Uno de los atractivos de ver a los atletas olímpicos compitiendo es tratar de comprender cómo y por qué gente común y corriente realiza hazañas extraordinarias. Si hay una cosa que los distingue del trabajador promedio que lleva a cabo tareas cotidianas es lo siguiente: la práctica.
Para los atletas, el entrenamiento parece constituir el 99 por ciento de su existencia en contraste con el uno por ciento del tiempo dedicado a competir en eventos que el público llega a presenciar. ¡Y qué clase de entrenamiento!
The Guardian esta semana describió el "extenuante entrenamiento en el gimnasio" de Adam Peaty, el campeón de natación estilo pecho, quien fue el primer medallista de oro de Gran Bretaña durante los Juegos Olímpicos de Río. El personal de la piscina municipal "una vez lo vio derrumbarse sobre su entrenador después de completar una agotadora sesión de pesas, tal es su feroz ética laboral".
En su análisis del éxito de las gimnastas estadounidenses, la revista Time alabó la labor de la coordinadora nacional Martha Karolyi, quien en una ocasión obligó al equipo a ir directamente al gimnasio después de un vuelo de 16 horas. "Yo me quedé sorprendida, esta mujer está loca; no voy a poder hacerlo, me voy a morir", recordó la estrella estadounidense Simone Biles, la gimnasta campeona en todas las categorías durante las Olimpiadas de Río.
"¿Cuándo es suficiente?" preguntó Tania, la infinitamente paciente esposa de Mo Farah, en un documental sobre el exigente régimen de preparación del corredor del Reino Unido para las competencias en Río. Nunca, fue el mensaje implícito de su régimen. El principal reto de los entrenadores de Farah parece ser persuadirlo de tomar un descanso de su agotadora rutina.
Para la mayoría de los oficinistas, por el contrario, un poco de entrenamiento es más que suficiente y un "feroz" deseo de hacer más sería considerado, sin lugar a dudas, raro. Mientras que los entrenadores olímpicos monitorean y miden cada uno de los aspectos de los resultados de los regímenes de entrenamiento de los atletas, las encuestas sugieren que sólo una fracción de los profesionales de aprendizaje y de desarrollo en efecto evalúa el efecto de sus programas sobre el negocio.
Por supuesto, los paralelos olímpicos sólo pueden aplicarse hasta cierto punto. Es fácil autoengañarse de que existen similitudes entre la sesión en el gimnasio de las gimnastas estadounidenses después de su vuelo y un equipo de consultores, por ejemplo, yendo directamente desde el avión a una reunión con un cliente. Pero el equivalente empresarial sería pedirle a ese grupo que se sentara a escuchar una sesión de capacitación de tres horas sobre cómo aplicar un nuevo software de gestión de relaciones con los clientes.
La distancia entre los dos mundos realmente se hace evidente cuando los atletas de tiempo completo buscan empleos normales. Para un estudio de cómo los exatletas olímpicos lidiaban con la situación, los investigadores entrevistaron a "Emma" quien, cuando se convirtió en maestra de una escuela primaria, extrañaba la estructura, los comentarios acerca de su desempeño y la búsqueda de la perfección que su régimen de entrenamiento le había ofrecido. "No tenía ninguna medida de cómo me estaba desempeñando o si estaba yendo por buen camino", dijo Emma. "Yo estaba abrumada por el hecho de que esto ya no era mi realidad".
A los atletas no les encanta el entrenamiento — incluso entre los muchos clichés que promueven los atletas olímpicos durante las entrevistas, pocos hablan de querer hacer ejercicios — pero los neurólogos se preguntan si están mejor predispuestos que el resto de nosotros para ignorar el dolor y el aburrimiento de la práctica constante en aras de una fama futura.
Según los investigadores, se necesita todavía más investigación. Pero si los científicos pueden encontrar la manera de identificar y destilar esa forma de motivación e inyectar una pequeña cantidad en el lugar de trabajo se merecerán una medalla.
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