Antonio Cuellar

¿Pragmatismo populista, o pragmatismo tecnócrata?

¿Qué tipo de gobierno aterrizará Andrés Manuel López Obrador y su gabinete, ahora develada su flexibilidad y su capacidad de adaptación a las conveniencias que le presenta el tiempo?

Después del desaseo con el que se organizó la triple votación para conceder licencia para abandonar el cargo de senador de la República al hoy gobernador Manuel Velasco, cualquiera pensaría que las decisiones adoptadas por Morena constituyen una renuncia a sus principios y una buena refrescada contra sus votantes, incautos soñadores que convencidos por una retórica antisistémica, pensaron que el nuevo partido en el poder cambiaría las malas costumbres de la clase política… pues la verdad de las cosas, es que nada parece más alejado a esa suposición. Morena ha propalado un pragmatismo recalcitrante que hoy simplemente ha quedado demostrado. Asume decisiones en función de aquellas metas que más le convienen. Ese pragmatismo que nos muestra ¿será populista o tecnocrático?

A lo largo del último siglo, México vivió gobernado por un partido que, habiéndose fundado sobre la base y principios engendrados en la Revolución, enfrentó su devenir en función de la realidad que la misma historia y su posición geopolítica global fue definiendo. Así, a pesar de haber provenido de una misma cuna partidista, podría apreciarse cómo el tinte del gobierno de Cárdenas fue notoriamente izquierdista; cómo Miguel Alemán o Gustavo Díaz Ordaz fueron presidentes con una tendencia de derecha; como Luis Echeverría y José López Portillo fueron auténticamente populistas; y, cómo desde Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo, hasta Enrique Peña Nieto, fueron presidentes de una corriente neoliberal, dirigida por un mando tecnócrata incuestionable. La pluralidad de corrientes al interior de la misma organización política son una comprobación fehaciente de la manera en que los problemas se han venido resolviendo, de la forma en que de acuerdo con las circunstancias resulta más conveniente. No existe corriente de pensamiento de largo plazo. El PRI fue un partido forjado en la praxis de los tiempos.

Esa flexibilidad ideológica con la que los partidos políticos han debido lidiar para posicionar una agenda eficiente y funcional, no es algo que nos deba de espantar; el mundo entero se debate en contra de la desaparición del pensamiento socialista y la disfuncional hegemonía del mundo capitalista. En los Estados Unidos se enfrenta a un presidente que proviene de un partido conservador, empeñado por impedir el libre comercio; mientras que en la República Popular China el presidente Xi Jinping impulsa políticas de expansión comercial.

Una cuestión, sin embargo, es clara y resulta irrefutable: no existe gobierno populista en el planeta que hubiera logrado posicionar exitosamente sus postulados. Nos guste o no, el manejo de las finanzas públicas del que depende la generación de la inversión privada, a la que se encuentra atada la productividad y el empleo, y a la postre la riqueza nacional, está indisolublemente ligado a una dirección técnica que exige de sus titulares un conocimiento científico de la conducción económica de la administración. No existe riqueza nacional que pueda asociarse al dispendio o a la desorganización fiscal.

El hecho de que un partido que dice ser de ultra izquierda, como Morena, hubiera firmado una alianza electoral con el partido de ultra derecha, como el PES; el hecho de que ese mismo partido hubiera agrupado importantes representantes políticos de la izquierda, como Poniatowska y Taibo, con dirigentes y representantes ciudadanos de la derecha, como Germán Martínez o Manuel Espino, o con representantes del empresariado nacional como Marcos Fastlicht y Miguel Torruco; o el hecho de que tan rápidamente se abandonen promesas de campaña sin siquiera haberse asumido el poder, como la de regresar al Ejército al cuartel o sujetar a control el precio de la gasolina, no constituyen una contradicción con su ser, sino una demostración de lo que siempre debimos ver.

El 1º de diciembre próximo se materializará la anhelada transición de la izquierda. Los hechos no demuestran que la próxima administración tendrá la misma vocación democrática que todas las anteriores, lo cual podría conducirnos, desafortunadamente, a una reencarnación de la que otrora fuera llamada como la dictadura perfecta. Falta por saber qué destino llegará a tener la iniciativa para reformar al aparato judicial, institución que garantizaría el actual orden constitucional, para entender los alcances con los que el nuevo presidencialismo mexicano llegará a nacer.

Una valoración objetiva sobre el futuro que habríamos de vivir en función de un nuevo partido institucional afianzado al poder, nos obliga a remembrar y a cuestionar qué tipo de gobierno presidencialista podría llegarse a instaurar: uno populista o uno tecnocrático.

La presidencia populista de Echeverría y López Portillo provocó el peor descalabro económico del que la historia tenga registro. En el contexto demográfico actual, la repetición de esa aventura causaría un estrago en la población y un crecimiento desmedido de la pobreza que podría desembocar en un estallido social, quizá con resultados más dramáticos que aquellos atravesados durante la revolución de 1910.

La presidencia tecnocrática de Salinas, de Zedillo o de Peña Nieto, dejó un balance económico con bases más sólidas, pero un distanciamiento social nunca antes visto en la historia del país. La decisión de adoptar medidas que continúen por el mismo sendero ocasionaría un escenario de violencia contra las instituciones públicas que ofrecería los mismos resultados que la anterior.

Es precisamente la imperiosa necesidad del cambio lo que nos conduce a cuestionar ¿qué tipo de gobierno aterrizará Andrés Manuel López Obrador y su gabinete, ahora develada su flexibilidad y su capacidad de adaptación a las conveniencias que le presenta el tiempo? No sobra decir que un poco de disciplina financiera y otro de política, no le vendría nada mal a México, sabiendo solamente de qué lado jalar la cuerda. La correcta conducción de la economía y las finanzas del gobierno por un lado, y una atención puntual a la desigualdad social, en el marco del orden y la competitividad. Pronto averiguaremos que receta se vendrá a aplicar, aunque difícilmente conoceremos cuándo se irá a acabar.

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