Financial Times

Boicots al deporte sólo deberían ser una amenaza

Una negación universal de ir a Rusia parece impensable. La opinión pública de los países que juegan seriamente al futbol se molestaría ante la idea de que sus equipos no jugarán.

No hay idea tan muerta y desacreditada que no pueda resucitarse después de que haya pasado suficiente tiempo. Y a menos de dos meses después de la conclusión de la Copa Mundial de Brasil, diplomáticos de la UE han sugerido la noción de boicotear la siguiente, programada dentro de 46 meses en Rusia.

Entre hoy y 2018 habrá posiblemente períodos de calma en las relaciones entre Rusia y Occidente, pero ciertamente habrá intervalos tensos con respecto a la crisis en Ucrania. En esas circunstancias, la carta del boicot puede tener utilidad – pero sólo si nadie es suficientemente tonto para tratar de jugarla.

El principio del aislamiento deportivo para tratar de mantener a raya a un país perverso tiene una historia tensa, pero no totalmente fallida. La exclusión de Sudáfrica cuando era dirigida por blancos del deporte internacional en los 1980 y 1990 jugó un importante papel para terminar con el apartheid. Nada pudo hacer más que eso para que una minoría que amaba los deportes entendiera que su posición era insostenible.

Tampoco estoy en contra de usar los deportes en este caso. Para empezar podríamos empezar inmediatamente, prohibiendo que los oligarcas rusos compren los clubes ingleses de fútbol. El problema esencial en tratar de usar un evento trascendentalmente exitoso como la Copa Mundial como arma es que no funcionará. Para empezar, casi no hay posibilidad de que la presión política pudiera forzar a un organismo tan arrogante como la FIFA a cambiar el torneo. Aun si lo hiciera, probablemente insistiría en llevarlo a cabo en algún lugar aún más inapropiado: Belarus, tal vez. Corea del Norte. O en la Antártida durante la noche de seis meses.

Luego está el problema de hacerlo funcionar. Los países más entusiastas acerca del plan supuestamente eran Estonia y Lituania, que seguramente no jugarían. Por otro lado, el futbolista convertido en presentador de televisión, Gary Lineker, ha pedido que Inglaterra boicotee la Copa del Mundo del 2022 en Qatar, donde hace más calor que en el infierno, como protesta contra la FIFA. Una amenaza terrible ya que una Copa del Mundo sin Inglaterra es como Hamlet sin la calavera de Yorick.

Una negación universal de ir a Rusia parece impensable. La opinión pública de los países que juegan seriamente al fútbol se molestaría ante la idea de que sus equipos no jugarán. Los aficionados al fútbol realmente no se preocupan sobre dónde va a jugarse la Copa del Mundo, sólo a qué hora se transmitirá por televisión. Eso convertiría la prácticamente universal indignación con respecto al comportamiento del gobierno ruso en una serie de angustiantes e irrelevantes disputas internas. Para el presidente Vladimir Putin, más que una amenaza sería una oportunidad.

El patrón inició en 1980 cuando bajo Jimmy Carter los estadounidenses se negaron a jugar en las Olimpiadas de Moscú como una respuesta a la invasión rusa de Afganistán (qué curiosas vueltas da la historia). Margaret Thatcher siguió el paso del presidente; la mayoría de los atletas británicos marcharon en la ceremonia de apertura en vez. Los juegos no fueron tan caóticos como la respuesta que no consiguió nada excepto confirmar la imagen de Carter como un torpe bien intencionado.

Confiar grandes eventos deportivos para calumniar a dictaduras tiene consecuencias mixtas. Invariablemente suceden cosas horribles antes. Mueren incontables constructores; miles y a veces cientos de miles pierden sus hogares para hacer espacio a un monumento inútil a la grandiosidad de su dirigente; la corrupción abunda.

Pero la necesidad de hacer de la ocasión un éxito de relaciones públicas impone límites, aun en los tiranos más viles. El historiador Ian Kershaw, en su análisis de cómo Hitler ascendió al poder, dice que la intensificación de sus persecuciones se detuvo en 1936 para evitar poner en peligro los Juegos Olímpicos de Berlín. La invasión este año de Crimea por Rusia sucedió justo después de las Olimpiadas de Invierno, no antes. Conforme se acerca 2018, la Copa Mundial encerrará más a los rusos. Tratar de boicotearla implicaría perder cualquier ventaja.

Durante los años del aislamiento sudafricano, los blancos y sus apologistas se quejaban de que la política no debería mezclarse con el deporte. Yo podría en ocasiones contestar que, claro, algo tan noble y honrado como la política no debería mancillarse por el cinismo del deporte. No era sólo un chiste: los políticos tentados por la noción honorable de castigar a los rusos a través del fútbol necesitan considerar la dura realidad deportiva.

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