Repensar

Esperando a Naftito

Alejandro Gil Recasens escribe sobre el 'alumbramiento' del TLCAN, que no ha tenido una evolución tranquila por las exigencias de Washington en la fabricación de vehículos.

No hay momento en que las personas experimenten sentimientos más encontrados como cuando se acerca la fecha de un nacimiento. Es un descanso después de la larga espera, a veces dificultosa. Se siente una enorme felicidad al ver que el amor de la pareja fructifica y la familia crece. Pero al mismo tiempo no deja de haber temor sobre las circunstancias del parto e incertidumbre sobre el futuro de esa personita.

Así estamos con el alumbramiento de un nuevo TLCAN. Exactamente mañana se cumplen nueve meses de que se iniciaron las negociaciones y parece que ya hay contracciones regulares. Estamos como padres ansiosos, expectantes sobre la fisonomía, salud y carácter de la criatura. Lamentablemente ha sido un embarazo de alto riesgo, lleno de vicisitudes y problemas. El ultrasonido muestra que el bebé se mueve, pero está demasiado borroso como para asegurar que no viene con malformaciones.

Lo que ha impedido una evolución más tranquila son las exigencias de Washington respecto a las reglas de origen en la fabricación de vehículos. En un principio solicitaban que el contenido de la región subiera de 62.5 hasta 85 por ciento y que por lo menos 50 por ciento se hubiera integrado en su país. Actualmente piden 75 por ciento y quieren que hasta 40% de cada auto o camioneta se produzca en jurisdicciones en las que se pague un mínimo de 16 dólares por cada hora laborada. Pretenden además ampliar la relación de materiales y partes que deben verificarse para obtener el correspondiente certificado de origen. A cambio de exceptuar permanentemente a Canadá y México de cubrir impuestos al comprarles acero (25 por ciento) y aluminio (10 por ciento) buscan que dos tercios de lo utilizado provengan de alguno de los tres socios del tratado. Por último, para aplicar el nuevo régimen proponen un periodo de transición de sólo cuatro años.

Todo eso tiene como objetivo que Donald Trump cumpla el ofrecimiento que hizo de revisar el NAFTA para propiciar el regreso de la manufactura a su país. Actualmente los automotores hechos en Norteamérica sólo tienen entre 20 y 30 por ciento de contenido estadounidense.

Aunque renovar la lista de materiales y partes tiene lógica, porque ahora los automóviles tienen equipos electrónicos que en 1994 no existían, la industria se resiste a engrosarla. Se opone por el tiempo y dinero que pierden con los trámites y el papeleo: hay piezas que cruzan cinco o más veces la frontera antes de su incorporación final. La desaprueba también porque actualmente utilizan insumos asiáticos más baratos. Modificar sus cadenas productivas globales les llevaría lustros y elevaría sus costos. Eso redundaría en menores rendimientos o precios más elevados y menor competitividad. En cambio, en alguna medida a los fabricantes mexicanos de autopartes y metales sí les conviene limitar la competencia.

Las armadoras tampoco desean igualar los sueldos que pagan aquí con los que ofrecen en Estados Unidos o Canadá. Las ventajas laborales fueron la principal razón por la que pusieron sus plantas en nuestro suelo. En el Bajío pagan a sus operarios entre cuatro y ocho dólares la hora, la mitad de lo que reciben los de Ontario o Michigan. Ya se consiguió que se tome en cuenta el trabajo de investigación e ingeniería hecho en la Unión Americana, pero eso le pega a Nissan y Volkswagen que realizan esas actividades fuera del continente.

Ante todo esto, las opciones que tienen las corporaciones son todas malas. Pueden mover parte de sus plantas al norte de la frontera o elevar la remuneración de sus trabajadores mexicanos que generan mayor valor agregado. En ambos casos tendrían el incentivo de invertir en bienes de capital, con lo que eliminarían empleos allá o acá. Pueden dejar su producción donde está o llevársela a una zona con mano de obra barata, fuera del TLCAN, y simplemente cubrir la bajísima tarifa de nación más favorecida (2.5 por ciento). Pero tienen el peligro de que Trump la ponga al mismo nivel que la de los chinos (25 por ciento).

En cualquier caso, perderemos inversiones y empleos. Naftito tendrá bajo peso al nacer y no crecerá tanto como su hermano mayor. Por lo pronto, tenemos al niño atravesado y se puede pasmar. Los médicos tratantes (Guajardo, Freeland y Lighthizer) son unas eminencias, pero no se ponen de acuerdo en cómo salvarlo.

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