Desde Otro Ángulo

Liderazgo y circunstancias

Resulta importante preguntarse sobre el significado del buen liderazgo y del líder capaz de navegar y conducir a buen puerto este maltrecho barco de todos, llamado México.

A pocos de días de ejercer nuestro voto y definir, colectivamente, el nombre de la persona que habrá de conducir el barco 'México' durante los próximos seis años, resulta casi obligado reflexionar sobre el liderazgo. Indispensable hacerlo, entre otras cosas, a fin de intentar acotar el que detrás de nuestra mano cruzando un nombre u otro sobre la boleta el próximo domingo, opere nuestra visceralidad pura y en solitario.

No me engaño. Sé que en las decisiones íntimas que habremos de tomar el próximo domingo jugará un papel preponderante la amígdala, esa parte reptiliana de nuestro cerebro a la que no mueven las razones. Ello suele ser así en todo proceso electoral. Lo es más, sin embargo, ahí donde la contienda anuncia la posibilidad de cambios bruscos, de alteraciones sustanciales al statu quo. Tales circunstancias agitan con especial virulencia nuestras amígdalas, pues despiertan las reacciones más primitivas asociadas al imperativo a favor de la supervivencia.

Me resisto a creer, sin embargo, que resulte del todo fútil apelar a otras partes de nuestro cerebro en el contexto nacional presente. En concreto, interpelar a esas regiones y funciones cerebrales en las que descansan nuestra capacidad para el razonamiento abstracto, la lógica, el cálculo costo-beneficio, así como nuestra pulsión a encontrarle sentido a las cosas, a conectarnos con otros y ser parte de grupos que nos cobijen de la soledad y la intemperie.

Resulta crucial preguntarse sobre el significado del buen liderazgo también y sobre todo, pues más allá de las motivaciones individuales a favor de uno u otro candidato, esas decisiones en agregado habrán de producir (o no) al líder capaz de navegar y conducir a buen puerto este maltrecho barco de todos, enfrentado, encima, a un mar bronco y extraordinariamente revuelto.

Importa reparar en las circunstancias, pues contra la tentación de imaginar cualidades o perfiles de liderazgo buenos para cualquier tiempo o contexto, la calidad de un líder suele depender tanto o más de qué tan bien embona con sus circunstancias que de sus atributos o cualidades intrínsecas. Para decirlo rápido, rasgos de personalidad, conocimientos y habilidades idóneos para lidiar con una determinada circunstancia, pueden resultar inadecuados o, de plano, fatales en otra distinta.

En términos generales y como resultado de la propensión a buscar certezas y reducir riesgos, tienden a resultar muy atractivos los líderes o candidatos a serlo que ofrecen respuestas y soluciones claras. Personajes así gustan y tranquilizan porque proyectan seguridad y capacidad de mando.

En condiciones llamémoslas 'normales', es decir, regidas por parámetros estables, supuestos ampliamente compartidos sobre la configuración de la realidad social, problemas conocidos e interacciones regulares y suficientemente previsibles entre diferentes vectores y variables, los líderes más aptos tienden a ser, en efecto, aquellos más versados en lo conocido, más firmes en su intención de aplicar las soluciones identificadas de antemano como correctas y más capaces de vencer las resistencias y organizar los apoyos para instrumentarlas en las práctica.

En situaciones en las que los problemas están al rojo vivo, pero, al mismo tiempo, sus contornos y sus causas son difusos, en las que las regularidades de siempre están fracturadas, y en los que los aparatos mentales y los dispositivos institucionales –formales o no– conocidos ya no nos dan ni para entender ni para enfrentar los desafíos que tenemos delante, hacen falta líderes de otro tipo. Timoneles que más que ofrecernos la falsa tranquilidad de una solución simple nos obliguen a hacernos preguntas difíciles (las pertinentes, las más urgentes) para las cuales no tenemos (todavía) respuestas.

¿Alguien sabe, en serio, hoy por hoy, cómo hacerle frente a nuestra espiral de inseguridad y violencia o cómo lidiar con eficacia con el actual ocupante de la Casa Blanca? ¿Alguien tiene, de verdad, la respuesta a cómo lograr más y mejor crecimiento económico, a cómo transitar a un estado de cosas en que la protección de la ley no dependa de quién es uno y a quién conoce, o a cómo conseguir que todos los niños de México egresen de la educación básica siendo dueños mínimamente competentes del uso de su lengua materna? ¿Alguien sabe ya cómo hacerlo, sin, en la aplicación en plan bulldozer de algún recetario, llevarse de corbata lo poquito de gobernabilidad que nos queda?

En un México con problemas que, en muchas áreas, han desbordado nuestras capacidades institucionales y en el que los encuadres intelectuales y técnicos conocidos no alcanzan para precisar su naturaleza y sus enredadísimas causas, requerimos líderes que combinen temple y flexibilidad; firmeza, pero también humildad, creatividad y apertura. El mexicano que necesitamos para conducir el barco colectivo no es el de tiempos normales. No es, en suma, el que dice poseer ya todas las soluciones y las respuestas, sino aquel capaz de guiarnos en la muy riesgosa, pero imprescindible tarea colectiva de reconocer que no tenemos las respuestas y que nos urge sumar voluntades y capacidades para imaginarlas, construirlas y aterrizarlas.

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