Donald Trump pareció declarar un choque de civilizaciones en Varsovia el jueves pasado. A continuación, él participó, incómodamente, en la cumbre del grupo de las 20 (G-20) economías líderes. El G-20 encarna el ideal de una comunidad global. Una guerra de civilizaciones es lo opuesto. Entonces, ¿cuál de las dos será el resultado final?
El comentario central en el discurso de Trump en Varsovia fue el siguiente: "La cuestión fundamental de nuestro tiempo es si el Occidente posee la voluntad de sobrevivir. ¿Tenemos confianza en nuestros valores como para defenderlos a cualquier costo? ¿Tenemos suficiente respeto por nuestros ciudadanos como para proteger nuestras fronteras? ¿Tenemos el deseo y el valor para preservar nuestra civilización frente a aquellos que la subvertirían y la destruirían?".
El discurso retomó la postura de dos de los principales asesores de Trump, H.R. McMaster y Gary Cohn, en un artículo publicado en mayo: "El mundo no es una 'comunidad global' sino una arena donde las naciones, las figuras no gubernamentales y las empresas se enfrentan y compiten por obtener la ventaja". Ellos argumentaban que "Estados Unidos primero no significa Estados Unidos solo". Sin embargo, EU estuvo solo en el G-20. A pesar de haber camuflado los problemas, EU estuvo solo en materia de clima y de proteccionismo.
Si se le pide al Occidente que se una para una guerra de civilizaciones, se fracturará, tal y como sucedió en relación con la guerra de Irak. Es fácil aceptar que lo que Trump llama "terrorismo islámico radical" es una preocupación. Pero es absurdo declararlo como una amenaza existencial. El nazismo era una amenaza existencial. También lo era el comunismo soviético. El terrorismo es sólo una molestia. El gran peligro es el de una reacción exagerada. Esto pudiera envenenar las relaciones con 1.6 mil millones de musulmanes a nivel mundial.
Debemos tener cuidado con la profecía autocumplida de un choque de civilizaciones, no sólo porque es falsa, sino porque tenemos que cooperar. El ideal de una comunidad global no es algo fantasioso. Refleja la realidad actual. La tecnología y el desarrollo económico han convertido a los seres humanos en dueños del planeta que son dependientes los unos de los otros. La interdependencia no se detiene en las fronteras nacionales. ¿Por qué, de hecho, debería hacerlo? Las fronteras son arbitrarias.
La gente está usando cada vez más la palabra "Antropoceno" para describir nuestra época: ésta es la era durante la cual los seres humanos transforman el planeta. El punto importante acerca de la noción del Antropoceno es que la humanidad ocasiona los daños y sólo la humanidad puede lidiar con ellos. Ésta es una razón por la que la idea de una comunidad global no es un concepto superficial. Sin ella, los daños continuarán incontrolados.
También consideremos la paz. Durante una era nuclear la guerra debe ser impensable. Pero eso no la hace imposible. Gestionar las fricciones entre las potencias nucleares es una necesidad ineludible.
Además consideremos la prosperidad. La integración económica mundial no es una trama maligna. Es una extensión natural de las fuerzas del mercado en una era de rápida innovación tecnológica. Un mundo como éste inevitablemente expone a los países a las decisiones políticas de otros. Como todos aprendimos en 2008, el sistema financiero mundial no es más fuerte de lo que lo son sus eslabones más débiles. Quienes dependen del comercio internacional necesitan tener confianza en los términos de acceso a los mercados de otros países.
Ésta es la razón por la que se justifican la preocupación del G-20 acerca de la regulación financiera, especialmente durante la cumbre de Londres de 2009 y las inquietudes actuales acerca del proteccionismo. La soberanía no es lo mismo que la autarquía. El comunicado del G-20 de 2009 lo señaló acertadamente: "Partimos de la creencia de que la prosperidad es indivisible". Por otra parte, también estamos justamente interesados en el destino de otras personas. El desarrollo es una causa moral. Pero también es esencial si se ha de gestionar la migración.
Por lo tanto, la decisión de convocar la cumbre inicial de los líderes del G-20 en Washington en noviembre de 2008 era ineludible. El grupo de siete países dominado por el Occidente no tenía ni el derecho ni el poder de coordinar los asuntos económicos mundiales. El ascenso del resto, sobre todo de China y de India, lo había dejado cada vez más claro. Además, el Occidente contiene una proporción demasiado pequeña de la humanidad como para reclamar algún derecho moral sobre la gestión global.
La cooperación global siempre será imperfecta y frustrante. No puede escapar la diferencia de opiniones y el choque de intereses. Tampoco puede reemplazar el vital fundamento de las buenas políticas y de las legítimas instituciones domésticas. De hecho, ambas son esenciales.
Sin embargo, los asuntos de la humanidad están actualmente demasiado entrelazados, y su impacto es demasiado profundo como para ser el subproducto de una toma de decisiones puramente nacional. Esta verdad puede ser dolorosa. Pero es una realidad. Dentro de ese sistema de cooperación global, puede que el Occidente todavía tenga, durante un tiempo, la voz más fuerte. Pero incluso esto sólo es posible si está unido. Si la causa que el EU de Trump ahora desea que el resto del Occidente acoja es la de un choque de civilizaciones, en la que EU se alinea con la más reaccionaria y chovinista de las opiniones europeas contemporáneas, entonces el Occidente no puede existir. Si es necesario, los europeos tendrán que alinearse, en algunos asuntos vitales, no con EU, sino con los más ilustrados del resto de los países.
Pudiéramos preguntarnos, ¿por qué ha surgido ahora este choque de civilizaciones, no tanto entre el Occidente y el resto sino dentro del Occidente.
La transformación de EU que estamos presenciando puede que resulte ser duradera. Si es así, el mundo habrá entrado en una peligrosa era. "EU", sostiene el exfuncionario del Departamento de Estado Richard Haass, "no es suficiente, pero es necesario". Tiene razón. Si el actor clave "necesario" está ausente, el desorden parecería ser inevitable.
Financial Times