Incluso para las excusas tradicionales de los retrasos, la de la semana pasada – "había un cisne en las vías" – era insólita. Pero eso me motivó a pensar acerca de los riesgos que encierra la común ida al trabajo.
Las organizaciones pasan horas preocupándose por posibles catástrofes, refinando planes en caso de tsunamis o atentados terroristas. Dedican más tiempo que nunca – aunque nunca es suficiente – a las tensiones psicológicas impuestas al personal durante sus labores. Pero la mayoría, excepto en los más altos niveles de la formulación de políticas, no consideran que las idas y venidas hacia y desde el trabajo, con sus inconvenientes e incertidumbres ocasionales, sean su problema.
Deberían preocuparse. A pesar de las grandes esperanzas cifradas en el teletrabajo y el trabajo a domicilio, millones de personas todavía viajan a sus trabajos. En Gran Bretaña, según el censo de 2011, 11.2 millones de personas viajan a sus trabajos entre diferentes localidades. En EU, alrededor de 128 millones de personas viajan al trabajo, principalmente en automóvil.
La inflación de los precios de la propiedad está obligando a la gente a viajar más lejos para ir a sus trabajos. Justin Welby, arzobispo de Canterbury, dijo el año pasado que Londres podría convertirse en una distopía, con los ricos financistas internacionales que habitan en el centro de la ciudad, mientras que una "población de marginados" viaja cada día para servirlos. El interés por los "mega-pasajeros", que hacen viajes menos frecuentes, pero mucho más largos a sus trabajos, a veces por vía aérea, esconde el verdadero reto para las empresas: hacerle frente a las consecuencias para los viajeros ordinarios que viajan menos lejos, por medios más concurridos e impredecibles.
Nuestro dolor no es, sin duda, agudo, a menos que tenga que embutirse en un tren lleno a las horas punta. El viajar al trabajo es, según Tom Cohen, subdirector del instituto de transporte de University College London (UCL), una "cruda realidad" que la mayoría de los trabajadores de la ciudad simplemente se ven obligados a soportar. Dada la complejidad de transportar millones de personas todos los días cada día, el número de variables – incluyendo ese cisne – y la edad de una gran parte de la infraestructura, los desplazamientos hacia y desde el trabajo son bastante positivos.
Pero ¿desde cuándo se han conformado las empresas de alto rendimiento con algo "bastante positivo"?
Los datos son claros: el coste económico y psicológico de un viaje malo es alto. Las personas que consideran que sus viajes al trabajo son impredecibles tienen más cortisol salival, en respuesta al estrés. Los efectos de un mal viaje repercuten en el lugar de trabajo y en el hogar, y afectan especialmente las mujeres. Según un estudio de 1988, las trabajadoras de una fábrica italiana tuvieron viajes más cortos que los hombres, pero una incidencia mucho mayor de estrés, problemas familiares, enfermedad, ausencias laborales e insatisfacción laboral, exacerbados por los desplazamientos.
No es sólo un problema del mundo desarrollado. Un estudio reciente de UCL mostró que los viajes hacia y desde el trabajo se había convertido en una "carga física y mental" para los residentes de Xi'an en China, que se prevé será una de las 25 ciudades de más rápido crecimiento en el mundo en 2025.
Una ciudad densamente poblada es económicamente más eficiente, más ecológica y más innovadora que una ciudad dormitorio. Pero las regulaciones de planificación y la resistencia del público impiden que la mayoría de las ciudades crezcan hacia arriba, como la lógica económica dicta. La fuerza gravitacional de ciudades como Tokio o Nueva York significa que la realidad es a menudo una megalópolis en lugar de un frondoso paraíso donde jóvenes creativos e ingenieros de software viven a sólo pasos o un relajado paseo en bicicleta de sus modernos y luminosos lugares de trabajo.
Las compañías que asumen que los responsables políticos y las empresas de transporte público aliviarán la tensión y que los problemas diarios son sólo un costo comercial no le están haciendo a su gente favor alguno. Con la ayuda de abundantes datos públicos acerca de los flujos de pasajeros, deberían coordinar entre sí y con su personal sobre el mejor momento para ir, venir, o evitar la oficina por completo. Si Uber puede predecir la oferta y la demanda de pasajeros, también pueden hacerlo las empresas, escalonando las jornadas de trabajo de acuerdo con la necesidad.
Los jefes siempre quieren saber si los envíos de materias primas no llegan a tiempo y tratan constantemente de extraer mejoras minúsculas de sus proveedores. ¿Por qué no aplican la misma presión a las empresas que entregan diariamente a sus activos humanos vitales tarde o infelices, o ambos?
No hay nada tan aburrido o tan triste como la rabia de quien viaja a su trabajo: el hombre con el traje arrugado esperando por su tren en la tarde, descargándose en el desafortunado operador del tren. Una o dos veces, he sido ese hombre. Pero tal vez es finalmente hora de que otros se enojen, también.
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