Vivo en una casa llena de miembros de la generación del milenio, tres de los cuales están enfrentando sus primeras batallas con la vida laboral. Cada día los estudio, maravillada ante cuán poco se parecen sus primeras experiencias a las mías. A veces pienso que es porque son diferentes. A veces porque el mundo es diferente. No tengo la respuesta correcta, pero por lo menos reconozco la respuesta equivocada cuando la veo.
La semana pasada recibí un correo electrónico con la línea de asunto "atrayendo a la generación del milenio" del decano de la Escuela de Asuntos Profesionales de Columbia. Él ha estado ponderando por qué tantos de los más brillantes de los de jóvenes de veintitantos años dejan sus fantásticos empleos, y se le ha ocurrido una estrategia de tres puntas para ayudar a las empresas a retenerlos. Es así: motivar a través de la enseñanza, mercadear su beneficio, invertir en Recursos Humanos.
Miré estas tres patéticas recomendaciones y me pregunté si este hombre alguna vez había conocido a algún miembro de la generación del milenio. Esa noche a la hora de la cena le pregunté a mi grupo focal si estaban de acuerdo que la respuesta al desencanto masivo era más Recursos Humanos y capacitación. La reacción fue una gran risotada.
Entonces, cómo deberían actuar las empresas para no perder a sus recién graduados, les pregunté. Agarraron sus dispositivos móviles y se dirigieron a su amplia gama de conocidos en las redes sociales: ¿Podría alguien que hubiera conseguido un gran empleo después de graduado que ahora pensaba dejar, por favor ponerse en contacto?
Lo que siguió fue una noche divertida oyendo las experiencias de los desencantados en Unilever, Goldman, Lloyds, un bufete de abogados del círculo mágico, una gran compañía de relaciones públicas, Sainsbury's y un par de asesorías administrativas de gran renombre.
Una recién graduada me dijo que acababa de pasar cuatro meses preparando una presentación de 250 diapositivas PowerPoint que nadie iba a leer. Otro me dijo que en su bufete se esperaba que los jóvenes salieran a buscar sándwiches para los mayores, como si fueran sus novatos en Eton. Una recién graduada con honores en inglés de la Universidad de Oxford dijo que su jefe insistía en leer todos los correos electrónicos que ella escribía antes de enviarlos, haciéndole dudar su propia habilidad de escribir una frase.
Casi todos se quejaron de la total estupidez de todas las tareas que se les asignaban.
Y entonces como una idea tardía, mencionaban las horas.
Los empleados jóvenes de la generación del milenio están siendo posicionados por sus jefes para una caída inevitable. Al principio las cosas van bien; existe la promesa de millas aéreas y la vanidad de todo eso. Pero después de unos meses se impone el aburrimiento y se dan cuenta que el trabajo no es maravilloso. Están llenando hojas de cálculo que no parecen tener propósito alguno.
Los jefes deberían tratar de distraer a sus recién graduados cuando llegan al punto de máximo desafecto. La respuesta no es capacitación o más Recursos Humanos; es mejor administración en general.
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