Benjamin Hill

Imaginar a John McCain

Un repaso a la carrera del recién fallecido senador republicano da cuenta de las contradicciones que vivió y de la rectitud con la que se condujo, resalta Benjamín Hill.

En un artículo publicado en 2000 en la revista Rolling Stone, David Foster Wallace, ese garbanzo de a libra de la literatura de EU, nos pide imaginar que nos encontramos en el lugar de John McCain, en octubre de 1967, piloteando un bombardero A4 Skyhawk sobre el centro de Hanói, Vietnam del Norte. Imaginemos que los cañones antiaéreos nos alcanzan y obligan a activar el mecanismo de expulsión del asiento como medida de último recurso. La violenta expulsión nos golpea la cabeza y nos fractura ambos brazos y una pierna. El paracaídas abre tarde y caemos con fuerza en la laguna Hoan Kiem, en pleno centro de Hanói. Imaginemos el dolor físico y el miedo de caer, invalidados por las heridas, justo en el centro de la ciudad y de enfrentar a la población que guarda un odio profundo contra los bombarderos norteamericanos. Somos capturados por soldados que nos fracturan el hombro de un culatazo y nos hieren con sus bayonetas en la ingle, en un intento por lastimar los testículos. Nos llevan a la prisión de Hoa Lo (conocida también como el "Hanói Hilton"), donde nos dejan sin atención médica por una semana. Finalmente somos atendidos por las fracturas de las piernas –sin anestesia–, pero dejan tal cual la fractura de hombro y la herida en la ingle. En medio de delirios causados por las infecciones y la mala alimentación, con los días nos convertimos en un guiñapo humano de menos de 50 kilos. Tratemos de imaginar eso. De alguna forma sobrevivimos y tras unos meses de haber sido arrojados a una celda somos arrastrados a la jefatura de la prisión. El padre de McCain, un almirante de cuatro estrellas, es el comandante de las fuerzas navales norteamericanas en el Pacífico. Como estrategia de relaciones públicas, los norvietnamitas nos ofrecen ser devueltos a nuestro país. Pero McCain se rehúsa a ser liberado antes que sus compañeros de celda que llevan más tiempo encarcelados, como indica el Código de Conducta de Prisioneros de Guerra del Ejército. Nos golpean y nos vuelven a romper un brazo, nos fracturan las costillas y nos tiran los dientes a culatazos. Y nos encierran de nuevo por cuatro años, la mayor parte de ellos en una celda de castigo, en solitario y completamente a oscuras. Por respeto a un código. Podemos tratar de imaginar eso, pero es imposible.

John McCain fue una persona llena de contradicciones. Tuvo una difícil juventud siempre a la sombra de su padre y abuelo, ambos almirantes de alto grado y más que eso, monumentos vivos de la Armada de Estados Unidos. Como para traicionar las expectativas de forma intencional, McCain fue un mal estudiante, un rebelde, un calavera que se mezcló en varios incidentes oscuros, en los que su temeridad e imprudencia como piloto provocaron graves accidentes. En su carrera política no fue menos polémico: su temprano apoyo a Nixon, sus posiciones conservadoras y sus errores contrastaron con una cualidad poco frecuente en los políticos de hoy: su capacidad para reconocer equivocaciones y rectificar.

McCain asciende al Senado por Arizona en 1987, sustituyendo en la boleta republicana al legendario ultraconservador Barry Goldwater, y muy pronto se vio envuelto en un escándalo. McCain cabildeó ante autoridades regulatorias que liberaran de responsabilidades a Charles Keating, un administrador de fondos de retiro que quebró por malos manejos y cuyo rescate costó una fortuna al gobierno estadounidense. Se descubrió que Keating había pagado a la familia de McCain unas vacaciones en Bahamas, situación que le valió ser investigado por el Comité de Ética del Congreso. Tras reconocer su error, McCain se convirtió durante muchos años en un campeón a favor de la transparencia del financiamiento privado a campañas y a políticos, causa que no cuenta con muchos apoyadores al día de hoy. En mancuerna con el demócrata Russ Feingold, patrocinó en 2002 una ley que limitaba la influencia de los donativos políticos, ley que estuvo en vigor hasta que la Corte Suprema la declaró inconstitucional en 2010, en un polémico fallo que McCain siempre criticó como la "peor decisión de la Corte en el siglo XXI".

En su carrera política, McCain hizo del "hablar derecho" y del "decir siempre la verdad" una de las características marcantes de su estilo y de su publicidad electoral. Sin embargo, no siempre pudo estar a la altura de esos valores. En 2000, mientras hacía campaña por la nominación presidencial en Carolina del Sur, bastión del confederalismo trasnochado, declaró que no se oponía a que la bandera confederada siguiera ondeando en edificios públicos, posición que más adelante reconoció que no representaba su opinión real y por la que pidió disculpas: "Tuve miedo de que contestar de forma honesta no me permitiría ganar la elección primaria en Carolina del Sur, por lo que comprometí mis principios". También reconoció el error de haber invitado como compañera de fórmula a Sarah Palin en su campaña por la presidencia en 2008, decisión que alentó al populismo de derecha que contribuyó al triunfo de Trump, uno de sus némesis.

El balance final sobre la carrera de McCain incluye un largo catálogo de contradicciones, de triunfos y de fracasos. Es difícil encontrar en su carrera temas en donde se haya mantenido constante. Tal vez lo único constante fue su valor para reconocer errores y para enderezar el camino. En tiempos políticos en los que parece que la mentira es premiada, tal vez fue su honestidad lo que le impidió ser presidente.

Los errores en política por sí solos no causan deshonra; son una oportunidad para aprender, crecer y reorientar el camino. Es posible que el reconocimiento de sus errores de juventud y la oportunidad que se le presentó en Hanói para rectificar, hayan motivado a McCain a mantenerse fiel a un código, en contra de sus propios intereses, en un acto de generosidad y desprendimiento que le valió ser encarcelado y torturado por años. Sólo ese hecho le da a McCain, con todos sus errores y contradicciones, la autoridad moral de la que muchos de sus contemporáneos carecen. Descanse en paz.

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