En las últimas semanas, diversos líderes de opinión de "El Financiero-Bloomberg" han puesto especial atención a las elecciones del Estado de México y el inesperado avance de la candidata de MORENA, Delfina Gómez, en las intenciones del voto para elegir al sucesor de Eruviel Ávila.
Así, han corrido ríos de tinta sobre las posibles implicaciones políticas y económicas de una eventual victoria de MORENA en el Estado de México. Para muchos, el principal motivo del crecimiento electoral del nuevo partido de izquierda es el descontento generalizado contra Enrique Peña Nieto y las reformas estructurales.
Sin embargo, habría que sumar un elemento más a la cauda de razones para comprender el rechazo del electorado hacia el PRI. En este sexenio, la corrupción se consolidó como el lubricante que permite aceitar la gran maquinaria del gobierno. Por supuesto, siguiendo la verticalidad del sistema priista, los gobiernos estatales y municipales se han hecho de la vista gorda para evitar investigar y sancionar a quienes hayan cometido actos de corrupción.
Ha quedado claro que el sistema mismo no es corrupto, sino que la corrupción es el sistema mismo que permite mantener a flote el país. Así, la línea que separa al crimen organizado y a los tres niveles de gobierno es cada vez más difusa, dejando a los ciudadanos sin comprender quiénes son los responsables de hacer valer la ley y de quienes cuidarse. Si del halcón o del policía del barrio.
Y con la corrupción, la muerte se ha vuelto una crónica diaria de nuestra vida. Hace menos de una semana fue asesinada en Tamaulipas la activista Miriam Rodríguez, quien se enfrentó al secuestro y asesinato de su hija. Ella misma se dio a la tarea de buscarla, y encontró sus restos en una fosa común en Tamaulipas. Además, logró que encarcelaran a los asesinos de su hija. Desafortunadamente, uno de los asesinos de la hija de Miriam logró escapar de la prisión y, aunque ella pidió protección a las autoridades por el peligro que representaba su fuga, el Estado no accedió a protegerla. Su destino ya estaba marcado por la corrupción y la inacción de las autoridades.
El problema es que la muerte se ha vuelto costumbre. Allí está el caso del operativo para detener el robo clandestino de gasolina en Palmarito, Puebla, donde 10 personas resultaron asesinadas, entre ellos cuatro soldados y se dio a conocer un video en el que un integrante del Ejército dispara contra un huachicolero. Es impactante leer como los actores políticos del país justifican el uso de la violencia para "solucionar" un problema estructural que va más allá de mantener al ejército en las calles.
De acuerdo con Edna Jaime, seis mil 500 muertes violentas han sacudido a nuestro país en los primeros tres meses de este 2017 y señala que, de mantener esta tendencia, el 2017 sería el año más violento en la historia del México contemporáneo. Esta realidad es el reflejo de una clase política sin una visión innovadora y de una sociedad que se ha acostumbrado a la muerte como parte de nuestra narrativa diaria.
En nuestra entidad, las autoridades del gobierno independiente administran la incapacidad de diseñar e implementar políticas públicas contra la corrupción y la inseguridad en todas sus formas. Jaime Rodríguez no debe olvidar que, como dijera Manlio Fabio Beltrones "el poder desgasta, y desgasta el no poder."
El autor es politólogo por el Tecnológico de Monterrey y candidato de la Maestría en Ciencia Política y Política Pública de la Universidad de Guelph.
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