En estos días las protestas son algo común en Brasil. Están aquellos que se oponen a la presidenta Dilma Rousseff, cuyos miembros generalmente llevan los colores verde y amarillo de la bandera del país, y aquellos que están a favor de la lideresa de izquierda, cuyos partidarios se visten con el color rojo de su Partido de los Trabajadores, o PT.
Pero a finales del mes pasado en la Avenida Paulista, una importante vía pública de São Paulo, ocurrió un nuevo tipo de manifestación. Portando pancartas que decían "Fora Todos", o "Fuera Todos", un grupo de jóvenes pidió la destitución de Rousseff y de todo el congreso mediante nuevas elecciones.
La crecientemente complicada naturaleza de una batalla para someter a juicio político a Rousseff implica que cada vez más brasileños se sentirán confundidos y disgustados y se unirán al movimiento "Fora Todos".
Mediante su participación en la corrupción o simplemente su oportunismo cínico, los principales políticos brasileños están perdiendo rápidamente la legitimidad ante la vista de un electorado cansado.
Tomemos los sucesos ocurridos en las semanas recientes como ejemplo. La presidenta Rousseff — impopular y al frente del país en momentos que éste sufre su peor recesión en un siglo, y cuyo partido político está siendo acusado de corrupción rampante — enfrenta un juicio político por la presunta manipulación de las cuentas públicas para maquillar el déficit presupuestario. Ella niega los cargos.
En marzo, su principal socio de coalición, el partido centrista PMDB, el grupo más grande en el congreso, abandonó el gobierno para prepararse para el juicio político. Su líder, Michel Temer, es el vicepresidente, por lo tanto, podría asumir el control como presidente si Rousseff es sometida a juicio político, un proceso que podría comenzar incluso este mes.
Sin embargo, lo confuso del asunto es que el PMDB está también asediado por acusaciones de corrupción, especialmente en relación con un esquema de corrupción en Petrobras, la compañía petrolera estatal. Una de las figuras más poderosas del PMDB, el presidente de la cámara baja, Eduardo Cunha, está siendo investigado por guardar dinero procedente de la corrupción en cuentas suizas (acusaciones que él niega). Mientras tanto, otro líder del PMDB, Renan Calheiros, presidente del Senado, está acusado en otro caso de corrupción.
A pesar de estas acusaciones, ambos presiden el juicio político: Cunha en la cámara baja y Calheiros si el proceso llega al Senado, donde se llevaría a cabo el juicio de la presidenta. La participación de ambos le resta algo de legitimidad al juicio político, y muchos analistas creen que el propósito es que el PMDB llegue al poder para que los ayude a protegerse de las investigaciones.
Hasta ahora Temer se ha mantenido en gran medida fuera de las investigaciones de corrupción. Pero el mes pasado un juez del tribunal supremo dictaminó que el congreso debe considerar el proceso de destitución también contra él por motivos similares a los de Rousseff. Y ahora un grupo favorable a la oposición ha presentado una petición para impugnar al juez que ordenó el juicio político de Temer, alegando que el juez violó la separación de poderes al decirle al congreso qué hacer.
Puesto que todo el mundo está siendo sometido a juicio político o en peligro de ello o implicado en la corrupción, el movimiento "Fora Todos" está ganando terreno. Marina Silva, una popular excandidata presidencial, y el periódico Folha de S.Paulo en un editorial han defendido este enfoque.
El problema es que, aunque la idea de empezar de cero es atractiva, no hay forma constitucional clara de convocar a nuevas elecciones a menos que Rousseff y Temer sean ambos sometidos a juicio político, el tribunal electoral revoque sus mandatos, o renuncien. Puesto que ninguno de ellos da señales de hacerse a un lado de buena gana, parece poco probable que se resuelva rápidamente este punto muerto.
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