FREETOWN, Sierra Leona – Parecía que la crisis del ébola estaba disminuyendo. Los casos nuevos estaban cayendo. El presidente levantó las restricciones de viaje, y se reabrieron las escuelas. Un político local anunció por radio que habían pasado dos ciclos de incubación de 21 días sin nuevas infecciones en su barrio de Freetown. El país, dijeron muchos funcionarios de salud, estaba "en camino al cero".
Luego el ébola llegó por mar.
Pescadores enfermos llegaron a la costa a principios de febrero y se dirigieron a los hacinados barrios pobres junto a los embarcaderos que rodean a los hoteles más elegantes del país, los cuales estaban llenos de empleados de salud pública. Los voluntarios se extendieron para contener el brote, pero el virus saltó las líneas de cuarentena y se difundió en cascada por el campo, provocando docenas de nuevas infecciones y muertes.
"Trabajamos tan duro", dijo Emmanuel Conteh, un coordinador de respuesta ante el ébola en un distrito rural. "Es una pena para todos nosotros".
Expertos en salud pública que se preparaban para una conferencia internacional sobre el ébola parecían recientemente no tener duda de que la enfermedad podía ser conquistada en los países del oeste de África asolados por ella en el último año. Pero la pronunciada reducción de los nuevos casos a fines del año pasado y en enero, no condujo al fin de la epidemia.
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En Sierra Leona, el país más afectado, la declinación se estabilizó a fines de enero, y el país ha reportado entre 60 y 80 casos nuevos semanalmente desde entonces.
Guinea ha experimentado meses de propagación a menor nivel. Incluso en Liberia, donde solo un puñado de camas de tratamiento siguen ocupadas, los encargados de responder a la epidemia lamentan que un empleado de atención médica que enfermó recientemente podría haber expuesto a docenas de colegas y pacientes, y que una pelea con navajas había expuesto a pandilleros a la sangre de un hombre que resultó positivo en las pruebas para detectar el ébola.
"Dudo que pare repentinamente", dijo el doctor Pierre Rollin, un experto en enfermedades infecciosas de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC, por su sigla en inglés). "Siempre hay sobresaltos, y entre mayor el brote, mayor la oportunidad de que se tenga un sobresalto".
Conforme las grandes epidemias disminuyen, es común encontrar nuevas complicaciones en el esfuerzo por alcanzar el cero en los casos.
"A menudo encontramos sorpresas cuando llegamos a un nivel bajo que la propia epidemia estaba ocultando al principio", dijo el doctor William Foege, ex director de los CDC y un personaje importante en la erradicación de la viruela.
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Por ejemplo, funcionarios de salud se las ingeniaron para reducir el sarampión drásticamente en Estados Unidos en los años 70, pero tomó algún tiempo antes de que los expertos se dieran cuenta de que algunos viajeros por semana que llegaban de otros países estaban desarrollando la enfermedad, continuando con su propagación. La importación del sarampión es de nuevo un problema actualmente, y se sospecha que es un factor en el actual brote vinculado con Disneylandia.
Luego está la polio, que los expertos habían resuelto eliminar mundialmente para 2000, antes de que las guerras y una resistencia inesperada trastocara el plan.
"No creo que hayamos previsto jamás una época en que la gente disparara y matara a los vacunadores contra la polio", dijo Foege, refiriéndose a incidentes en Pakistán y Nigeria, que interrumpieron las campañas de vacunación.
Eliminar la viruela hace unos 35 años requirió una profunda comprensión de las comunidades en las cuales se ocultaba. Durante su última aparición, en Somalia, la gente ocultó los casos, en parte por vergüenza.
"Pienso que el ébola resultará igual", dijo Foege. "Las sorpresas no serán tan científicas como culturales: la capacidad para ocultar casos; el deseo de no ser identificado como enfermo de ébola o de estar en contacto con el ébola. Esas son las cosas que tenemos que descubrir cómo superar".
