Rotoscopio

'The Haunting of Hill House', una serie desigual

La serie creada por el escritor y director Mike Flanagan reinventa la novela de Shirley Jackson sobre una mansión embrujada, escribe Daniel Krauze.

Hay mucho que admirarle a The Haunting of Hill House, serie creada por el escritor y director Mike Flanagan que reinventa la novela de Shirley Jackson sobre una mansión embrujada, centrándola en los miembros de la familia Crain, quienes se mudan a la casona por un verano que cambia para siempre sus vidas. Yendo y viniendo del pasado al presente, la serie primero utiliza una estructura similar a Lost –los flashbacks son ventanas a los momentos traumáticos que marcan a los personajes en la adultez– y después empalma ambos tiempos con una fluidez asombrosa. Este cambio es palpable en el sexto capítulo, compuesto por cinco largas tomas donde los Crain van y vienen de un funeral en el presente a la mansión en la que vivieron hace décadas. En Gerald's Game y en la notable Oculus, Flanagan ya había mostrado un ímpetu por borrar las fronteras entre lo real y lo espectral, el pasado y el presente, ciñéndose a espacios de los que apenas se permitía salir. Su obra provoca un desconcierto fascinante: a veces es imposible saber qué es factual, qué un recuerdo, un espejismo o un fantasma.

El virtuosismo en el estilo es evidente. Por eso es una lástima que Flanagan descuide aspectos elementales como las actuaciones y el guion. Conforme avanza la serie, los personajes recurren cada vez más a monólogos dizque líricos para comunicarse entre sí. Algunos son estremecedores pero la mayoría son relleno. Aunque vinculados a la temática de mezclar el pasado y el presente, estos discursos detienen el flujo de la historia. No ayuda cuando están en boca de intérpretes limitados. Carla Gugino, como la trágica matriarca de los Crain, y Oliver Jackson-Cohen, como el benjamín de la familia, son los que se salvan. Inmenso pero vencido, con una voz grave y pedregosa, Jackson-Cohen interpreta a Luke como un hombre empantanado por los demonios de la infancia. Sólo él transmite un dolor genuino; los demás Crain son incapaces de sufrir de forma convincente, incluso frente al cadáver de un familiar. Luke está tan bien encarnado que a menudo parece un personaje dirigido por Sidney Lumet, rodeado de botargas de telenovela.

Si todo estuviera a la altura del rigor estilístico de Flanagan, 'The Haunting of Hill House' quizás sería una obra maestra. No es el caso.

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