Desde San Lázaro

Mal endémico

Ante los embates y afectaciones de la naturaleza en nuestro país, están documentadas las corruptelas, desviaciones de recursos e ineptitudes de servidores públicos, pero sin ningún castigado.

La fuerza de la naturaleza se ha dejado sentir con mayor intensidad en septiembre, particularmente en nuestro país, ya que históricamente en este mes se han padecido los terremotos y huracanes más severos del último siglo, y por lo menos en estos últimos hay una explicación científica que justifica el embate.

Ante este siniestro escenario poco se hace para, primero, mantener en alerta a la población, no sólo para una eventual evacuación, sino para atenderla de inmediato; y segundo, ya lo vimos con los damnificados de los sismos del año pasado, que la ayuda y los planes de atención y contingencia operen con celeridad.

En la realidad ha hecho más daño la corrupción y la negligencia de las autoridades de los tres niveles de gobierno e incluso diputados, que los propios siniestros.

A un año de los sismos del año pasado, hay todavía cientos de miles de damnificados que no han recibido ayuda alguna, no sólo en Oaxaca, Chiapas y Morelos, sino en el propio corazón del país: la CDMX.

No obstante que están documentadas las corruptelas, desviaciones de recursos e ineptitud no hay un solo servidor público castigado, por ello el nuevo gobierno federal enfrentara innumerables dificultades de todo tipo; sin embargo, por desgracia, las causadas por la naturaleza serán las mayores y para ello se requiere una política pública de vanguardia, que no sólo atempere el daño ocasionado, sino que proteja a la brevedad a los sectores de la sociedad más vulnerables, que por desgracia, en la mayoría de los casos, son los más pobres.

Cierto, hay avances loables en materia de protección civil. Sin embargo, a la hora de la emergencia se ha visto siempre que es la misma sociedad civil la que sale al paso de la contingencia y no las autoridades.

La sociedad se ha encargado de salir a las calles, como ocurrió nuevamente en los sismos del año pasado, y de tomar la batuta en la reconstrucción, aun con todos los escollos burocráticos que dificultan su tarea.

Ahora que vienen los huracanes debido a que es el pico de la temporada ciclónica verano/otoño, cuando todos los ingredientes del cóctel mortal se mezclan, como son la temperatura cálida en el océano –más de 26 grados centígrados– y una atmósfera tropical convulsa (tormentas eléctricas o tornados), entre otros factores, se requiere detonar y mantener la alerta entre la población vulnerable.

Y más allá de eso, en algún momento se debe desplazar a miles de pobladores, que están en zonas de riesgo, a nuevas poblaciones concebidas para disminuir el daño.

Esto también aplica en el caso de los sismos que, por absurdo que parezca, en lugar de disminuir los riegos, se aumentan con la proliferación de cientos de edificaciones que violan las disposiciones vigentes en uso del suelo y reglamento de construcción, especialmente en el exDF.

Tiene razón el presidente electo Andrés Manuel López Obrador, la corrupción es el génesis de todos los males del país. Es un mal endémico.

Vienen los embates de la naturaleza con mayor fuerza, de hecho ya lo estamos viendo en otras latitudes en el mundo, y en lugar de entretenernos en temas intrascendentes, el enfoque y la prioridad deben ser salvaguardar las vidas y patrimonio de millones de mexicanos.

No habrá ningún plan de gobierno exitoso sino se empieza por lo relevante, que es, precisamente, ocuparse a la brevedad de las nuevas condiciones climáticas que azotan al orbe y, en la medida de lo posible, como lo ha hecho Japón, orientar toda política pública a ocuparse ante los movimientos tectónicos.

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