Desde Otro Ángulo

¿Por qué la violencia no es el centro del debate?

La espiral de violencia e inseguridad no sólo no cesa, sino que va en aumento; pero para los contendientes a la presidencia de México parece que no es un tema prioritario.

Llevamos alrededor de 250 mil asesinatos desde el inicio del sexenio de Felipe Calderón. La espiral de violencia e inseguridad no sólo no cesa, aumenta. De acuerdo con los datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, en febrero de 2018 el país registró dos mil 389 homicidios dolosos, el número más alto en los últimos 20 años.

En pleno año electoral, sin embargo, la pesadilla que vive cotidianamente el número monumental de víctimas de esa violencia desbocada no se ha vuelto pesadilla colectiva. El tema no está en el centro del debate ni, a juzgar por el tiempo, interés y nivel de sofisticación de sus planteamientos, ni parece ser el que más preocupe o interese a los candidatos presidenciales.

El aumento de los homicidios en el país ha incluido aquellos asesinatos vinculados al crimen organizado, pero también las muertes violentas no relacionadas con las actividades de las organizaciones criminales, mismas que representan, de acuerdo con el conteo mensual del periódico Milenio, alrededor de la mitad del total. Repito: de 2015 a la fecha hemos visto crecer tanto los asesinatos vinculados al crimen organizado como los asesinatos que no están asociados a él.

Junto con la ampliación territorial de la violencia ocurrida durante la administración Peña Nieto, este dato constituye un indicio en extremo preocupante sobre el nivel de rompimiento de nuestro orden social, así como acerca del estado que guardan las capacidades institucionales (formales e informales) de lo que queda del Estado mexicano en lo que refiere a su core business: ofrecerles seguridad a las personas que habitan su territorio.

Niveles y tipos de violencia como los que estamos viviendo en México indican que el poder coactivo del Estado (el uso de la fuerza por parte de militares, marinos y policías) ha ido perdiendo capacidad para regular y contener conductas violentas de todo tipo en porciones cada vez más amplias del territorio nacional. Esa misma espiral de violencia, y en especial su expansión y crecimiento en espacios y actividades no relacionados con el crimen organizado, sugieren, por otra parte, que otro de los pilares de la convivencia mínimamente pacífica, es decir, el cumplimiento voluntario de las leyes y de las normas sociales, también pudiese estar presentando fracturas progresivamente más graves.

Casi inexplicablemente, sin embargo, para los contendientes que aspiran a convertirse en capitán/a del barco llamado México, una crisis de inseguridad y violencia, cuya magnitud apunta a niveles de resquebrajamiento de los pilares centrales de la convivencia social pacífica, parece menos prioritaria de lo que uno esperaría. Menos importante, claramente, que el tema que hasta ahora ha dominado las campañas y la 'conversación' pública: el de la corrupción.

Para dar cuenta de esta situación, el análisis de Pepe Merino y su equipo sobre el perfil demográfico de las víctimas de nuestra epidemia de homicidios dolosos resulta sumamente valioso. Destaca, entre los hallazgos de ese análisis, el que dichas víctimas se hayan concentrado entre un grupo con poca capacidad para alzar la voz: hombres jóvenes con bajos niveles de escolaridad y de ingresos. En otras palabras, la violencia ha lastimado, sobre todo, a grupos poblacionales excluidos de la representación efectiva y ha tocado mucho menos a las clases medias altas y a las élites, que son los sectores que disponen de las capacidades organizacionales y los micrófonos capaces de colocar sus intereses como prioridades en la agenda y el debate público. En suma, parte importante de la explicación del porqué una crisis de inseguridad de la magnitud y gravedad que estamos viviendo no sea el tema de las campañas electorales, tiene que ver con que sus costos han sido, como casi todo en México, profundamente asimétricos en términos sociales.

Una vez más la desigualdad se impone, los excluidos e invisibles ponen la vida y los demás seguimos discutiendo sobre los temas que tocan a las élites. Todo ello mientras siguen creciendo los muertos y el miedo, y el país se nos desbarata delante de las narices.

COLUMNAS ANTERIORES

Somos dos, pero (también) mucho más que dos
Resentimiento vs. miedo

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.