Necesitamos líderes políticos con experiencia práctica en el mundo real. Muchos de los que nos gobiernan nunca han trabajado fuera de la política. Éste es un llamado frecuente. Pero si pensamos que los líderes empresariales son la respuesta, Donald Trump, el candidato republicano a la presidencia de EU, proporciona un ejemplo casi a diario de lo difícil que es saltar la brecha entre administrar una empresa y ganar elecciones.
Hay dos razones. En primer lugar, líderes empresariales tales como Meg Whitman y Carly Fiorina, quienes perdieron en las elecciones, no parecieron entender que los titulares de cargos políticos tienen menos control sobre los acontecimientos que un director general. Mientras que el jefe de un negocio puede contratar, despedir, adquirir y vender, incluso el presidente de EU tiene que apegarse a la constitución y puede ser bloqueado por el Congreso, como el economista político Francis Fukuyama ha señalado.
Los primeros ministros británicos tienen más poder ejecutivo y legislativo, pero todavía tienen que enfrentarse a rivales que podrían retar su trabajo. ¿Los agravios que Tony Blair toleró de su canciller Gordon Brown? Ningún ejecutivo de negocios lo habría aguantado durante una semana, y mucho menos por 10 años.
La segunda, y más importante razón por la que los líderes empresariales fracasan en la refriega política es que no están preparados para la crítica, los insultos y las burlas que deben soportar.
La prensa a veces ataca a los ejecutivos. Los políticos de vez en cuando los atacan también. Cuando son llevados ante comisiones legislativas, reaccionan mal a la clase de interrogatorios que los que ocupan un cargo público esperan como una cuestión de rutina.
Algunos responden engañosamente, como el minorista británico Sir Philip Green cuando en junio un comité de la Cámara de los Comunes le pidió que explicara el déficit en el fondo de pensiones de BHS, la cadena que gestionó que desde entonces ha quebrado. O parpadean en las luces brillantes de una audiencia televisada y se enredan en sus respuestas, como las reacciones de los ejecutivos de Starbucks, Amazon y Google cuando se les preguntó acerca de sus impuestos por un comité del Parlamento británico en 2012; y también los jefes de la industria automotriz de EU, cuando los inquisidores del Congreso exigieron saber por qué habían volado a Washington en aviones privados en 2008.
Pocos jefes de negocios saben lo que se siente enfrentarse a la vituperación que soportan los políticos o a ser caricaturizados sin descanso. Steve Bell, caricaturista para The Guardian, decidió que la rosada y brillante complexión de David Cameron le hacía parecer como si tuviera un condón sobre la cabeza, y dibujó al ex primer ministro de esa manera durante años. Zapiro, la caricaturista sudafricana, siempre dibuja al presidente Jacob Zuma con una ducha creciéndole de la cabeza, para que nadie olvide que, en 2006 en su juicio por su presunta violación de una mujer con VIH (del que fue absuelto), dijo que había evitado la infección tomando una ducha.
Los políticos pueden aborrecer estas representaciones, pero tienen que soportarlas. Bell, afirma que Cameron le dijo una vez que "un condón sólo llega hasta cierto punto", aseveración que incluyó en el camión de mudanzas que formaba parte de la caricatura que publicó el mes pasado mostrando a los Cameron dejando el número 10 de Downing Street.
Los directores generales, por el contrario, están rodeados por gerentes y personal quienes quieren ganar su aprobación. Retar a un jefe no beneficia a nadie. Cualquier líder político podría haberle dicho al Sr. Trump que no atacara a Megyn Kelly, una presentadora de Fox News, diciendo que tenía "sangre saliéndole de los ojos, sangre saliéndole por donde fuera". Un político sensato hubiera respondido a las críticas de los padres de un soldado estadounidense musulmán muerto diciendo lo mucho que respeta su sacrificio, en lugar de sugerir, como lo hizo el Sr. Trump, que deberían de haber impedido que la madre del soldado hablara en la convención demócrata.
Pocos directores generales son tan abusivos hacia sus detractores como Trump. Incluso menos empresarios hablan tan imprudentemente buscando peleas. Muchos, con razón, objetarán ser comparados con él. Pero él es sólo un ejemplo extremo del jefe narcisista que, una vez que entra en la vida pública, no puede creer que la gente se atreva a criticarlo.
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