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Ese desafío es evidente ahora en Sierra Leona, donde la llegada de los marineros enfermos – combinado con una reciente relajación de las medidas contra el ébola, la resistencia comunitaria persistente ante las medidas de contención y la confusión – han contribuido al brote en la capital. El vicepresidente Samuel Sam-Sumana dijo recientemente que se había puesto en cuarentena después de que uno de sus guardias de seguridad murió de ébola.
Dos botes de madera que llevaban a tres pescadores enfermos llegaron a un pequeño embarcadero en Freetown a principios de febrero, acortando un viaje de dos semanas.
"El capitán estaba vomitando", dijo Mohamed Bangura, de 23 años de edad, un miembro de la tripulación de un bote.
El embarcadero, Tamba Kula, es un asentamiento informal donde viven cientos de personas en chozas hechas de madera recuperada y techos de metal corrugado.
En la entrada de la barriada, un elevado letrero muestra una imagen de la Estatua de la Libertad, un anuncio de los vuelos diarios de British Airways con conexiones a Estados Unidos que fueron cancelados cuando se declaró el brote de ébola.
Ahora el comercio en Tamba Kula también está restringido. Aquellos que contrajeron ébola ahí y cerca – dos docenas de personas desde principios de febrero – incluyen a pescadores, limpiadores de barcos y dos mujeres que vendían pescado.
Hay varias teorías sobre cómo podrían haberse infectado los marineros y cómo propagaron el ébola a otros. Algunos pescadores retrasaron el reporte de sus enfermedades, deteniéndose más bien en una isla para ser tratados con hierbas nativas antes de venir a la capital. Unos cuantos residentes del embarcadero que posteriormente enfermaron pensaron que habían entrado en contacto con fluidos corporales contaminados en un bloque de baños compartidos que fue construido recientemente en Tamba Kula por el grupo de ayuda Oxfam.
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Una noche a las 11:30, Foday Kamara, un monitor comunitario, caminaba sin aliento por el camino que sale de Tamba Kula. Dijo que había pasado dos horas con los soldados que perseguían a una docena de residentes que habían tratado de escapar de la cuarentena en la oscuridad. Dijeron que se sentían recluidos y que la comida no siempre llegaba. "Trabajar con el ébola no es fácil", dijo Kamara. "Me siento como estas personas, no están listas para terminar con el ébola todavía".
El trabajo duro – por parte de equipos de estudiantes voluntarios, con expertos de salud pública nacionales e internacionales – fue recompensado, conforme declinaron los casos en Tamba Kula.
"Siento que nuestra respuesta fue rápida, fue firme, y eso parece haber ayudado", dijo recientemente el doctor John T. Redd, epidemiólogo de los CDC, en el centro de mando del distrito en Freetown. En un pizarrón blanco, había dibujado dos caritas sonrientes al lado del número cero para los casos positivos del día anterior.
Pero el problema no había terminado. Se había trasladado.
A principios de febrero, Abass Koroma, que operaba un molino de alimentos en Tamba Kula, salió de ahí con la ayuda de su esposa. Su hermana había muerto recientemente, y él estaba enfermo.
La madre de Koroma, Fatmata Kalokoh, quien cultiva arroz, y que había viajado a Freetown después de la muerte de su hija, dijo que la esposa de su hijo había pagado a un taxista unos 40 dólares por el viaje de tres horas de regreso a la aldea de la familia, Rosanda, al este de la capital.
Su hijo se había negado a ir al hospital en Freetown por temor, dijo. Cuando llegó a Rosanda, ella lo llevó a un curandero tradicional, quien preparó una medicina de hierbas para ayudarle a dormir. Koroma la bebió y empezó a vomitar sangre. Al día siguiente, murió en camino a otra aldea para ver a otro curandero tradicional.
Su muerte fue reportada a los equipos a cargo de los entierros seguros, pero algunos aldeanos dijeron que lo habían tocado mientras estuvo enfermo, pensando que lo había matado algo como una maldición y no el ébola. Koroma ha sido vinculado a las subsecuentes infecciones de 42 personas en la comunidad, algunas de las cuales han muerto, según funcionarios de respuesta al ébola en el distrito.