Las elecciones presidenciales se acercan y los debates entre los candidatos están a la vuelta de la esquina. La Ciudad de México, Mérida y Tijuana se vestirán de gala para llevar a cabo estos esperados eventos cuyo contenido será, sin duda, un importante factor para decidir nuestro voto.
Pero podemos ir "dando carnita" para que todos nosotros, los ciudadanos, lleguemos bien informados al momento de acudir a las urnas.
El resultado de esta votación trazará la ruta del país, particularmente si gana el candidato de Morena, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), quien tendrá su tercera y seguramente última oportunidad para competir por la Presidencia. De perder, nos ha ofrecido irse a la Chingada, o sea a su rancho en Tabasco con este singular nombre, y no volver a participar en política ¿Lo cumplirá?
Yo no pienso votar por AMLO y me apoyo, entre otras cosas, en las razones que, a petición nuestra, ha expuesto Pedro Javier González, asesor político de Sociedad en Movimiento, y que transcribo a continuación:
1. Se trata de un líder populista (muy exitoso, por cierto). Su liderazgo presupone una relación directa, casi personal, con el pueblo. Este tipo de relación refuerza su posición entre sus seguidores, al tiempo que le brinda un argumento de legitimidad con base en el cual se puede brincar trancas legales institucionales: el cumplimiento de los designios del pueblo bueno (tal como él los interpreta) es una base de legitimidad éticamente superior a la que brindan las leyes y las reglas establecidas.
2. Su oferta política está completamente anclada en los marcos del nacionalismo revolucionario, particularmente en su versión de los años setenta. No parece entender el mundo contemporáneo y su visión, además de anacrónica, resulta provinciana. No tiene propiamente proyecto de futuro, sino de reconstrucción de un pasado que él piensa fue mejor.
3. Posee evidentes rasgos autoritarios. No es un líder portador de valores democráticos, pues no es tolerante, ni se siente cómodo en el pluralismo y la diversidad de todo tipo; no es culturalmente incluyente. Tampoco parece valorar la relevancia del respeto a la ley.
4. Nunca ha mostrado inclinación por acercarse y abrirse a la participación ciudadana. Sólo tolera a la ciudadanía que le es fiel, no a la que cuestiona y pretende incidir en la toma de decisiones.
5. Como buen caudillo, es mesiánico y megalómano; de ahí su convencimiento de que la solución de cualquier problema debe necesariamente pasar por él. Su ejemplo será una guía poderosa para la reconstrucción ética de la nación.
6. Es voluntarista y poco tolerante con las restricciones que impone la terca realidad, característica que comparte con la mayor parte de los líderes populistas; de ahí la tendencia a los déficits fiscales y el gusto por los programas asistenciales que refuerzan su imagen de padre bueno y proveedor.
Todavía hay tiempo que recorrer y particularmente los debates a los que nos hemos referido serán un elemento importante para tomar nuestra decisión final. Pero justo es que nos nutramos de las opiniones ciudadanas con el propósito de conocer si son tomadas en cuenta o no por los candidatos.
Mañana será otro día.