New York Times Syndicate

Fruta horrible para los europeos

La cooperativa portuguesa Fruta Horrible rescata alimentos que no pasan los estándares de belleza de la Unión Europea, evitando el desperdicio y ayudando a familias que no pueden pagar los precios de los supermercados. 

LISBOA, Portugal.- Isabel Soares fue a comprar productos frescos una mañana reciente, seleccionó cuidadosamente las futas y los vegetales con ojo discriminador. Tomó unas espinacas cuyas hojas habían adquirido un amarillo poco atractivo. Luego, algunos tomates cuya piel estaba quemada por el sol y dañada por las mordidas de insectos. Finalmente, se decidió por unos calabacines que habían crecido tanto y estaban tan deformados que se habían curvado casi en forma de rosquilla. Eran perfectas para ella.

En un momento de persistentes penurias económicas para muchos en la Unión Europea, cuya inclinación por las regulaciones se ha extendido hasta a la forma, el tamaño y el color de los alimentos que comen sus ciudadanos, Soares ha apostado que existe un mercado para frutas y vegetales a los que los burócratas gubernamentales, los supermercados y otros minoristas consideran demasiado horribles para vendérselos a sus clientes.

Hace como seis meses, un puñado de voluntarios y ella empezaron una cooperativa llamada Fruta Feia o Fruta Horrible, la cual, en su corta vida, ya está rayando en una especie de movimiento de contracultura. Ha despegado con consumidores duramente presionados, se ha ganado el aplauso de defensores indignados por el desperdicio de alimentos en la Unión Europea, el cual está por las nubes, y les ha dado una cachetada con guante blanco a los arrogantes formuladores de la normatividad de la Unión Europea. En su propio estilo y tranquilamente, Fruta Feia ha subvertido las nociones establecidas de lo que es hermoso o, por lo menos, comestible.

"Las normas de la Unión Europea están basadas en la errónea idea de que la calidad se trata del aspecto", notó Soares, de 31 años, quien antes trabajaba en Barcelona como consultora en energía renovable. "Claro que es más fácil medir el aspecto exterior en lugar de las características interiores, como los niveles de azúcar, pero esa es una forma equivocada de determinar la calidad".

Ella dijo que su objetivo es "romper la dictadura de la estética porque realmente ha ayudado a incrementar el desperdicio de alimentos".

Europa desperdicia 89 millones de toneladas de alimentos al año, según un estudio que presentaron en mayo los gobiernos holandés y sueco, en el que se hace un llamado al bloque a reducir la cantidad de desperdicio de alimentos causado por el sistema de etiquetación.

Por otra parte, Soares estima que una tercera parte de los productos agrícolas de Portugal se van a la basura a causa de los estándares de calidad establecidos por los supermercados y sus consumidores. Dice que el desperdicio también es un ejemplo sorprendente de la intervención regulatoria poco apropiada de la Unión Europea, la cual ha tratado de unificar los estándares para los alimentos en todo el conjunto de 28 países.

De hecho, las normas alimentarias europeas, adoptadas cuando se concluyó la integración de un solo mercado de la Unión Europea en 1992, han ayudado, desde hace algún tiempo, a impulsar un sentimiento antieuropeo, en particular en Gran Bretaña, donde los tabloides ridiculizan a los burócratas en Bruselas por supuestamente tratar de prohibir "los plátanos chuecos" o "los pepinos curvos".

De cara a tales críticas, la Comisión Europea redujo hace seis años la lista de normas para las frutas y los vegetales de 36 a 10 productos.

Para productos como los tomates, que siguen en la lista, la legislación europea establece requisitos mínimos que incluyen que lleguen "limpios, prácticamente sin ninguna materia extraña visible" así como "de aspecto fresco". La ley los clasifica en tres clases, incluida una baja en la que se permiten defectos. No obstante, los supermercados, en general, optan por una clase para la cual solo se permite "un defecto ligero en la forma y el desarrollo" de los tomates.

Además, "muchos supermercados establecen sus propios estándares; ya sean o no estándares de la Unión Europea", dijo Roger Waite, un portavoz agropecuario de la Comisión Europea. Tales "estándares privados", agregó, "obviamente, son polémicos para los agricultores".

