Benjamin Hill

Los límites de la corrección política

Hoy en día, las exigencias de la corrección política han llegado a tal extremo que es difícil hilar un enunciado de corrido, señala Benjamín Hill.

Hace unos días una concursante del programa de televisión "Operación Triunfo", en su versión española, se negó a pronunciar un fragmento de la canción de Mecano "Quédate en Madrid", publicada originalmente en 1988, en cuya letra aparecía la palabra "mariconez", por considerar que era un insulto homófobo. A pesar de que en el programa se desestimó en un principio la postura escrupulosa de la concursante, al final se acordó cambiar la palabra en cuestión por "gilipollez", término del lenguaje coloquial español que puede traducirse al uso mexicano como "pendejez", como si insultar a los pendejos fuera menos grave que insultar a los homosexuales. Este último comentario, desde luego, es un intento por ser sarcástico, y es prudente hacer la aclaración, pues hoy en día las exigencias de la corrección política han llegado a tal extremo que es difícil hilar un enunciado de corrido –no se diga intentar un sarcasmo– sin que alguien se sienta ofendido. De hecho, doy por descontado que alguien se sentirá ofendido con mis comentarios.

Ya en serio, el término "corrección política" ha sido usado en el pasado en muy diversos contextos. Fue usado por nazis y comunistas para identificar conductas que se adherían con fidelidad a sus ideologías, y para separarlas de aquellas consideradas sediciosas. En los años 70 fue utilizado como un "chiste doméstico" por la izquierda de Estados Unidos, para ridiculizar a grupos que se oponían radicalmente a la pornografía. Con el tiempo, "corrección política" o "políticamente correcto", se han convertido en frases de uso común en muchos debates en donde se abordan temas políticos, culturales y sociales.

Hoy, la corrección política se refiere por regla general a un conjunto de políticas, comportamientos, discursos y códigos de comunicación en las artes y en el habla oral o escrita, que están alineados con una intención de prevenir la discriminación racial, de discapacidad física, de género, de orientación sexual y de posición socioeconómica. Los motivos de quienes apoyan la adopción de códigos de comunicación políticamente correctos tienen, desde luego, sus méritos. Es indudable que la discriminación en el lenguaje muchas veces lleva a la discriminación en los actos, y algunos dirían que hasta por "programación neurolingüística"; un cambio en el lenguaje conduce eventualmente a una evolución de las ideas de las personas y de sus patrones de comportamiento.

Sin embargo, la corrección política también tiene sus críticos. Uno de ellos es el comediante Jerry Seinfeld, que en su famoso programa de televisión de los años 90 solía abordar muy a la ligera –y de manera magistral, en mi opinión– temas sociales bastante peliagudos, como preferencias sexuales, religión, discapacidades físicas o cuestiones de género, y que de haberse hecho hoy, dados los estándares que marca la corrección política, esos capítulos tal vez hubieran terminado siendo boicoteados con una campaña en redes sociales y en Change.com. "La corrección política –ha dicho Seinfeld– está acabando con la comedia". Es indudable que la corrección política ha ayudado a alimentar una suerte de hipersensibilidad ante la ofensa que muchas veces se convierte en un obstáculo para el humor, la ironía y el sarcasmo. De hecho, las exageraciones en lo que se considera políticamente correcto en el debate público y en especial en redes sociales, han llevado a que este concepto se ridiculice y a que se le haya restado autoridad.

Y lo que pasa es que es imposible definir cuáles son las fronteras entre lo que es aceptable en el debate político y lo que cae fuera de la corrección política. En muchos casos, esas fronteras son anchas, grises y pastosas, por lo que se vuelve muy fácil, a propósito de la corrección política, polarizar el debate y desacreditar de entrada a quienes opinan distinto. Existe el riesgo de que la corrección política llevada a un extremo, no solamente pueda hacer cada vez más difícil hacer chistes, sino que también pueda vaciar el debate público de contenidos y de riqueza conceptual y hacer que se aplane una discusión que debería ser multidimensional. Un debate público en el que sólo una postura es considerada válida, y en el que quienes se atrincheran en la corrección política se asumen elevados en una plataforma moral superior a la de los demás, significa en los hechos el fin de la deliberación.

El concepto actual de corrección política ha introducido referentes en la cultura política que nos ayudan a abandonar vicios en el lenguaje y en nuestros códigos de comunicación que, sin duda, han sido muy valiosos para avanzar en una agenda de derechos, de defensa de la dignidad de las personas, de inclusión y de cambio positivo de actitudes. No es posible entender la corrección política sin reconocer que nos ha ayudado a identificar formas de comunicación que no deben ser aceptables para una sociedad que aspira a dar a cada uno de sus integrantes su lugar como personas, con derecho a ser respetados y a vivir con libertad y dignidad. Pero también es importante que sepamos identificar y prever la tentación de caer en exageraciones, radicalismos y en la hipersensibilidad ante la posible ofensa que, al final, facilitan que se ridiculice y desacredite lo mucho que la corrección política ha logrado aportar.

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