Donald Trump "prácticamente condujo su jet casi hasta la tarima" de un evento de su campaña presidencial en el aeropuerto regional de Lakeland, en el estado de Florida, la semana pasada, según un informe de los medios noticiosos locales. El deseo del candidato republicano de alardear del "Trump Force One" acentúa la creciente brecha dentro de la clase pudiente empresarial entre quienes vuelan en su propio avión y quienes vuelan los aviones a expensas de su empleador.
Para los ejecutivos que no son ostentosos multimillonarios — se rumora que las hebillas de los cinturones de seguridad del jet de Trump son de oro cepillado — volar en un avión de la empresa con frecuencia es lo mismo que ondear una bandera roja.
La compañía más reciente en sufrir el escrutinio relacionado con los aviones privados es Tronc, propietaria del Chicago Tribune y de Los Angeles Times. La compañía cotizada en la bolsa de valores está viéndose en la necesidad de defender su utilización de una aeronave arrendada de una compañía controlada por Michael Ferro, su propio presidente y mayor accionista. La objeción de la gobernanza corporativa en relación con este asunto es el posible conflicto de intereses. Pero el punto de vista de la aviación ha ayudado a que la historia tome vuelo. (Tronc no ha hecho declaración alguna).
Lo sorprendente no es que las compañías permitan el uso de aviones privados — existen algunas buenas razones para hacerlo, las cuales abordaré más adelante — sino que sigan ignorando el riesgo involucrado en generar relaciones públicas negativas.
Estos riesgos han 'estado en el radar' por lo menos desde 1990, cuando el inversor Warren Buffett anunció, en broma, que él había nombrado a su avión corporativo "El indefendible" (y agregó que su escéptico socio empresarial, Charlie Munger, había querido llamarlo "La aberración"). Pero tuvo que ocurrir el escándalo de Enron en 2001 para concentrar la atención de los accionistas específicamente en tales beneficios.
Seis meses antes de que Enron cayera en picada, me pasé una agradable tarde contando aviones corporativos en la plataforma de un pequeño aeropuerto en West Virginia, en donde varios directores ejecutivos estadounidenses se iban a reunir para una mesa redonda privada. Los aviones eran tan numerosos que el aeropuerto estaba considerando acomodarlos en fila, nariz con cola, al estilo de los portaaviones. Los directores ejecutivos estaban dispuestos a defender públicamente su indefendible modo de viajar.
Mientras tanto, las alternativas más baratas, más flexibles y más discretas a la propiedad se han ampliado, incluyendo el arrendamiento y la propiedad fraccional.
La razón no declarada por la que a los ejecutivos modernos les gusta usar aviones privados es que se ajustan a su autoimagen más cómodamente que los viajes aéreos regulares. Cuando los deferentes pilotos de los aviones privados discuten el plan de vuelo con sus pasajeros privilegiados en un exclusivo salón, se mantiene una ilusión de control 'Trumpiano' de la cual los directores ejecutivos no gozan ni siquiera en primera clase.
También te puede interesar:
Los beneficios de los comentarios no solicitados
Esfuerzos anticorrupción en México carecen de urgencia
Trump reanuda ataques e insultos
Financial Times