Cada semana nos enteramos de un nuevo programa de televisión que va a salir al aire. Hay tantas series que es imposible verlas todas. No faltará quien diga que el mercado está saturado y que ninguna plataforma será capaz de mantener ese ritmo de producción. Yo no estoy seguro de que la abundancia sea un problema en sí mismo, ni tampoco de que los estudios vayan a bajar de velocidad. La oferta, al fin y al cabo, obedece a la demanda, y aparentemente hay suficiente audiencia para cientos y cientos de shows. Los problemas de esta abundancia son colaterales, afectando, más bien, a la calidad de lo que vemos. Como explica Bret Easton Ellis en el último episodio de su podcast, los primeros capítulos de las series que ahora vemos parecen tener la urgencia de un final de temporada. La oferta es tan amplia que los programas se ven obligados a atrapar tan rápido como les sea posible. Claro que hay excepciones, sobre todo cuando se trata de productos idiosincráticos y personales como Fleabag o Atlanta, pero la opinión de Ellis me parece mayormente acertada. En el panorama televisivo actual hay poca cabida para la paciencia. Es una lástima que así sea porque las mejores series no tienen inconveniente en iniciar lento y poco a poco acelerar el paso.
Hace varios años vi la primera temporada de The Sopranos y no la retomé hasta hace una semana y cacho. Empecé la segunda temporada y hoy voy a la mitad de la tercera: 18 capítulos en diez días. Me atrapó a pesar de que cada temporada parece tardarse entre tres y cinco capítulos para presentar al villano y el conflicto central. Los episodios a menudo privilegian dolores íntimos y subconscientes –Christopher enloqueciendo en un taller de actuación, Tony extraviado en un Nápoles que durante tanto tiempo idealizó– por encima de muertes inesperadas a la Game of Thrones o giros de tuerca fabricados para atrapar al espectador impaciente. Hay capítulos que en su mayoría están compuestos por sueños, otros que se enfocan en personajes periféricos. Nada de esto va en detrimento de la experiencia, sino todo lo contrario: The Sopranos está escrita con profundidad psicológica y hecha con libertad creativa. El resultado es personal, pero no impenetrable ni hosco. Lo que vemos parece estar a la vanguardia de su género aunque se haya estrenado hace casi veinte años.
Quizás como espectadores sería difícil tener la paciencia necesaria para disfrutar algo de estas características en 2018. Aún se hacen varias series notables, sin duda. Pero es curioso que, habiendo tantas, haya tan pocas como The Sopranos. La culpa no la tienen las plataformas sino la prisa con la que le exigimos a nuestro entretenimiento que nos envuelva y nos sorprenda. Los mejores platillos se cocinan a fuego lento. Lo demás son hamburguesas. ¿Qué preferimos nosotros, como consumidores?