"Aquí estoy de vuelta en el Tesoro, pero con una gran diferencia. En 1918, la única idea de la mayoría de la gente era volver al periodo pre-1914. Hoy en día, nadie se siente de esa manera en relación con 1939. Eso marcará una enorme diferencia conforme procedemos". John Maynard Keynes escribió lo anterior en 1942. Sí marcó la diferencia. Después de la Gran Depresión y de la Segunda Guerra Mundial, la gente quería un cambio. Lo obtuvieron. Francia llama a lo que siguió "les trentes glorieuses" (los gloriosos 30, refiriéndose a los años transcurridos entre 1945 y 1975).
La estanflación de la década de 1970 conllevó una contrarrevolución: durante la década de 1980 se produjo un cambio radical de ideas acerca del papel del Estado y de los mercados, de los objetivos de la política macroeconómica y de la labor de los bancos centrales. Otra vez, el objetivo era una transformación fundamental.
Entonces, ¿qué sucedió después de la crisis financiera mundial? ¿Han intentado los políticos y los legisladores hacer que volvamos al pasado o que nos dirijamos hacia un futuro diferente? La respuesta es clara: lo primero.
Para ser justos, ellos han intentado regresar a un mejor pasado. Eso es lo que sucedió en 1918. En aquel entonces acababan de salir de una devastadora guerra. Así es que las nuevas ideas tenían que ver con la paz, "seguridad colectiva" y una Liga de Naciones. Pero ellos querían volver a la economía de la preguerra, particularmente al patrón oro. En 1918, por lo tanto, ellos mayormente deseaban regresar a una mejor versión del pasado en asuntos de relaciones internacionales. Después de la crisis de 2008, ellos querían volver a una mejor versión del pasado en asuntos de regulación financiera. En ambos casos, todo lo demás permanecería como estaba.
El principal objetivo de la legislación de la poscrisis era el rescate: estabilizar el sistema financiero y restaurar la demanda. Esto se logró colocando el apoyo de los balances soberanos detrás del sistema financiero en desplome; reduciendo las tasas de interés; permitiendo que los déficits fiscales aumentaran a corto plazo a la vez que se limitaba la expansión fiscal discrecional; e introduciendo nuevas regulaciones financieras complejas. Esto impidió el colapso económico, a diferencia de lo sucedido en la década de 1930, y condujo a una (débil) recuperación.
Es digno de notar cuán cerca estas acciones se ajustaron al consenso de política previo a la crisis. Los bancos centrales actuaron como prestamistas de último recurso, tal y como deberían. También desempeñaron el papel dominante en la estabilización macroeconómica, como lo indicaba el pensamiento de la precrisis. Su instrumento principal continuó siendo el de las tasas de interés, aunque esta vez incluyeron tasas a largo plazo, porque las tasas a corto plazo llegaron a cero. Poco después de que pasara lo peor de la crisis, la política fiscal se dirigió hacia la austeridad. El sistema financiero está en condiciones bastante similares que antes, aunque con un apalancamiento relativamente menor, con mayores requisitos de liquidez y con regulaciones más estrictas. Los esfuerzos para reducir la deuda en el sector privado fueron modestos.
La crisis financiera representó un devastador fracaso del mercado libre que le siguió a un periodo de creciente desigualdad en numerosos países. Sin embargo, contrario a lo que sucedió durante la década de 1970, los legisladores apenas han cuestionado los papeles relativos del gobierno y de los mercados. La creencia popular todavía considera que la "reforma estructural" es, en gran parte, sinónimo de impuestos más bajos y de desregulación de los mercados laborales. Se ha expresado preocupación en cuanto a la desigualdad, pero se ha hecho muy poco al respecto. Los legisladores en su mayoría no han notado la peligrosa dependencia de la demanda de una deuda en constante aumento. El monopolio y las actividades de "suma cero" son generalizados. Pocos cuestionan el valor de las vastas cantidades de actividad del sector financiero que continuamos teniendo, o reconocen los riesgos de otras crisis financieras importantes.
No es de extrañarse que los populistas sean tan populares, dada esta inercia, por no mencionar la terrible experiencia de tantos ciudadanos desde la crisis y, en casos importantes, antes de ella. La política aborrece el vacío. Ideas tan peligrosas y divisivas como las del presidente estadounidense, Donald Trump, o las del viceprimer ministro de Italia, Matteo Salvini, están destinadas a llenarlo. No se puede vencer a algo con nada.
Es posible que una nueva ideología que lo abarque todo no esté disponible en la actualidad. Eso es, probablemente, algo bueno. Pero las buenas ideas existen. Una causa más probable de la inercia es el poder de los intereses creados. La actual economía de extracción de rentas, disfrazada de mercado libre, ofrece enormes recompensas, después de todo, a los de la clase dirigente políticamente influyentes.
Sin embargo, la despreocupación del centro provoca la ira extremista. Si quienes creen en la economía de mercado y en la democracia liberal no producen políticas superiores, los demagogos los eliminarán.