ferroviaria de alta velocidad, China y Japón intentan competir entre sí.
China generalmente gana en precio, pero muchos proyectos luego se estancan o terminan siendo de mala calidad. Ambas partes se beneficiarían de una mejor coordinación y una menor interferencia estatal en el proceso de licitaciones.
Tokio y Beijing tienen mucho que ganar de la mejora de las relaciones, pero será una tarea difícil superar tantos años de enemistad.
La cultura popular china está plagada de caricaturas de malvados invasores japoneses. La respuesta por defecto de Japón a China es la condescendencia mezclada con sospecha.
Tokio habrá notado que los buques de guerra chinos han permanecido activos esta semana en las aguas alrededor de las islas disputadas en el Mar de China Oriental.
A Abe también debe preocuparle que la distensión de las relaciones pueda ser un giro puramente táctico de China que dure sólo mientras Trump le aplique presión comercial a Beijing. Pero por primera vez en una década, los dos países más importantes en un vecindario muy problemático se sientan a conversar en lugar de amenazarse mutuamente. Eso, de por sí, ya es motivo de esperanza.