El superciclo de las materias primas terminó y en las Américas las repercusiones políticas no se hicieron esperar. Casi en todos lados, el orden establecido está siendo trastocado. Los ciudadanos quieren un cambio. Sus fines en ocasiones son revolucionarios.
En Argentina, el candidato presidencial pro negocio Mauricio Macri bien pudiera terminar con 12 años de un régimen populista en la segunda vuelta el 22 de noviembre. En Brasil, Dilma Rousseff, electa presidente el año pasado, es ahora el líder más impopular en la historia nacional, mientras que su Partido de los Trabajadores está en desprestigio.
En Venezuela, el partido socialista que lleva mucho tiempo en el poder probablemente pierda en las elecciones intermedias en diciembre; la pregunta sólo es por cuánto. En Guatemala, un comediante de televisión sin experiencia política ha sido electo presidente mientras que su predecesor ha sido acusado de corrupción.
La lista de reveses políticos continúa. Y no es un fenómeno latino solamente: se extiende a los países anglosajones en el hemisferio occidental también.
Stephen Harper, primer ministro de Canadá, fue desplazado de su puesto el mes pasado. Al igual que sus contrapartes latinas, Harper había disfrutado del superciclo de las materias primas. Durante su campaña electoral, ya se imaginaba en un cuarto período. Al contrario, los votantes se rebelaron contra su divisivo "conservadurismo de pradera" y escogieron inesperadamente a Justin Trudeau, un social demócrata sin experiencia.
¿Qué está pasando? ¿Hay algún tema en común ligando estos eventos?
En América del Sur, parece que los votantes se han cansado de los gobiernos de izquierda, la llamada "marea rosa", y se están desplazando más hacia el centro. Pero en Canadá el péndulo se fue hacia el otro lado. Eso sugiere que hay razones subyacentes más complejas.
Un tema común es que la estabilidad del pasado reciente se asocia ahora con el estancamiento. Otro es el disgusto popular con los presidentes que han exagerado su tiempo en el poder, volviéndose arrogantes y muchas veces corruptos. El escándalo de 2 mil millones de dólares de Petrobras, la compañía paraestatal, es un fuerte ejemplo. Pero está lejos de ser el más corrupto. Para eso hay simplemente que mirar hacia Venezuela; su gobierno se ha vuelto sinónimo en la región de intransigencia y criminalidad.
Lo que llama la atención es cómo los ciudadanos se sienten empoderados ahora para retar al orden establecido. En algunas ocasiones eso habla bien de las instituciones más fuertes, especialmente la judicatura. Pero eso también puede ser debido a la "nueva clase media" latinoamericana, que se ha duplicado a 200 millones de gentes desde 2001, según datos del Banco Mundial.
Esta nueva clase media tiene elevadas aspiraciones personales y grandes expectativas de lo que el gobierno debe ser: moderno, transparente y abierto a la creación de oportunidades. Ésas son metas razonables pero muchos, especialmente los jóvenes, se están movilizando rápidamente para lograrlas.
Esto puede tener resultados favorables, pero no siempre. A veces sólo genera el "conflicto social corrosivo, la parálisis del gobierno y la inestabilidad política", hace notar Moisés Naim del Carnegie Endowment.
Eso es especialmente cierto ahora que el crecimiento económico ha disminuido, el descontento aumenta y los gobiernos buscan maneras de volver a reanudar el crecimiento. Algunas políticas son fáciles de discernir: más inversión en infraestructura (una de las promesas de Trudeau para Canadá); y mejorar la productividad (un punto central de la agenda pro negocio de Macri en Argentina). Menos fácil es cómo mantener los logros sociales del pasado reciente conforme se equilibra la contabilidad gubernamental.
Argentina dramatiza esta tensión, por lo que esta elección se ha vuelto tan importante. La presidenta saliente Cristina Fernández duplicó el gasto del estado en sólo cinco años. Ese ejemplo populista de gastar indiscriminadamente explica su popularidad relativamente alta.
Pero también deja atrás un problema que será políticamente difícil de resolver para su sucesor, especialmente porque la austeridad está asociada con las políticas "neoliberales" que llevaron al colapso económico y al impago de la deuda en 2002.
En América del Sur, las expectativas populares se mantienen altas. También hay menos medios con los cuáles cumplir con ellas. Eso genera una mezcla peligrosa. Seguramente se avecinan tiempos volátiles.
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