Hace unos días el presidente Donald Trump anunció que impondrá aranceles de 25% a las importaciones de acero y de 10% a las de aluminio provenientes de todo el mundo, con la excepción de Canadá y México, pero sujeto al resultado de las negociaciones del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Se trata, de acuerdo a Larry Summers, exsecretario de Tesoro y expresidente de Harvard, de "la política económica más irracional propuesta por un presidente de Estados Unidos en los últimos 50 años". En efecto, es una política que no hace ningún sentido económico y que puede llegar a tener impactos negativos en la economía global.
Trump sostiene que estas tarifas van a lograr que se recuperen empleos en Estados Unidos. Esto no ocurrirá. De hecho, la política, si se termina implementando, va a significar la pérdida de miles de empleos en ese país. Esto porque las industrias estadounidenses que utilizan el acero como insumo emplean cincuenta veces más trabajadores que la industria acerera. Estas industrias compradoras de acero verán un aumento importante en sus costos de construcción, lo cual significará que inviertan menos y, por tanto, contraten menos trabajadores. Puede ser que se recuperen algunos empleos en el sector acerero, pero el efecto neto en el empleo será negativo. Por otra parte, vale la pena preguntar ¿quién pagara el costo de estos aranceles? La respuesta es los consumidores estadounidenses. Los que adquieran automóviles, casas, refrescos, cervezas, pagarán por esta tarifa. Quizá el costo de la medida no sea tan grande en una economía del tamaño de Estados Unidos.
El problema es que esta política puede tener consecuencias peligrosas de al menos dos tipos. En primer término, traerá políticas retaliatorias de muchos países que son socios comerciales de Estados Unidos. Los principales exportadores de acero a ese país son: Canadá, Brasil, Corea del Norte, México, Rusia, Turquía y la Unión Europea. Estos países pueden —de hecho, varios ya lo han anunciado— imponer tarifas a productos estadounidenses. Así comienzan las guerras comerciales. En los años treinta del siglo pasado, Estados Unidos impuso una serie de aranceles a varios productos, política conocida como el Acta Smoot Hawley. El resultado fue la imposición de aranceles a productos estadounidenses por parte de varios países, lo cual fue el inicio de una guerra comercial que agravó la Gran Depresión.
En segundo término, esta política va tener un efecto contrario al que busca Trump. Productores que utilicen el acero como insumo podrán, en lugar de comprar este producto a precios mayores, decidir mover la producción fuera de Estados Unidos para evadir este aumento en costos. Esto puede ocurrir, por ejemplo, en la industria automotriz: en lugar de producir autos más caros en Estados Unidos debido al elevado precio del acero, las empresas automotrices podrían producirlos en México. El resultado sería un mayor déficit comercial de Estados Unidos con México. Aquí es lógico deducir cuál sería la reacción del presidente estadounidense a un evento de este tipo: imponer aranceles a los automóviles.
Trump no podrá eliminar el déficit comercial que su país tiene con el mundo (éste se explica por el hecho de que Estados Unidos ahorra menos de lo que consume), pero si puede crear un ambiente de mayor proteccionismo en el mundo que afectaría al crecimiento de la economía global. El razonamiento de Trump en el sentido de que importar es algo negativo no solamente es equivocado, sino que es peligroso. En México deberíamos tomar nota. Hay quien dice que importar gasolinas y alimentos es negativo para el país, esta lógica Trumpiana puede llevar a políticas peligrosas que harían que los consumidores mexicanos paguen por políticas proteccionistas que afectarían el crecimiento del país.