Las encuestas han documentado una y otra vez que la sociedad mexicana es muy desconfiada. La mayoría de la gente desconfía de la demás gente y de la mayoría de las instituciones. Si acaso esto ha cambiado en los últimos años ha sido para acentuar la desconfianza.
En el tren de la democratización mexicana se ha dicho que la construcción de la confianza iba incluida en el costo del pasaje, pero mientras que el tren sigue su marcha, una parte de la confianza sigue varada en la estación de salida y otra parte parece haber tomado una ruta diferente a la esperada.
Hace algunos años, el Instituto Federal Electoral, uno de los pilares de la democratización, gozaba de altos niveles de confianza entre la ciudadanía. En las elecciones presidenciales de 2006, que se definieron por apenas un manojo de votos y que tuvieron un periodo importante de protesta postelectoral, el IFE mostró tener un sólido apoyo de los ciudadanos.
Unos meses antes de las elecciones, en diciembre 2005, las encuestas señalaban que 70 por ciento de los mexicanos confiaba mucho o algo en el IFE. Después de las elecciones, en agosto de 2006, la confianza en el IFE disminuyó unos puntos, pero se mantuvo como mayoría, registrando 61 por ciento (Reforma, "Refrendan confianza en IFE y TEPJF", 30 agosto 2006). La confianza en el Tribunal Electoral en esos dos momentos registró 56 y 57 por ciento, también mayoritaria.
Desde entonces, la confianza en las autoridades electorales, como ha sido el caso de la confianza en muchas otras instituciones, se ha venido erosionando. Según la encuesta nacional más reciente de EL FINANCIERO, publicada el pasado 6 de febrero, 44 por ciento de los electores confía mucho o algo en el INE y 40 por ciento confía mucho o algo en el Tribunal Electoral. Por el contrario, 54 y 57 por ciento de los entrevistados dijo confiar poco o nada en ellos, respectivamente.
Es evidente que hay menos confianza electoral que antes, pero ¿qué tan fuerte o débil luce esta reserva de confianza, sobre todo comparándola con otros actores políticos, como los propios partidos y los candidatos a la presidencia?
Reflexionar acerca de la reserva de confianza electoral puede ser un ejercicio muy útil ahora que inicia la intercampaña, un periodo un tanto incierto acerca de lo que se puede hacer o no se puede hacer y decir. Bajo esa incertidumbre y potencial confusión, la confianza en el INE resulta de crucial valor, ya que éste debe vigilar a los jugadores en la cancha bajo reglas a las que no todos están acostumbrados; por su parte, los jugadores, en el calor del juego, seguramente cuestionarán y reclamarán al árbitro algunas decisiones.
En la intercampaña, el llamado al voto está prohibido, pero las entrevistas en medios no. La línea entre estar en fuera de lugar o no podría ser muy tenue. ¿Si el juez de línea levanta la bandera y el candidato la protesta, a quién creerle?
El 44 por ciento de confianza en el INE es bajo comparado con lo que registraba un tiempo atrás, pero no es tan bajo si se le relaciona con la confianza en los partidos (que han mostrado de manera consistente bajos niveles de confianza) y, quizás, en los candidatos presidenciales.
La encuesta no midió la confianza en los candidatos presidenciales como tal (tarea que tomo para un próximo estudio), pero la opinión acerca de ellos podría servirnos como referente. La opinión favorable que el electorado manifiesta hacia los principales candidatos varía entre 24 y 38 por ciento. Si bien eso no es exactamente su nivel de confianza, sí nos dice el nivel de apoyo o simpatía con el que cuentan, el cual está un poco por debajo del 44 por ciento de la confianza en el INE.
Quien más compite en apoyo (o acaso credibilidad) con el INE es, en estos momentos, López Obrador, así que habrá que estar al pendiente de cómo se marcan las jugadas en la intercampaña, qué reacciones hay y cómo podrían influir al electorado. Este último juzgará si se juega limpio o no y si lo que marque la autoridad es justo o no. Por lo pronto, el INE tiene una ligeramente mayor reserva de confianza frente a los jugadores.