La Comisión va a publicar nuevas recomendaciones en junio para combatir el desperdicio alimentario. Incluirán propuestas para mejorar la etiquetación con la fecha de caducidad, así como canalizar más de los productos que no se quieren a los bancos de alimentos o para alimentar a los animales.

Joao Barroso, un científico del ambiente, dijo que apoya cualquier iniciativa para reducir el control que tienen los grandes productores y los comerciantes al menudeo sobre la agricultura europea.

"La Unión Europea estableció estándares y sigue una política agrícola que está centrada en lo que quieren los grandes actores de la cadena de suministro de alimentos, aun si ello significa que haya una cantidad increíble de desperdicio", explicó Barroso.

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Soares dijo que ella podría vender sus alimentos sin contravenir la legislación de la Unión Europea porque las normas de márquetin de Europa se aplican solo a los alimentos que están etiquetados o empacados, lo cual no es el caso con los productos que mete en sus guacales.

Aunque Fruta Feia había estado creciendo "exponencialmente", ella comentó que mantendría una escala que le permita visitar a sus productores con regularidad. "Queremos trabajar con agricultores locales porque queremos conocer a quienes ayudamos", notó.


Soares empezó su empresa en noviembre, después de ganar un premio de 20 mil dólares que otorgó la Fundación Gulbenkian, la cual realizó una competición de emprendimiento entre los portugueses que viven en otros países.

Desde entonces, contó, Fruta Feia ha integrado una lista de espera de mil clientes. La asociación tiene 420 clientes registrados que también pagan una membresía de 6.81 dólares, además del costo de su guacal semanal con alimentos, el cual cuesta 4.77 dólares cada uno y contiene alrededor de 3.6 kilogramos de frutas y vegetales.

Al principio, señaló Soares, batalló para persuadir a los campesinos para que le vendieran lo que no quisieran. "Creo que algunos sospecharon que era inspectora sanitaria encubierta", recordó.

Hoy día, no obstante, recibe un cariñoso abrazo de Paulo Dias, quien maneja una granja familiar en Cambaia, a unos 72 kilómetros de Lisboa, y es proveedor de Sonae, una de las compañías de supermercados más grandes de Portugal. La granja tiene una superficie de 7.5 hectáreas, de las cuales cuatro corresponden a invernaderos.

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"En un invernadero, es mucho más fácil controlar un tomate que al aire libre", dijo Dias, "pero eso no quiere decir que sepa mejor". De su producción anual de cerca de 907 kilogramos de tomates, Dias dijo que una cuarta parte no satisface los estándares de calidad de Sonae – color exterior, tamaño y textura de la piel y, por tanto, se tiran.

Fruta Feia compra los alimentos que se desechan en cerca de la mitad del precio al que los productores se los venden a los supermercados. Dias dijo que "cualquier ingreso extra, claro, ayuda". Sin embargo, agregó: "También me hace sentir bien saber que mis tomates no se desperdician y que gente que quizá tiene poco dinero come algo que es tan bueno como si pudiera pagar el del supermercado".

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Hasta ahora, Fruta Feia solo tiene tres elementos en su personal, incluida Soares, así como un puñado de voluntarios, algunos de los cuales son extranjeros que viven en Lisboa.

Andrea Battocchi, una arquitecta de 31 años, señaló que su plan es presentar el proyecto Fruta Feia en la Expo 2015, una exposición internacional que se hará en su nativa Milán y su tema será "alimentar al planeta".

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En un momento de austeridad y 15 por ciento de desempleo en Portugal, Fruta Feia ha atraído clientes por sus precios bajos, pero la mayoría de ellos dijeron que, principalmente, quieren apoyar a la agricultura local y reducir el desperdicio.

"Estos alimentos, claro, son baratos, pero también son locales, están frescos y estarían destinados a la basura, lo que me molesta verdaderamente", comentó Ana Neves, una empleada de un centro de atención al cliente. "He examinado parte de estas cosas y no puedo ver por qué no pueden llegar al supermercado".

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Cuando estaban por irse sus últimos clientes, Soares revisó a ver si quedaba algo de fruta en los guacales en los que los voluntarios colocan cualquier producto excedente, el cual se alienta a los clientes que se lleven gratis. “Claro que aquí nada se desperdicia”, explicó.

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