Una peligrosa carrera armamentista se está desarrollando en Asia. La forma en que el próximo presidente estadounidense trate con los aliados de Estados Unidos en la región decidirá el resultado de esa carrera.
En una reciente entrevista con el Financial Times, el ministro de defensa filipino explicó cómo su país se está rearmando ante la creciente tensión en torno a sus fronteras.
La amenaza más obvia es una China en auge, la cual ha hecho grandes reclamaciones territoriales en el Mar de la China Meridional que interfieren con las reclamaciones de muchos de sus vecinos marítimos, incluyendo a Filipinas.
La inferior capacidad militar de Manila ha llevado a su gobierno a llegar a un arreglo con Beijing, incluso hasta el punto de prometer comprar armas y material militar chinos. Esta situación debería servir como una llamada de atención en Washington y una alerta para la administración entrante de Donald Trump sobre el problema mucho más amplio que Estados Unidos enfrenta en Asia.
La presencia estadounidense en Asia desde la Segunda Guerra Mundial ha servido como una fuerza estabilizadora, a pesar de la agitación causada por las guerras de Corea y Vietnam. Les permitió a los países prosperar y comerciar a pesar de la persistente hostilidad de las atrocidades cometidas en tiempos de guerra y el legado del colonialismo.
El hecho de que un aliado tan firme como Filipinas ya no siente que puede confiar en que Estados Unidos defienda sus intereses, es una señal de cuánto se ha erosionado el poder y prestigio de la mayor economía del mundo en esta región.
Todo eso es antes de que Trump ocupe el cargo. Durante su campaña, el presidente electo prometió reducir las obligaciones de Estados Unidos con el extranjero e incluso sugirió que podría retirar el "paraguas nuclear" que protege actualmente a Corea del Sur y Japón, y que hasta el momento ha evitado que la carrera armamentista en Asia se convierta en una carrera armamentista nuclear.
Alentar a Corea y Japón a desarrollar sus propias capacidades nucleares sería un tremendo error de cálculo por parte de la nueva administración estadounidense. Pero para que Asia disfrute de muchos más años de paz y estabilidad, Trump debe dejarles claro a los aliados tradicionales de Estados Unidos que ya no serán pasados por alto, y que Estados Unidos está comprometido con la preservación del equilibrio de poder en la región. Manila es la primera "ficha inestable de dominó" con la que la administración Trump debe tratar.
En este ámbito existen algunos motivos para el optimismo. Desde las elecciones en Estados Unidos, Rodrigo Duterte, el presidente filipino, ha atenuado sus críticas contra Washington y ha señalado que desea colaborar con Trump, quien parece haber echado a un lado la preocupación de la administración Obama por las ejecuciones extrajudiciales de miles de presuntos traficantes de drogas y adictos desde que Duterte llegó al poder este año.
Desde la perspectiva de Duterte, la crítica de las violaciones de los derechos humanos era la mayor fuente de fricción en la relación. Aunque Estados Unidos no puede respaldar estas políticas, debe encontrar una manera de trabajar más estrechamente con Manila como un amigo y aliado firme.
El "giro" hacia Asia del presidente Obama ha fracasado en sus objetivos de tranquilizar a los aliados, frenar el declive relativo de Estados Unidos y ralentizar el ascenso de China en la región. El rearme en Filipinas y la adhesión de Duterte a Beijing y Moscú son prueba de ello.
Trump tiene una verdadera oportunidad para reforzar la presencia estadounidense en Asia y confirmar su papel como garante de la estabilidad y la paz. Sin embargo, existe la posibilidad de que haga lo contrario y permita que sus instintos de negociante perturben el equilibrio. Las consecuencias de eso serían una región mucho más peligrosa y vulnerable a la conflagración.
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